El nuevo diseño de EL PAÍS ha provocado una reacción sin precedentes en los lectores y suscriptores de la edición impresa. No tanto por los cambios formales, como por los cambios de contenido que introduce. A la queja por la reducción del espacio para cartas de los lectores, y a la protesta masiva por la práctica ausencia de la programación de televisión, que el director atendió de inmediato, -el miércoles se recuperó buena parte de la misma, y muchos lectores me han escrito para agradecer esta decisión- le han seguido, en días posteriores, otras críticas que quiero recoger aquí.