Muerte de una reina

Por: | 17 de diciembre de 2014

El viernes, 5 de diciembre, fallecía en el palacio de Stuyvenberg, a las afueras de Bruselas, la española Fabiola de Mora y Aragón, que se convirtió en 1960 en reina de los belgas tras casarse con el rey Balduino. EL PAÍS le dedicó una necrológica, que se publicó esa misma noche en la edición digital, y al día siguiente en la edición impresa. El texto, titulado Muere Fabiola de Bélgica, la reina española, contenía algunos errores que han merecido una dura carta de una lectora.

María Rodríguez Santamaría, lectora asidua de EL PAÍS, me envió el mismo sábado 6 de diciembre, un mensaje en el que, tras recordar que la noticia de la muerte de la reina Fabiola era la segunda más leída en la edición digital de ese día, pasaba a señalar:

“¿Es posible que haya una errata que haga incomprensible la primera frase?  ¿Cómo puede ser que en una primera versión la corresponsal se equivoque con el nombre de la actual reina de los belgas? ¿Cómo es posible que al realizar la corrección nadie se percate de otros errores? ¿No tienen ustedes departamento de edición digital? ¿Cómo puede ser que la corresponsal diga que tuvo nietos una persona que no tuvo hijos? Hay inexactitudes varias en la crónica, es más, yo diría que es más completa la información de la Wikipedia, por no hablar de cuestiones de estilo, estructura de párrafos y lo descuidado de la redacción. Al leer la crónica da la impresión de que la Reina Fabiola nunca vivió en España, entre otras observaciones en cuanto al contenido”.

      El mensaje añadía: “¿Es esto lo que debemos esperar de un corresponsal acreditado en una ciudad que genera noticias de gran calado como Bruselas? ¿Es la misma persona que informa de los acontecimientos relativos a la Unión Europea y a la OTAN? ¿No era ésta una de esas crónicas previsibles que se deben tener medio escritas, al menos en sus datos esenciales, teniendo en cuenta el delicadísimo estado de salud de la fallecida? ¿No hay un redactor jefe que se encarga de la edición de los textos y de vigilar la calidad de los contenidos? Con independencia de las simpatías o antipatías que despierte la figura de Fabiola a su corresponsal o a su periódico, el desempeño profesional y el buen hacer de su diario han dejado muchísimo que desear en este caso”.

     He decidido abordar tan demoledora carta para explicar, detalladamente, lo que ocurrió esa tarde-noche del 5 de diciembre, y dar satisfacción a las preguntas de esta lectora. En primer lugar, he solicitado una respuesta a la autora del texto, Lucía Abellán, que escribe lo siguiente:

   “He leído el mensaje de la lectora y lamento mucho haber escrito lo que parece haber sido una necrológica (no una crónica, como ella dice) desafortunada. En primer lugar, he de decir que tuve poco más de una hora para preparar ese texto, que alude a un personaje muy presente en la vida pública belga hasta hace unos años, pero prácticamente desaparecido desde 2012, el año en el que empecé mi corresponsalía en Bruselas. Ninguna de las dos cosas me justifica, porque un corresponsal debe saber informar casi de cualquier cosa que suceda en su ámbito territorial, pero sí explica el escaso conocimiento que yo podía tener del personaje y mi falta de recursos ante un cierre tan ajustado. Seguramente lo más sensato habría sido explicar estas circunstancias y solicitar a quien me encargó el texto que hiciese la petición a otra persona más cualificada”.

 

    “A partir de ahí, admito el fallo en el nombre de la actual reina, que fue corregido, y el inmenso error de escribir nietos cuando lo correcto era sobrinos. Pero no sé cuáles son los errores o inexactitudes restantes. Y en cuanto a la omisión del verbo en la primera frase, en el texto original que envié estaba correcto. Recopilé mi información de varias fuentes, entre ellas los dos principales diarios belgas francófonos, Le Soir y La Libre Belgique, que sí tenían preparadas completas biografías, y de las agencias (principalmente Efe)”.

