Defensora del Lector

Sobre el blog

La figura del Defensor del Lector fue creada por la Dirección de EL PAIS para garantizar los derechos de los lectores, atender a sus dudas, quejas y sugerencias sobre los contenidos del periódico, así como para vigilar que el tratamiento de las informaciones es acorde con las reglas éticas y profesionales del periodismo. Puede intervenir a instancia de cualquier lector o por iniciativa propia.
Principios éticos del diario EL PAÍS

Defensora del lector

Lola Galán

se incorporó a la plantilla de EL PAÍS en 1982, tras una etapa como colaboradora del diario. Ha sido redactora de las secciones de España y Sociedad, y reportera de la sección Domingo. Entre 1994 y 2003 ha ocupado las corresponsalías de Londres y Roma. En los últimos años ha trabajado para los suplementos del fin de semana, incluida la revista cultural Babelia. Madrileña, estudió Filosofía en la Universidad Complutense y Periodismo en la Escuela Oficial de Madrid.

Archivo

abril 2017

Lun. Mar. Mie. Jue. Vie. Sáb. Dom.
          1 2
3 4 5 6 7 8 9
10 11 12 13 14 15 16
17 18 19 20 21 22 23
24 25 26 27 28 29 30

Recomendamos

Contacto

Los lectores pueden contactar con la Defensora del Lector:

Adjetivos poco deportivos

Por: | 29 de agosto de 2012

El uso de dos adjetivos en otras tantas crónicas deportivas ha sido motivo de queja por parte de lectores.
La primera se refiere al partido Sevilla-Getafe en la que el cronista atribuye una actitud “funcionarial” a los jugadores del Getafe. Paco Molina pregunta: “¿Qué quiere decir el redactor cuando escribe que los jugadores del Getafe tuvieron “una actitud funcionarial “? Si el equipo madrileño perdió el encuentro no cabe más que concluir que el redactor relaciona la actitud “funcionarial” con negativa. Impresión que se confirma a tenor de que en el  cuerpo de la noticia menciona “Tiene el equipo madrileño un cierto aire funcionarial, sin alma,”. Por si los funcionarios no tuvieran bastante con los recortes salariales que han sufrido y  con la supresión de la paga extra de navidad, para contribuir a incrementar la mala fama de los trabajadores públicos, que desde algunos sectores claramente se está promoviendo para justificar los recortes, ahora, también, un cronista deportivo se permite relacionar el  mal encuentro  que realiza un equipo con la función pública.  Con crónicas deportivas como ésta algún aficionado acabará, cuando no le guste la actuación del colegiado, gritando ¡árbitro funcionario!
Juan R. Martínez, por su parte, considera que “al utilizarla, el periodista en cuestión, o bien quiere insultar (hay gente que no encuentra otra forma de saciar su hambre de notoriedad que recurriendo al insulto); o bien demuestra que no tiene la más mínima sensibilidad hacia un colectivo que está siendo utilizado como chivo expiatorio fácil en los momentos difíciles actuales (dudo que sus condiciones de trabajo y su sueldo se hayan deteriorado tanto como los nuestros en estos últimos años); o bien escribe no para informar sino para sumarse al coro de los que jalean a los muchos políticos que recurren a la demagogia, a cuenta nuestra, para ocultar su incapacidad”. El lector considera que hay muchas otras fórmulas para expresar lo que quería decir el cronista.
J. Monzón remitió un mensaje en el que afirmaba que “los lectores funcionarios de El País, hartos ya de aguantar palos por todos lados, exigimos lo justo: un respeto por parte de los cronistas del género de poesía futbolera. Sobre todo para que otros periodistas cuyas crónicas alcanzan valor literario, puedan seguir hablando de fútbol sin tener que avergonzarse”.
Trasladé la existencia de estas quejas a Rafael Pineda, autor de la crónica. Ésta es su respuesta: “La utilización “aire funcionarial” en mi crónica del 18 de agosto del partido Sevilla-Getafe con respecto a la actitud del equipo madrileño es simplemente una metáfora para intentar explicar que el Getafe no pareció, o al menos eso deduje yo, poner todas sus virtudes en el campo para derrotar al Sevilla, pues me dio la impresión de que disputó el partido, en especial en la primera parte, como guardándose algo. No quise molestar al amplio colectivo de funcionarios que desempeñan su trabajo en este país, aunque entiendo que la expresión sí tiene sus raíces en un tópico tan vivo en España. Si la expresión es considerada una salida de tono, teniendo en cuenta además las especiales circunstancias que atañen ahora a este colectivo, quede reflejada mi disculpa en estas líneas, pues en ningún momento quise menospreciar la labor de tantos ciudadanos”.

