La emoción y los hechos

Por: | 15 de febrero de 2017

Hace unos días dediqué mi artículo quincenal de la edición impresa (y la digital) a recoger la queja de un lector, Josep Miró i Ardèvol, a propósito de las contribuciones de dos lectores que se publicaron en la sección de Cartas al Director del 24 de enero. Posverdades epistolares era el título del artículo porque el señor Miró acusaba al periódico de dar cobertura en él, a través de estas cartas, a auténticas posverdades, en referencia al fenómeno que se produce cuando los hechos objetivos tienen menos influencia en la formación de la opinión pública que la emoción y las creencias personales. La crítica iba dirigida al jefe de Opinión, José Ignacio Torreblanca, que supervisa la selección de cartas, y en el texto no incluí, por razones obvias, los nombres de los firmantes de ninguna de los dos textos ‘encausados’. No obstante, el autor de uno de ellos, Juan Miguel Pérez Porras, me ha enviado un mensaje en el que responde a las objeciones que le hacía en el suyo el señor Miró.

Esto es lo que dice: “Recientemente, Josep Miró i Ardèvol ha presentado mi carta al director [titulada Fecundidad] como un ejemplo de posverdad y, por tanto, me ha acusado de apelar más a la emoción y a la creencias personales que a los hechos objetivos, según se desprende de la acepción del Diccionario Oxford. Además, ha enmendado la plana a EL PAÍS, al que acusa de hipócrita, por no censurar mi carta (…) donde lanzo una pregunta retórica en relación a la política restrictiva, anti inmigratoria, de EE UU y Gran Bretaña con posibles consecuencias sobre la economía mundial y la situación de la mujer de esos países, resaltando, por mi parte, que ya se han hecho en el pasado leyes que forzaban el matrimonio y la fecundidad en la Alemania nazi, a modo de ejemplo.

Vamos por partes. En primer lugar, me gustaría decir que no sé cómo se puede expresar una opinión sin ‘emoción o creencias personales’. Hasta donde yo sé, toda opinión es subjetiva y toda subjetividad se refiere a un ‘modo de pensar o de sentir del sujeto, y no al objeto en sí mismo’ (DRAE). Si nos atenemos a este concepto, todo el mundo cuando opina haría posverdad. Y, por tanto, el neologismo serviría más bien para desprestigiar lo emocional, lo personal, lo creativo en pos del sentido común, lo racional, el interés general (Josep Miró i Ardèvol alertaría contra ‘las fuerzas sociales ciegas’). Porque, claro, los pronósticos económicos aciertan, ¿no? A la vista está. (…)”

“En segundo lugar, mi carta se basa en hechos objetivos: EE UU y Gran Bretaña están desarrollando políticas restrictivas y nacionalistas, política anti inmigratoria. Asimismo, es un hecho demostrable que los países desarrollados económicamente tienen bajos índices de fecundidad (por debajo del índice sintético para el reemplazo generacional), entre otros factores, por la mejora del nivel de vida, la extensión de la educación, la incorporación de la mujer al mundo laboral. La consecuencia de ello es el envejecimiento de la población. ¿Cómo se está paliando esto en Europa y en EE UU? Con la inmigración; (…) Pero si se bloquea la inmigración, ¿Cómo se piensa mantener el Estado de bienestar o el propio funcionamiento de un país? ¿Construyendo androides –mejor dicho, ginoides– o fomentando la fecundidad para incrementar la natalidad de los países envejecidos?"

"Ciertamente", admite el señor Pérez, "podría haber puesto otro ejemplo menos efectista, antes que hacer referencia a la Ley de Salud Marital alemana, de 1935, donde casarse y tener hijos era el deber de toda alemana aria. No obstante, creo que, teniendo en cuenta estos datos objetivos, puedo hacer una valoración desde mi propio punto de vista, si no ¿a qué queda reducida la libertad de expresión? ¿A unos hechos objetivos con un análisis lógico y universal? ¿Dónde está la lectura que yo, como intérprete de la realidad, realizo desde mi inteligencia racional, lógica, objetiva en armonía con mi creatividad, mis emociones y mis creencias personales? ¿Acaso puedo desvincular de mi persona la emoción del cerebro? Resulta absurdo concebir una opinión desde la objetividad suprema”.

Creo que una cosa es la lógica subjetividad de una opinión y otra que la opinión se formule apelando a la emotividad que desata la mención a algunos periodos históricos (verbigracia, el nazismo), dejando en segundo plano la verosimilitud de la hipótesis que se plantea. Considero además que hay una importante diferencia entre “estimular la fecundidad”, como dice en su carta de hoy el señor Pérez, y lo que decía en la que dio lugar a la queja del señor Miró: “Me pregunto si tanto Gran Bretaña como Estados Unidos, con sus recientes políticas proteccionistas y nacionalistas, terminarán obligando a aumentar la fecundidad de la población femenina en sus respectivos países”.

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Lola Galán

se incorporó a la plantilla de EL PAÍS en 1982, tras una etapa como colaboradora del diario. Ha sido redactora de las secciones de España y Sociedad, y reportera de la sección Domingo. Entre 1994 y 2003 ha ocupado las corresponsalías de Londres y Roma. En los últimos años ha trabajado para los suplementos del fin de semana, incluida la revista cultural Babelia. Madrileña, estudió Filosofía en la Universidad Complutense y Periodismo en la Escuela Oficial de Madrid.

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