      “Respecto a la faceta española de su vida, Fabiola se convirtió en un personaje público gracias a su función como reina de los belgas y por ello me centré en esa etapa. Entiendo que por eso se me pide a mí la necrológica y no a otra persona de la redacción en Madrid. Mencioné, no obstante, algunos aspectos de su vida anterior a la boda con Balduino. Después de redactar el texto, lo envié por correo electrónico a la persona que me lo encargó, con el convencimiento de que ella, con más criterio que yo en este asunto, lo supervisaría y cambiaría lo que fuera necesario”.

       “Finalmente, me parece injusto extender los recelos sobre mi labor periodística al resto de mi trabajo en Bruselas. Las necrológicas representan un género muy particular del periodismo, en el que el redactor no habla necesariamente de lo que ha vivido o conocido de primera mano, como sí ocurre en las noticias, crónicas, reportajes o entrevistas que escribo en mí día a día. La precisión y el rigor guían siempre mi trabajo y nunca he vivido una ocasión en que se pusieran en tela de juicio. Como dije al principio, seguramente el error fue aceptar el encargo”.

      La noticia de la muerte de la reina viuda Fabiola de Bélgica, que contaba 86 años de edad, fue recogida por las agencias Efe y Europa Press de inmediato. Efe envió el primer cable poco después de las 19.00 horas del viernes. Mabel Galaz, redactora de la sección Estilo, experta en temas de la realeza, redactó un primer alcance para la web sirviéndose de material de agencias. Según me ha explicado, cuando se le pidió que redactara una necrológica sobre Fabiola, y dado que estaba cerrando la Revista de Sábado, sugirió que lo mejor era reclamar el tema a la delegación de Bruselas, donde EL PAÍS cuenta con dos corresponsales de plantilla y un colaborador. Ella misma realizó el encargo, pasadas las 20.00 horas, a la corresponsal Lucía Abellán que, efectivamente, tuvo más o menos una hora para redactar esta crónica.

       Como la propia Abellán admite, el hecho de no haber coincidido, por motivos generacionales, con la etapa de reinado de Fabiola de Bélgica, no le exime de los errores cometidos, ni los justifica. Pero sí creo que redactar una crónica sobre un personaje del que se sabe poco mientras apremia el cierre del diario es una receta infalible para cometer errores. Errores que se agravaron cuando a la 21.35, llegó la crónica a manos de Mabel Galaz, y ésta, ya con un pie fuera del periódico, la reenvió a la mesa de última hora, y a la mesa de cierre, para ser editada con destino a la edición digital, y a la edición impresa, respectivamente.

      Elsa Granda, redactora-jefa de la sección de Última hora, estaba ausente ese día, en el que comenzaba, por cierto, uno de los puentes más famosos del calendario oficial español. Aun así ha hecho las oportunas averiguaciones para reconstruir lo que pasó:

“Efectivamente, como Mabel Galaz afirma, ella encargó a las personas que estaban de guardia en Última Hora la publicación del texto que posteriormente enviaría la corresponsal; no obstante, cuando se disponían a hacerlo, una persona de la sección Estilo les informó de que se encargaría ella. La Mesa y Última Hora son secciones trasversales que dan apoyo a otras secciones del periódico que lo necesiten. La práctica habitual es ceder las piezas a esas secciones cuando éstas lo reclaman. Quizás en este caso el fallo pudo ser no preguntar si había una contraorden a la dada inicialmente por Mábel Galaz, pero nadie podía imaginar que la persona que pidió el texto lo hiciera por iniciativa propia”. Lamentablemente, la persona en cuestión carecía de los conocimientos suficientes sobre las Casas Reales europeas para realizar ese trabajo. 