Por su parte, Paulo Fernandes, remite una reflexión sobre la expresión “brasileño favelado”.
"Acabo de leer un artículo en la sección de Deportes del País que me dejó algo molesto. El periodista, hablando de un futbolista de Brasil que estrenó en un equipo español, escribió que "(...) El caso de Leo no es el del típico brasileño "favelado" que busca la prosperidad económica con el balón". Cada vez hay más brasileños que leen El País. Y "favelado" en portugués es una palabra que actualmente puede ser extremadamente peyorativa. Hay que tener cuidado al jugar con palabras cuyo significado no se domina totalmente.
Además, están presentes el tópico y la generalización. "El típico brasileño......". Es como si un periódico de Alemania, de Argentina o de Japón escribiera que el jugador "es un típico español..... (Añada aquí un tópico sobre España especialmente ofensivo)". Quizá esté bien para una caja de comentarios, para el twitter, pero no para las páginas de un periódico serio. Creo yo. Me imagino que el periodista no tenía idea de que el término fuera peyorativo. Pero es culpable de generalizar.
No se trata de negar las favelas, que son una cruda realidad en Brasil. Pero no todo brasileño pobre vive en favelas. Y los que sí viven merecen, por respeto, que no sean tratados como tópicos. Tampoco se trata de ser “políticamente correcto”. No sería muy grave si fuera un caso aislado. Pero veo muchas veces ese tipo de actitud en la prensa, ese recurso al tópico, al caricato, al estereotipo al tratarse de otras nacionalidades. Es un recurso sencillo, del menor esfuerzo. Pero creo que no es lo ideal”.
 El autor de la información, que ha realizado reportajes en las favelas brasileñas, admite que la expresión “el típico brasileño” es una generalización que no procede. La expresión “favelado” aparece en muchos informes, por ejemplo demográficos y estadísticos, y desconocía, me comenta, que actualmente tuviera una connotación peyorativa. En cualquier caso, no estaba en su ánimo, insiste, emplearla en este sentido.

A propósito de la conciencia más allá de la vida

Por: | 22 de agosto de 2012

En el suplemento Babelia del 11 de agosto, Isidoro Reguera publicó una reseña del libro Conciencia más allá de la vida del cardiólogo Pim van Lommel que sostiene que la conciencia es ilocalizable. Un lector, Juan S Aguilar, ha remitido una reflexión crítica sobre el citado análisis. Sin ánimo de intervenir en la polémica, pero considerando que la pertinente intervención del lector y la elaborada respuesta que me ha remitido Reguera pueden ayudar a una reflexión de interés… reproduzco ambos textos.

La carta de Aguilar afirma: “Creo que el autor, Isidoro Reguera, realiza un trabajo muy incompleto al limitarse a comentar el libro desde una posición completamente parcial, casi propagandística, en defensa de su autor. Se trata de un asunto de gran complejidad técnica en el que Reguera no nos informa de qué es lo que piensa la “ciencia materialista” al respecto. Se limita a repetir que la ciencia es corta de miras, que no comprende la realidad en su aspecto más profundo y toda una serie de lugares comunes posmodernos. Ayudaría a los lectores que se explicase en qué consisten los hallazgos obtenidos hasta la fecha en lo referente a las “experiencias cercanas a la muerte” y por qué la postura mayoritaria de los neurobiólogos es escéptica. Svenson, Greyson, Moodys y otros autores no han obtenido hasta la fecha resultados concluyentes que demuestren una “conciencia separada del cuerpo”. Todo son anécdotas, opiniones y testimonios vividos y, en muchos casos, construidos posteriormente por pacientes que estuvieron cerca de la muerte o que creyeron estarlo (es imposible distinguir entre los dos grupos). Su falta de resultados les lleva a acudir a la siempre socorrida física cuántica como el marco ideal para estudiar el fenómeno. Sin resultados apreciables tampoco, por cierto, porque la función de onda o la ecuación de Schrödinger no parece que puedan servir de mucho para explicar por qué una persona ve luces o se encuentra con Mahoma cuando cree que está a punto de morirse. Otros autores, como Lempert, Mohr o Blanke no se han dedicado a la física cuántica, sino que, sin salirse del ámbito de la neurobiología, han llegado a averiguar mucho sobre las consecuencias de la anoxia o de la epilepsia en determinadas regiones del cerebro. Sus hallazgos tienen, además, utilidad diagnóstica y clínica y están proporcionando información acerca de cómo el cerebro construye el “yo”. Esa parece ser la dirección que está tomando la ciencia sobre este asunto y considero que Isidoro Reguera tenía la obligación, por lo menos, de explicarlo”.

