He recibido varias cartas, cerca de una treintena, de queja de guías oficiales de turismo por un artículo publicado en el digital sobre los greeters. Muchas cartas son idénticas –que repiten un error de fecha sobre la publicación del citado texto. Otras incorporan consideraciones propias. La argumentación general de las mismas es que el artículo hace una descripción negativa de su labor profesional frente a la supuesta gratuidad de este tipo de guías-amigos. El artículo se titula ¿Pagar por un guía turístico o visitar gratis con un greeter?. Los remitentes reivindican su trabajo en la medida que, afirman, actualizan constantemente sus conocimientos sobre el patrimonio y la historia de los lugares que muestran y critican el tono despectivo con que se describe su tarea (“Quienes recurren a los greeters tienen claro que están hartos de retahílas de informaciones históricas”) (Y los greeters lo hacen “con entusiasmo, una cualidad olvidada por algunos guías oficiales que llevan lustros repitiendo la misma cantinela con escaso afán, regalando a los turistas un panaché de fechas, arquitectos, reyes y guerras imposibles de recordar y recomendando tiendas de souvenirs y restaurantes de calidad cuestionable”).
La autora del reportaje, Salomé García, me ha remitido el siguiente texto:
“El artículo parte de mi experiencia reciente de un paseo por Bruselas con dos greeters. Éramos un grupo de periodistas invitados por Turismo de Flandes y Bruselas y nuestra visita por la ciudad fue guiada por una guía de turismo profesional y titulada que se encargó de explicarnos los principales monumentos e incluso, como agente autorizada para guiar grupos, de solicitar permiso en un restaurante para que pudiéramos tomar fotos. Las greeters, una de las cuales está jubilada después de trabajar varios años en la embajada belga en Madrid, simplemente siguieron la ruta marcada por la guía y, de cuando en cuando, nos señalaban “dos manzanas más allá hay un café donde Magritte se reunía con sus compañeros surrealistas” o “recuerdo que este barrio hace unos 15 años daba miedo y ahora está muy recuperado con tiendas de diseñadores como Marc Jacobs”. Tampoco nos intentaron llevar a un bar u otra tienda con sospechosas intenciones. El restaurante fotografiado fue una petición de los propios periodistas tras un comentario de la guía como “uno de los restaurantes de vanguardia de Bruselas”, nunca fue iniciativa de las greeters. Por supuesto, no pidieron propina alguna. En ningún momento quedó duda de cuál era el papel de cada una. La guía aportaba una explicación académica, agradable y profesional. Lo de las greeters eran más experiencias personales, de bruselenses de toda la vida. La Oficina de Turismo de Bruselas no es la única que colabora con los greeters, lo que demuestra que fuera de España los límites entre guías profesionales y greeters está muy bien definidos y nadie se plantea si hay competencia desleal. Este apoyo de los municipios y oficinas de turismo es, precisamente, porque los greeters acompañan por rutas inusuales, barrios de la periferia…
Lamento haber podido molestar a guías profesionales, colectivo al que respeto y sin los que en muchas ocasiones no podríamos sacar adelante reportajes sobre tal o cual ciudad. No era mi intención ya que entiendo que un guía profesional, titulado, experimentado tanto en lo didáctico, por así llamarlo, como en lo psicológico (porque liderar un grupo de cuarenta turistas cada uno de su padre y de su madre requiere amplias dosis de psicología, empatía y, por supuesto, de santa paciencia) tiene unas aptitudes muy superiores a las de un greeter que no deja de ser un ciudadano común, voluntarioso, pero sin esa formación. Por esa misma razón en el texto recalco que un greeter solo puede acompañar, que no guiar, a grupos hasta un máximo de seis visitantes. Guiar a un grupo numeroso es una responsabilidad que requiere recursos profesionales que solo un guía puede ofrecer.