      Además, en el paso del texto de una sección a otra desapareció una palabra del primer párrafo haciéndolo momentáneamente incomprensible. En cuanto a los otros dos errores que incluía, no fueron detectados. Uno de ellos se ‘coló’ incluso en la edición impresa, que editó un redactor de cierre. Me hago cargo de que la tensión del cierre puede haber contribuido a ello decisivamente, pero nada justifica que ni la autora del texto, ni los redactores de Ultima Hora y Mesa de Cierre, se tomaran la molestia de leer una segunda vez la necrológica de Fabiola de Bélgica, con vistas a la segunda edición.

       Coincido plenamente con la lectora en que la muerte de Fabiola, que llevaba meses enferma, debiera haberse previsto. La muerte no suele tener la gentileza de atenerse a los horarios de cierre de los periódicos, razón por la cual es habitual preparar con antelación las notas necrológicas de personajes famosos por cuya vida se teme, ya sea por edad avanzada o enfermedad grave. También estoy de acuerdo en que los errores son inadmisibles, aunque hay que comprender que en el periódico se escriben decenas de miles de palabras cada día e, inevitablemente, se cometen y se seguirán cometiendo errores, aunque es obvio que hay que esforzarse más por evitarlos. También coincido con la lectora en que la figura de Fabiola de Bélgica, cuya boda, en 1960, fue todo un acontecimiento en Europa, y en España en particular, hubiera merecido algo más de atención por parte del periódico.

    Dicho esto, no comparto en absoluto las dudas que plantea sobre la capacidad profesional de Lucía Abellán, como corresponsal en una capital que genera informaciones de gran calado sobre la Unión Europea o la OTAN. Muy al contrario, creo que es la obligada especialización en estos temas, la que hace que los corresponsales en Bruselas se vean absorbidos permanentemente por la vorágine de la política comunitaria, sin tiempo para nada más.   

Hay 5 Comentarios

La explicación de la cadena de errores (más bien de chapuceras desidias) que da la Defensora pone los pelos de punta. Como se dice en catalán: excusas de mal pagador.

Pues a mí el comentario de la lectora Rodríguez me ha parecido, más que una crítica demoledora, sencillamente un análisis correcto de un trabajo mediocre a lo más. En una empresa privada, si un empleado trae un reporte de este tipo, se lo pone de vuelta y media, y se duda seriamente de su criterio, si aceptó algo para analizar que no está en su órbita, por así decirlo, y de su capacidad, si haciéndolo por suponer que sí lo estaba genera un trabajo insatisfactorio. Es sencillo, este es un ejemplo más de cosas similares, que ocurren a diario en EP, desde hace un tiempo no tan corto, más allá de sesgos evidentes en algunos casos de la objetividad, con notas de corresponsalías que semejan folletos de propaganda del Partido y la verdad desaparece por la puerta trasera a caballo del discurso ideológico, como suele suceder con algún corresponsal en Latinoamérica que se limita a reproducir propaganda política gubernamental convenientemente embellecida, o directamente es parte de ese gobierno directa o indirectamente, como algún blogger ídem (que al lector le tiene sin cuidado la simpatía del autor en el caso de la mera noticia informativa, y si lee regularmente al segundo conociendo sus antecedentes, es porque comulga con sus ideas), pero también aparecen errores de conocimiento mínimo por parte de dichas corresponsalías, que hacen a la comprensión de la noticia, y que no son de recibo para un(a) supuesto(a) periodista profesional, como por ejemplo la cobertura del tiroteo en el Navy Yard de Whashington, donde la cantidad de errores culturales, mala traducción, interpretación de información, y similares, era notoria y apabullante; daba vergüenza ajena. Lo mismo para el atentado terrorista de la Maratón de Bostón. Hay corresponsales de EP en el exterior, con los cuales uno puede o no coincidir en opiniones, cuando las expresan, pero por lo menos tergiversan una verdad que se preocuparon en investigar, y más allá de entender el idioma, algo mínimo requerible, también son capaces de comprender los matices del mismo, las diferentes interpretaciones y la influencia cultural, o al menos, dudar de ello y consultar a alguien más fogueado, etapa imprescindible para ser un profesional completo, y honesto. Lo mismo es válido para el día a día local; en términos generales, la cantidad de errores es notoria, tanto gramaticales como de redacción general, donde se repiten, por ejemplo, noticias completas dos veces en el mismo texto, se omiten o faltan claramente párrafos y palabras, se usan obvios homónimos alegremente, y es evidente que la revisión se hace en forma somera y como menos descuidada, en forma regular.