La respuesta de Reguera es la siguiente: “Evidentemente, lo que el sr. Juan S. Aguilar, con razón, plantea es la otra cara de la moneda y pertenece a la interesante discusión científica actual sobre la cuestión de la conciencia. A mí me interesaba, objetivamente, describir una postura como la de van Lommel, porque introduce unas perspectivas científicas posibles, diferentes a las más extendidas. Y que, asumida con mucho cuidado, efectivamente, como hipótesis, y a la espera de que cree más frutos objetivos, abre posibilidades filosóficas interesantes de reflexión sobre la conciencia y la muerte, que conectan con datos repetidísimos de la sabiduría ancestral. ("El materialismo no es tan antiguo, sólo existe desde el siglo XVI", decía Rudolf Steiner con cierto sarcasmo.) Creo que la posmodernidad es algo serio, no es una moda efímera, y que sus lugares comunes son tan comunes, es decir, consolidados, como los de cualquier otro paradigma cosmovisional: son los que apuntalan un modo peculiar de ver el mundo; mientras duren, no los superen otros. Personalmente no tengo interés alguno en defender nada, me limito a decir lo que dice el libro, que desde luego no cabe en 800 palabras.

Digo, por tanto, lo que puedo y llama mi atención e interés, simplemente, en el sentido que sea; siento que en este caso ese interés pueda parecer propagandístico; a mí no me lo parece. De todos modos, mejor si fomenta la reflexión y discusión, si espolea intelectualmente a alguien, en cualquier sentido. Faltan polémicas interesantes en este país. Yo aquí no pretendo iniciar una, sólo explicar lo que hago.

De todos modos, y hablando ya por mí mismo, como filósofo, no creo que el problema de la conciencia, o la muerte, tenga solución. (Las cuestiones clínicas son de otra índole, no son conceptuales. Los científicos han de saber qué buscan con sus técnicas. No es el dolor el que duele, ni la muerte la que mata, ni la conciencia la que piensa. Es decir, no hay entidades así.) Y un problema que no tiene solución posible no es problema alguno, simplemente no tiene sentido. De modo que el problema de la conciencia quizá no sea problema alguno porque es precisamente con ella con la que se problematiza todo, incluso esto que digo. Tampoco el de la muerte parece que tenga solución, ni sea problema, porque ella es la (di)solución de todo problema, o porque, como dice Wittgenstein, no es un acontecimiento de la vida. La muerte, así, en realidad no existe. La conciencia, así, en realidad es la propia condición humana irrebasable. Y en este sentido van Lommel da mayores perspectivas científicas que la de encontrar la conciencia en un par de neuronas o explicar las vivencias límite de siempre como meras alucinaciones neuronales, o como anécdotas, etc. Ojalá que la ciencia demostrara ambas cosas, difícil, pero así acabarían especulaciones. Quizá todo malentendido resida, como siempre, en el diferente uso que se hace de las palabras, en este caso “conciencia” o “muerte”.