El párrafo que más dolor ha suscitado es en el que me pregunto “¿Tapear en un pequeño bar que solo conocen los locales o, en más ocasiones de las deseadas, acabar en un restaurante para guiris con la sospecha de que el guía se lleva una comisión?”. Bien es cierto que recalco que es algo que sucede “en más ocasiones de las deseadas”, no siempre, pero sucede. Me ha sucedido. También he vivido el caso contrario: tener la tarde libre y que el guía me sugiera para cenar una terracita encantadora lejos del circuito turístico, muy apañada de precio y sin llevarse comisión. En Alepo el guía me recomendó un bar donde ponían unos kebabs estupendos. Nada turístico, cero comisión. En Sao Paulo el guía me descubrió el Hamburguinho, una hamburguesería popular, nada turística, donde comí una de las mejores hamburguesas de mi vida. Y sin comisión. En Jordania el guía nos llevó a un merendero para guiris a los pies de Wadi Rum con menú de filete empanado y patatas fritas (¡en Jordania!) a 15 euros. Me sublevé junto con otros cuatro viajeros y descubrimos, a dos pasos, que un señor egipcio regentaba un local enano con falafel a 1 euro. Nos atendió de mil amores y creo que es el mejor falafel de mi vida. Honestamente, creo que son las ovejas negras de la profesión, los que han abusado de la buena fe del turista (y de su bolsillo), los que han abierto hendiduras que ahora llenan los greeters y acaban pagando justos por pecadores.
En el texto también sostengo que “el entusiasmo, una cualidad olvidada por algunos guías oficiales que llevan lustros repitiendo la misma cantinela con escaso afán, regalando a los turistas un panaché de fechas…”. Quede claro que son solo “algunos”, no todos. Ciertamente solo unos pocos. Pero los hay. Me los he encontrado. Hace dos meses en un viaje por la República Checa una guía oficial nos recitó tal cantidad de barones de Luxemburgo y otros muchos cuyo único común denominador era la terminación –burgo que soy incapaz de recordarlos. En cambio, en el Museo Middelheim, un jardín con obras de arte al aire libre que recorrimos bajo una manta de agua, la guía, parapetada bajo un paraguas, nos hizo una muy amena e interesante la visita. Y juro que allí caía el diluvio universal y hacía mucho frío.
Doy fe de que hay tours temáticos estupendos realizados por guías profesionales (hace un año recorrí Londres siguiendo el origen de la ginebra), pero por otra parte aprecio que haya voluntarios que se atrevan a acompañar a turistas off the track (utilizando la palabra sajona), fuera del circuitos convencionales. He viajado mucho desde muy joven, por trabajo y por placer, y guardo excelente recuerdo de muchos guías. Que unos y otros no se pisen en España es responsabilidad de todos y entiendo que las autoridades municipales, oficinas de turismo y policía municipal deben estimular el turismo, pero también controlar el ejercicio de un trabajo profesional del que dependen muchos puestos de trabajo. Y apoyo, como no, que los guías profesionales, que como autónomos siempre son trabajadores muy vulnerables, estén atentos a toda posible forma de intrusismo”.
Diana Pedersen Álvarez, por ejemplo, comenta que está “de acuerdo con que, como en todas las profesiones, hay colegas nuestros que no hacen su trabajo con la ilusión y la sabiduría que se podría desear, pero que seguramente tampoco le parecería lógico que generalizáramos sobre el trabajo que realizan los periodistas”. Por otra parte, escribe, la periodista se contradice cuando dice:“… Para lo primero, contrate un guía profesional titulado. Para lo segundo, un greeter.” “Si estamos hablando de un favor”, comenta, “no parece adecuada la palabra ´contratar´, de lo contrario estaríamos hablando en ambos casos de un servicio contratado”.
Jacqueline Metitieri, por su parte, subraya “contínuamente sugiere que estos greeters no cobran, algo así como que trabajan por amor al arte, y que son mucho más baratos, pero, por lo visto, sigue demostrando que no se ha preocupado de “pasear” tampoco con ellos” La lectora asegura que “no sugieren una propina o la voluntad, sino que la piden muy directamente” y da por seguro que “si te llevan a una tienda o a un bar, por supuesto que lo hacen porque tienen un acuerdo preparado y cerrado de antemano. Por cierto, cobrando siempre todo en negro. Me imagino que Salomé tampoco sabe que los guías oficiales somos autónomos (un colectivo cada día más expuesto y con mayores riesgos), y como tales cobramos y tributamos todos nuestros servicios mediante factura”.