me estoy pensando seriamente en dejar de hacer comentarios en estos blogs porque ante los que comentan por ahí y allá que parecen discursos de Obama o del mismísimo D. Francisco 2º, 6º, bueno el que sea, pues que me entra complejo.

Estimada Señora Galán:
Quisiera manifestarle, en primer lugar, mi agradecimiento por el tiempo y el interés que se ha tomado en responder a mi carta y en tratar de esclarecer las circunstancias que rodearon la publicación de la necrológica y que motivaron mi queja como lectora.
Sin ánimo de proseguir con la polémica, solo quisiera puntualizar algunos aspectos de lo que, tanto usted como su corresponsal en Bruselas, afirman en el post de su sección.
Considero que mi escrito no debe ser calificado de "carta demoledora", yo no lo remití con la intención de destruir nada, más bien buscaba aclaraciones sobre los procedimientos de su periódico en un caso en el que se cometieron muchos errores inaceptables, como usted misma reconoce.
La necrológica ha suscitado, además de mi carta, 45 comentarios de lectores de elpais.es, como puede verse en su web. Un número importante de ellos se queja de inexactitudes, mala redacción y fallos evidentes de contenido.
La corrección relativa a la existencia de nietos de la Reina Fabiola solo se hizo después de que usted y yo nos intercambiáramos correos electrónicos, el día 8 de diciembre, y le pedí por favor que subsanasen un error tan evidente. La necrológica tiene fecha de 5 de diciembre 19:51 horas. El 8 de diciembre, a las 16:18, es decir, casi tres días más tarde, el texto seguía afirmando que la difunta tenía nietos. La palabra omitida en el primer párrafo, que hacía que éste resultara ilegible, se corrigió más o menos a la misma hora.
Respecto a los comentarios que la autora del texto hace sobre mi carta, he de confesar que no me han convencido del todo los argumentos que esgrime. Me parece muy honesto por su parte admitir que no debía haber aceptado escribir la necrológica, aunque esta observación abre una cuestión mayor: ¿Para qué tienen ustedes, entonces, corresponsal en Bruselas? Y no uno, sino tres. A lo mejor alguno de ellos sabía algo de una compatriota que fue reina de los belgas durante más de medio siglo. Afortunadamente, las necrológicas, por lo general, repasan las circunstancias vitales de personas que superan en edad, de largo, a los autores de las mismas; no creo que el “decalage generacional” incapacite a nadie para realizarlas. Respecto al tiempo del que dispuso para elaborar la necrológica, tampoco me parece tan escaso como se sugiere. Creo que para alguien acostumbrado a tratar temas complejos, como las informaciones relativas a la UE y la OTAN, con las prisas inherentes al oficio, no debe de ser una tarea extraordinariamente difícil redactar en una hora un breve apunte biográfico sobre la Reina Fabiola. Ustedes tienen acceso a las biografías de la Agencia EFE y a otros documentos que facilitan enormemente esta labor.
Por otro lado, yo no calificaría el texto de necrológica, sino más bien de mero apunte biográfico coincidiendo con el deceso. Efectivamente, como señala la corresponsal, la necrológica es todo un género, con mayor tradición en el periodismo anglosajón, cuya elaboración hubiera requerido realizar otras consideraciones sobre la importancia de la figura de Fabiola de Bélgica y tal vez recurrir a alguna otra fuente. Al margen de los periódicos que cita la corresponsal, supongo que tendrá contactos en sitios como la Embajada de España en Bélgica. A lo mejor alguien allí le podía haber ampliado su escasa información. Con independencia de la presencia pública mayor o menor de Fabiola en la vida social/oficial belga en los últimos años o cuando se casó, estamos hablando de una española que tendrá un lugar en la historia de ese país.