En una recensión, aunque relativamente larga en este caso, se informa de un libro, no se puede hablar de todo: de las posturas de un libro y de las contrarias, a las que, por otra parte, se refiere el propio van Lommel en el suyo. (Ya se sabe de sobra que hay muchas, que hay innumerables “juegos de lenguaje”, incompatibles, además, entre sí. Tampoco la ciencia, ni mucho menos, es ajena a ellos.) Sí, si se tratara de un artículo sobre el estado actual de la cuestión de la conciencia o de la muerte. Pero no es el caso. También yo he recibido correos y llamadas hablándome de mi reseña en sentido muy diferente a la réplica del sr. Juan S. Aguilar, que, de todos modos, cuenta con todos mis respetos, porque creo que los merece. Sólo que, hablando de respeto, quizá le sobren algunas, pocas, palabras.

Pero tampoco eso es problema, no tiene solución, etc…"

 

Los lectores nos corrigen (3)

Por: | 03 de agosto de 2012

Tercera entrega de comentarios de lectores a propósito de errores ortográficos o gramaticales. Algunos son obvios. Otros, sin embargo, no lo son, pero reproduzco la mención porque son dudas lógicas.
Concordancias. Jesús Gámiz remitió en una carta tres avisos. “Ninguna de las reformas acometidas han alterado…”. Error de concordancia, haber concuerda con ninguna, no con reformas.Contrariamente a lo que nos hacen crear”. Error de ortografía, que achaco a las prisas redactando. Es creer, no crear. “Un grupo de activistas han difundido un vídeo”. De nuevo mal la concordancia, el verbo concuerda con grupo, no con activistas”.
“Son el periódico líder en lengua española, como no se cansan de repetir a la más mínima ocasión, dicho sea sin acritud ninguna. Sin embargo, esto también conlleva una cierta responsabilidad: recuerden que muchos de sus textos se estudian en institutos de enseñanza secundaria. Entre toda su plantilla, ¿de verdad no hay nadie encargado de revisar lo que se sube a la web?”.
Las dos primeras son errores sin paliativos. En el tercer caso, sin embargo, según me comenta Ana Soriano, correctora, los nombres colectivos (grupo, muchedumbre…), cuando llevan un complemento especificativo, admiten la concordancia en plural.

Peludo. Guillermo explica: “Abro una noticia de portada de la versión digital y leo: ‘...Lo tendrá mucho más peludo debido a la sanción de cinco puesto que los comisarios le...’ . Imagino que el periodista quería escribir peliagudo y puestos (en lugar de puesto). En menos de 10 palabras hay dos errores tipográficos (porque quiero pensar que ambos lo son...).”
Comprendo que no todos los textos se pueden releer varias veces por un equipo dedicado solamente a esa tarea, pero en este caso, el lector puede tener la impresión de que ni siquiera el propio periodista se ha parado a mirar dos veces lo que ha escrito. Esto es solamente un ejemplo de algo que creo que viene sucediendo con gran parte de las noticias que se publican en red. ¿Tan complicado sería eliminar este tipo de errores?”.
Con respecto a peludo, la RAE lo admite en el sentido de difícil en el español de algunos países americanos, como El Salvador, Honduras o Nicaragua.