Algunas cartas exponen su propia experiencia y pasión por su trabajo, son testimonios de la preparación que hay detrás de muchos guías profesionales. “Yo, Juana Kraft Rothfusz, soy Guía oficial de Sevilla, de Málaga, de la Comunidad de Madrid, guía autorizada de Patrimonio Nacional y acreditada en todo lo mencionado en cinco idiomas. Tuve que nacionalizarme, yo era holandesa, pero, es que en mi época, (1986), para ser Guía Oficial de Turismo, se exigía la nacionalidad española, esto implicó la obligación de cambiar mi nombre (Jenneke Mauritia en Juana Mauricia), para españolizarlo, y luego de innumerables exámenes para ejercer la profesión de Guía Turística, estoy hoy, con 55 maravillosos años (de los cuales casi 40 en España), disfrutando de una vida profesional, pensando a menudo, qué suerte tienen/tenemos algunos, trabajar y ganarte la vida con lo que más te gusta en ella, y te has preparado y sigues preparándote toda la vida, para actualizarte. Ha sido y sigue siendo una lucha de toda una vida. Me encanta. Sobre todo hoy, la CAM nos ha borrado del mapa como profesionales en Madrid. Nuestra economía doméstica depende de nuestra profesionalidad, nuestra seriedad en el trabajo, nuestra lucidez, y así, profundamente documentados, y no le quepa duda, nos vuelven a llamar nuestros clientes una y otra vez. Acabo de terminar la licenciatura de Hª del Arte en la Complutense. Ya van dos carreras para cumplir con mi cometido como guía de Turismo. No me lo exigen. Solo lo hago para dar mejores explicaciones y más documentadas a mis turistas, y mi objetivo: que se vayan con la mejor de las impresiones de nuestras ciudades españolas y también, que vuelvan, con amigos si puede ser, lo recomienden, y, créame, lo hacen, me consta. Si esta es la industria más importante de nuestra querida España, el TURISMO, démosle calidad, por favor, que es de lo poco que nos queda con esta terrible crisis, manejémoslo de modo positivo y con seriedad. Me duele el tono frívolo de su periodista refiriéndose a mi profesión...”.
Cuando el artículo hace una descripción negativa de la práctica de guías profesionales, se refiere a algunos. No hay una generalización, pero sí que el lector puede sacar la idea de que es preferible un greeter para disfrutar de rutas alternativas, sin acopio de datos, que da la sensación de que aburren. También se habla de que los guías profesionales suministran “información interesante” o llevan a los lugares “imprescindibles”. Pero, al margen de un error de construcción de un párrafo sobre las citadas comparaciones, donde las quejas tienen su principal fundamento es que frente a las dudas manifestadas sobre las prácticas de algunos guías profesionales, la imagen de los greeters es angélica. La visita gratis del greeter, como se titula el artículo, no parece que sea tal en todas las ocasiones. El propio artículo menciona que reciben propinas de los turistas o que “aceptan donativos de corporaciones” sin aclarar la finalidad de tales donativos (¿opacos fiscalmente?). De la misma manera que se puede ser crítico con una mala práctica profesional, que la hay en cualquier colectivo, se ha de serlo con la posibilidad de encontrar greeters menos amigables de lo que parece. El agravio no reside tanto en que se mencione que hay guías profesionales rutinarios. Reside en la comparación con los greeters, sobre los que no se proyecta ninguna sombra. Indudablemente, un pie de foto, que no es responsabilidad de la periodista, donde se asegura que “los guías tradicionales están condenados a desaparecer”, algo que de ninguna manera puede deducirse del artículo, dan más razones a la queja.