En mi carta no entré a valorar el contenido de la necrológica, que me pareció pobre y no muy afortunado, aunque no lo señalé, cosa que sí hicieron algunos lectores, como queda reflejado en los comentarios online. Una lectora se queja de la siguiente afirmación que realiza la corresponsal en la necrológica: “La nueva pareja real le pidió a Fabiola que siguiera participando en la vida pública del país, acostumbrado a contemplar su elegancia y su inconfundible peinado en numerosos actos oficiales”. Me parece una afirmación tan absurda como banal, impropia de El País, un pequeño insulto al lector serio. Estamos hablando de una persona que, además de ser española, estuvo casi treinta años en el trono de un país con importantes vínculos históricos con el nuestro. Creo que atendiendo a la relevancia y jerarquía de datos hubiéramos agradecido que recogiera otro tipo de hechos y no el de su peinado: lo desconocido de las circunstancias en que conoció a su marido, una vida marcada por la falta de descendencia, las profundas convicciones religiosas del matrimonio que caracterizaron su reinado, el episodio de la abdicación y la crisis institucional que origina, su papel en la educación de su sobrino y actual rey de los belgas…
En cuanto a los errores o inexactitudes de la necrológica, a los que hago referencia, y que la corresponsal no alcanza a comprender, se los explico. Además de equivocarse con el nombre de la actual reina y el lamentable capítulo de los nietos, se afirma en la necrológica que “su familia huyó de España en 1931, con la llegada de la República. Recalaron en Biarritz, París y finalmente en Lausana (Suiza), donde Fabiola realizó casi toda su formación.” Teniendo en cuenta que Fabiola nació en 1928 y que la familia volvió del exilio en 1936, suponiendo que empezara a estudiar con 5 años, Fabiola fue más o menos tres años al colegio en Suiza. Si estudió enfermería en España, así como la educación superior, es evidente que fue en España donde realizó casi toda su formación. Y dos errores por omisiones que recogen, curiosamente, las necrológicas de diarios como The New York Times o The Telegraph. Algo tan sencillo como indicar lugar y fecha de nacimiento (Madrid, 1928) y que su madrina de bautismo fue la Reina Victoria Eugenia. Fabiola vivió casi 20 años en España, conservaba la nacionalidad española, junto con la belga, su vida en nuestro país no es relevante, estoy totalmente de acuerdo, pero quizá estos datos tendría que haberlos incluido. Como lectora de El País y española, me produce sonrojo que las necrológicas de la Reina Fabiola de estos periódicos sean más correctas. ¿Se imagina usted si la Reina Fabiola hubiera sido británica qué hubieran escrito los grandes rotativos ingleses?
Respecto a la suerte de la necrológica cuando ésta llega a la redacción de Madrid, y que relata la Defensora del lector, creo que es mejor ni comentarla. Quienes nos limitamos a leer los periódicos no entendemos de Mesas de Ultima Hora, ni de Mesas de Cierre ni de esas cosas, pero parece claro que nadie leyó la crónica con un mínimo de rigor ni con intención de darle el visto bueno o subsanar erratas. Y lo es todavía más grave, al parecer no solo no se corrigieron las erratas que venían de Bruselas sino que aumentaron los fallos. Y apelar a que no había especialistas en Casas Reales, en fin... No creo que hagan falta, francamente. En definitiva, deduzco que la versión online de El País no tiene departamento de edición o corrección de textos, que era una de las cosas que yo quería saber y por las que me puse en contacto con la Defensora del lector.