Avisar y advertir. Vanessa Lobo critica la omisión de la preposición de en palabras como advertir o avisar.  “Cada vez se omite más estas preposiciones en multitud de expresiones que sí la requieren: *antes que, *informar que, advertir que VS advertir de que (existen las dos pero con significados diferentes)”. El caso de advertir es complejo y el Libro de Estilo detalla el criterio de uso de la preposición en una extensa entrada que afirma: “El verbo advertir cambia de significado según lo acompañe o no la preposición de. ‘Advertir de algo’ significa avisar sobre un hecho del que se puede derivar alguna consecuencia, y ‘advertir algo’ significa ‘darse cuenta de ello’. Además, este verbo tiene también valor de admonición —poco empleado en prensa—, pero en tal caso precisa el uso de subjuntivo en la oración completiva: ‘te advierto que no me grites’, ‘le advirtió que no le gritara’. Las dudas se suelen plantear precisamente en las oraciones de complemento directo: ‘Antonio advierte que hay que llegar a un acuerdo’ significaría que se apercibe de esa necesidad. Y ‘Antonio advierte de que hay que hay que llegar a un acuerdo’ implica que avisa a alguien de ello. En este segundo caso, por considerar equivocadamente que toda construcción con de es errónea, se suele suprimir la preposición. Para comprender si en un verbo, sea el que sea, rige la preposición de, se pueden aplicar tres trucos: —Imaginarse la oración en pasiva: ‘Eduardo es advertido por Antonio...’. En estos casos suele salir intuitivamente cómo continúa la frase: ‘... de que hay que llegar a un acuerdo’; y no ‘es advertido que hay que llegar a un acuerdo’. —Sustituir la oración completiva (‘... que hay que llegar a un acuerdo’) por un pronombre: ‘Antonio advierte esto’ (se da cuenta); ‘Antonio advierte de esto’ (avisa); ‘Antonio está seguro esto’ (incorrecto); ‘Antonio está seguro de esto’ (correcto). ‘Antonio alerta esto’ (incorrecto); ‘Antonio alerta de esto’ (correcto). Y así sucesivamente. —Convertir la frase en interrogativa: ‘¿de qué advierte Antonio?’, ‘¿de qué informó?’, ‘¿de qué está seguro?’, ‘¿de qué alerta?’. En la mayoría de los casos, la intuición ayudará al redactor a hallar la solución adecuada y a desechar fórmulas como ‘¿qué alerta Antonio?’, ‘¿qué está seguro Antonio?”.
En el caso de avisar, subraya Soriano, María Moliner lo acepta con y sin de.

Plugo. Un lector señala que el buen prosista Juan José Millas, en su página denominada La imagen titulada, además ‘Sintaxis y sindéresis’, en el último párrafo escribe la palabra plugo, que juzga inexistente. Sin embargo, la RAE, en la conjugación de placer, la incluye como una posibilidad del pretérito indefinido (“plació o plugo”).


Cui prodest. Anahí Seri subraya que en el artículo de opinión sobre Aguas de Valencia aparece la expresión qui prodest. Debería ser cui prodest. “Es un dativo, no un nominativo”.

 
Descuidos. Un lector remite una carta en la que destaca que en dos artículos se repiten palabras o se escriben mal sin que este caso se deba a una confusión ortográfica. Simplemente reflejan dejadez en la edición, algo que se repite con lamentable frecuencia. Las frases son “si aumenta el gasto en junio, en parte será a costa del gasto farmacéutico en julio, por o que para valorar el impacto del copago aporbado por Sanidad...”. El otro texto que cita dice: “Su intención fue siempre, remarca también un portavoz de Sanidad, irse una vez puestas en marcha las políticas las políticas farmacéuticas que inicia ahora el ministerio de Ana Mato”.

Pie de foto. En este caso no se trata de un error ortográfico. Por cuatro veces, la última en julio, José Manuel López Eiris ha remitido una corrección a un pie de foto publicado en la edición de Galicia sin que apareciera la debida fe de errores. Se refiere a una foto publicada el 23 de diciembre del año pasado en el artículo “Cunqueiro e sen compromiso”, en la que se lee: "Representación d'O ano do cometa polo Centro Dramático Galego en 2004". El lector documenta que la foto es de la representación de “O incerto señor Don Hamlet, principe de Dinamarca, de Alvaro Cunqueiro. Se trata de una producción de la Escola Dramatica Galega del año 1979, dirigida por Manuel Lourenzo.

Condicionalidad. Enrique Font remite una reflexión sobre palabras que se ponen de moda. Dice así: "No alcanzo a entender por qué extraño motivo algunas palabras o expresiones realmente extravagantes acaban poniéndose de moda (¿quizás tengan su origen en una mala traducción?). Me viene a la cabeza, por ejemplo, la expresión hoja de ruta con que nos han machacado durante meses en los informativos. Ahora, desgraciadamente, parece que empieza a ganar adeptos el término condicionalidad, que aparece en su editorial de 3 de agosto de 2012. ¿Qué tiene de malo hablar simplemente de condición o condiciones? ¿Qué valor añadido (ahí va otra de esas desafortunadas expresiones) aporta el uso de condicionalidad? ¿Esnobismo?  ¿Es posible que se trate de un intento deliberado de que los ciudadanos no entendamos ni siquiera afirmaciones relativamente sencillas (como que el BCE va a exigir condiciones draconianas a cambio de un posible rescate a España)?".

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal