La
traducción errónea de determinados términos es motivo de reproche habitual por
parte de los lectores. También lo es que no se traduzcan palabras que se
publican en otro idioma. Todo ello muestra la necesidad de una mayor atención a
estos procesos.
Más de un
lector defiende, por ejemplo, que la palabra inglesa instalada en deportes
cuando un jugador, particularmente en el fútbol, marca tres tantos en un mismo
partido (hat-trick) tiene una perfecta expresión castellana (“triplete o
tripleta”) prácticamente en desuso en este sentido.
Conflictiva
es la distinción en determinados contextos entre los términos informáticos
“hacker” y “cracker”. Ambos se traducen por “pirata”, pero en el caso del hacker
(“cotilla electrónico que burla los sistemas informáticos de seguridad”, según
el Libro de estilo) no forzosamente va asociada a finalidades
delictivas.
David
Pulido, por ejemplo, critica el empleo del verbo “flipar” en el sentido de
evolucionar o cambiar. “Y es que en inglés to flip significa ‘voltear,
dar la vuelta’. Por fortuna, nuestro idioma tiene con qué nombrar esa acción”.
También reseña un artículo de The Guardian publicado sobre el cambio
climático, donde se afirmaba que los modelos con los que trabajan los
científicos son “bastante acurados”. “¿Acurados? ¿Qué clase de traducción es
esta? Una muy mala. Ese palabro viene del inglés accurate, que significa
“preciso, exacto, certero” (…) Ya sé que EL PAÍS no es la RAE ni tampoco un
aula de Hispánicas, pero es el periódico más importante de España, y si bien su
responsabilidad no es académica, sí lo es comunicativa”. La traducción se
sustituyó en la edición digital por “bastante precisos”. La Real Academia
define “acurado” como esmerado y cuidadoso.
Un caso singular que ha llegado al buzón del Defensor
es a propósito de la información, obtenida de Cuatro, según la cual Cristiano
Ronaldo, tras anotar el segundo gol al Málaga, exclamó mirando al banquillo una
palabra que inicialmente se tradujo por “jódete”. Un lector portugués, André Mendes,
coincidiendo con varios comentarios a la noticia, escribe que foda-se es
“una expresión lusa que significa “joder” o “que se joda”. La traducción más
correcta para “jódete” sería vai-te foder u otro término ofensivo como vai
para o caralho. En ningún tipo de situación, los portugueses usan foda-se
para insultar a otra persona, esto es muy claro, no hay ningún tipo de duda
aquí”. Y lo aclara, prosigue, no tanto en defensa de Ronaldo o Mourinho, ambos
portugueses, sino en defensa “de Camões, de la lengua portuguesa y de la
verdad”. Aunque algunos diccionarios incluyen la traducción cuestionada, varios
hablantes portugueses han suscrito la objeción del lector.
Jesús Frades
remite dos observaciones a propósito de un artículo traducido de The New
York Times titulado “El dióxido de carbono en la atmósfera llega a su nivel
máximo en la evolución humana”. Una se refiere a la unidad “partes por millón”,
“cuyas siglas en la nomenclatura científica internacional son ppm, y no ppa
como sorprendentemente aparecen, y en tres ocasiones”. La otra es un tropiezo
habitual con un falso amigo (palabra que se parece a otra en la lengua del
hablante, pero que tiene un significado distinto). Se trata del término inglés billion
que no debe traducirse como “billón”. Equivale a 1.000 millones. Este error fue
reparado en la versión del artículo que publicó la edición digital de EL PAÍS,
aunque no se advirtió de ello en una fe de errores.
Aunque menos
reciente, recupero la queja de un lector, Jon, desde Estados Unidos. “Me
refiero a la noticia sobre el anuncio de Ford con una imagen de Berlusconi y
las velinas”. Se trata de un anuncio en el que Silvio Berlusconi aparece
al volante de un coche con un grupo de mujeres en el maletero, que viajan
atadas y amordazadas. Junto al dibujo publicitario figura el lema, según el
diario: “Deja tus preocupaciones atrás con extra-grande el Figo de arranque”.
Esta traducción, que no hizo la firmante de la nota, carece de sentido. El
original dice “Leave your worries behind with Figo’s extra large boot”. “Creo
que no resulta muy difícil de traducir esta frase, que sería algo así como
“Olvida tus preocupaciones con el maletero extra grande del Figo”. Resulta
sorprendente que un gazapo de este calado se cuele en el artículo” y muestra su
perplejidad porque nadie advirtiera su sinsentido.
Miguel Ángel
Ruiz se centra en textos de Paul Krugman. En su carta sobre el artículo Los
banqueros hunden a Chipre, destaca el párrafo: “Los bancos de Islandia, en
el momento de máximo apogeo, tenían unos activos que equivalían al 980% del
producto interior bruto; los de Irlanda representaban el 440%. Chipre, con un
800% aproximadamente, estaba más cerca de Irlanda en este sentido”. Se trata de
una incorrección “ya que lógicamente estaba más cerca de Islandia, no de Irlanda
(...). Y Krugman, evidentemente, no cometió ese error en el texto en inglés”.
Este lector añadía una reflexión sobre el estilo de la traducción de un autor
“que si se distingue por algo en especial, aparte de por su intelecto y sus
acertadas ideas, es por cómo las expresa en un lenguaje (en inglés)”. No es
esta la única impugnación de los lectores basada en algo ya más sujeto a
discusión como es calibrar la fluidez de la traslación. La ha hecho, por
ejemplo, Carme López Mercader, a propósito de Hans Küng. “Hace muchos años que
leo y escucho a Hans Küng en sus conferencias y le puedo asegurar que su
expresión no es nunca confusa, como no lo es su pensamiento”.
En otros
casos, como el de María Jesús Benedet, aportan reflexiones más generales no
motivadas por ningún fallo. En una carta alude a su libro Cuando la dislexia
no es dislexia para plantear el problema de la importación desde el inglés
al español de palabras y nombres propios traducidos al inglés desde una lengua
no alfabética o con un alfabeto diferente. Los anglosajones, comenta, cuando
traducen respetan las reglas de la lengua en que se traduce. No así los
españoles, que “en lugar de traducir nosotros mismos esas palabras desde la
lengua original a la nuestra, respetando las reglas de correspondencia de
grafemas a fonemas de nuestra lengua, tomamos sin más ni más del inglés esas
palabras escritas. Nos encontramos así con secuencias de letras que, de acuerdo
con las reglas del español, no tienen lectura posible (…) Véase, por ejemplo,
qa (en Alqaeda). En español no existe ninguna regla que permita leer la
secuencia qa. Por eso, al articularla, hemos de convertirla en la secuencia ca
(Alcaeda), que es como se escribiría si hubiera sido traducida directamente del
árabe”.
A propósito de este término, Fundéu,
aunque centrándose en otro aspecto, recomienda “Al Qaeda”. “Si nos atenemos a
la grafía original (en lengua árabe) de ese nombre y lo transcribimos letra por
letra deberíamos escribir Al Qaida, pues en árabe (en la lengua escrita) no
existe la letra e. Pero el hecho de que no exista en la lengua escrita no
significa que tampoco exista en la lengua hablada, y en esta sí existe esa
letra, o su sonido. Y en las normas de transcripción del Manual de español
urgente se explica que de lo que se trata al transcribir es de acercarse lo
más posible a la pronunciación en la lengua original”.
Artículo publicado en el diario el 2 de junio