Por último, quisiera decir que yo no he puesto en duda la capacidad de su corresponsal en Bruselas. Simplemente quería saber si ella se encarga de toda la información que se genera en Bruselas y en Bélgica,y si es así me sorprende su particular falta de criterio y rigor en la elaboración de esta crónica. La muerte de una española como la Reina Fabiola, con todas sus luces y sus sombras, creo que es un hecho periodístico de cierto alcance y de especial repercusión en nuestro país, de hecho, el funeral abrió prácticamente todos los telediarios. Creo que en este caso concreto, ni la corresponsal ni el periódico han realizado un trabajo digno ni han estado a la altura de las circunstancias y me reafirmo en lo señalado en mi primer escrito. Tal vez hubiera sido mejor reconocerlo abiertamente, cosa en cierto modo sí hace la Defensora del lector. Dice la autora del texto respecto a mi carta: “He leído el mensaje de la lectora y lamento mucho haber escrito lo que parece haber sido una necrológica (no una crónica, como ella dice) desafortunada”. Quizá hubiera sido más apropiado reconocer que ha sido una necrológica desafortunada, y evitar la expresión “lo que parece haber sido”, admito que es una necrológica (teóricamente) y no una crónica, pero como lectora no estoy familiarizada con los tipos de texto. El reconocimiento tenía que haberse producido no por la dureza de mi carta, sino por la sucesión de errores, erratas y fallos acumulados, y que muchos lectores han reflejado en comentarios que pueden leerse junto a su necrológica.
Lo demoledor no es mi carta. No me parece acertado el empleo de la expresión “carta demoledora”. Yo buscaba clarificar, esclarecer, aclarar y hasta reparar, por eso escribí dos veces a la redacción, para tratar de subsanar su “milagro” de haber convertido a la reina Fabiola en abuela durante más de 48 horas. Lo que es demoledor, es decir, lo que deshace, derriba o arruina la confianza de sus lectores en El País, es la sucesión de hechos y la mala práctica profesional que han demostrado en el suceso que nos ocupa. Usted ha titulado su post Muerte de una reina. Yo lo hubiera titulado Muerte del buen periodismo. Del periodismo de calidad, bien planteado, bien hecho, corregido y supervisado. Es el buen periodismo el que agoniza y lamentablemente, lo que aquí se denuncia no es ni mucho menos, un hecho aislado, lo que no hubiera motivado una carta tan extensa. Todos nos equivocamos y cometemos errores, es humano y comprensible. La Reina Fabiola, como todo hijo de vecino, se tenía que morir y encima ella, tan católica y tan pía, al parecer hasta lo estaba deseando. Lo que a mi me preocupa profundamente es la muerte del buen periodismo. Por eso me he tomado el tiempo y el interés de escribir esta carta, que me ha llevado mas o menos una hora, de donde deduzco que se puede hacer un apunte necrológico correcto en el mismo lapso de tiempo si se hacen las cosas entre todos con interés, dedicación, profesionalidad y rigor. Es decir, lo que ha faltado en este caso, lo que ha llevado tan lejos a su periódico y la razón por la cual nos gustaría seguir leyéndolo.

Independientemente de todo, esta mujer me parece que era una gran persona, gracias por hablar de ello en el artículo tal como expresa el título.

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Lola Galán

se incorporó a la plantilla de EL PAÍS en 1982, tras una etapa como colaboradora del diario. Ha sido redactora de las secciones de España y Sociedad, y reportera de la sección Domingo. Entre 1994 y 2003 ha ocupado las corresponsalías de Londres y Roma. En los últimos años ha trabajado para los suplementos del fin de semana, incluida la revista cultural Babelia. Madrileña, estudió Filosofía en la Universidad Complutense y Periodismo en la Escuela Oficial de Madrid.

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