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18 may 2010

La Defensora se equivoca

Por: Milagros Pérez Oliva

En el artículo publicado en la edición impresa el domingo 16 de mayo cometí un desliz por el que quiero pedir perdón a todos los lectores, porque si es grave que un error así aparezca en un artículo del diario, más grave es que aparezca en el de la Defensora del Lector. En ese artículo atribuía al presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana haber calificado como “más que amigo” al presidente valenciano Francisco Camps, cuando había sido al revés. Fue el presidente valenciano quien, en la toma de posesión de la consejera de Justicia, dijo que habría que buscar en el diccionario una palabra mejor que la de amistad para definir la íntima y sentida colaboración que mantenía con el magistrado De la Rúa. A lo que este respondió que se sentía feliz por esa relación.

 

Me ha afeado este error, con razón, José Yoldi, redactor de tribunales, y también el lector Alfonso Alonso Barcón, quien me escribe: “Estoy totalmente de acuerdo con cuantas consideraciones se hacen en ese artículo de la Defensora del Lector, en especial con la que afirma: “(...) los periodistas tenemos nuestra propia responsabilidad: la de atenernos estrictamente a los hechos (...)”. Pero, por lo mismo, me ha resultado poderosamente llamativo el desliz en el que se incurre al decir que el presidente del TSJ de Valencia se declaró en su día “más que amigo” de Francisco Camps. En realidad, fue al revés y creo recordar que incluso con más énfasis (que la palabra amigo se quedaba corta, que habría que inventar una nueva para calificar correctamente la relación que había entre ellos). Pero eso, fue Francisco Camps quien lo dijo del otro, y no al contrario".

 

El lector ha observado que se incurre con frecuencia en este tipo de errores tanto en debates radiofónicos como en artículos de prensa, y cree que es por falta de cuidado, de exigencia profesional, y también por trabajar con prisas. “En disculpa de la profesión de ustedes he de añadir que esta anécdota me recuerda a cierta recurrente atribución errónea a Bertolt Brecht (en la que incurren incluso no pocos renombrados catedráticos y escritores) de unos famosos versos que, sin embargo, jamás escribió. Sin embargo, los errores ajenos no deben inducir los propios cuando la profesión de uno es la de informar, pues, entonces, en efecto, uno debe asumir la responsabilidad de atenerse estrictamente a los hechos, centrándose en lo que es más que en lo que puede ser, e informando de lo que se sabe —añadiría—, no de lo que se oye”.

 

“Ampliando el enfoque”, añade, “todo esto no es más que un McGuffin que nos lleva a lo que, en realidad, me interesa señalar: la falta extraordinariamente extendida de pulcritud, exactitud y cuidado que se observa hoy en nuestro país, en el desempeño de casi cualquier profesión. (…) Esto se comprueba a diario, insisto, en el desempeño de casi cualquier profesión, pero muy especialmente —siento decírselo, aunque usted seguro que ya lo sabe— de la periodística. Estoy todo lo bien informado que puede estarlo hoy un ciudadano ajeno al poder. Leo prensa y escucho radio de calidad desde hace más de 50 años (el diario EL PAÍS, desde 1976), diariamente. Pues bien, refiriéndome a los profesionales actuales del periodismo, se asombraría usted de saber la frecuencia con que de unos pocos años para acá me pregunto: ¿Pero es que no leen? ¿Es que no leen ni siquiera lo que publican sus medios?”.

 

Tiene razón, y sólo puedo decirle que lamento muchísimo haber contribuido a consolidar esa imagen. Como ya le he contestado por carta, en mi caso se trata de un lapsus incomprensible, pues sabía perfectamente que había sido el presidente Camps quien había pronunciado tal frase y, de hecho, me he referido públicamente a ella en varias ocasiones. Y, sin embargo, la escribí mal, después de haber repasado incluso la documentación. Un lapsus de los que no tienen explicación y que, para mi vergüenza, no advertí en las veces que repasé el texto.

 

El lector me ha respondido con benevolencia, cosa que agradezco sinceramente.

 

“Me place poder asegurarle que su fallo lo tomé como disculpa para ir al meollo de lo que, en realidad, encuentro censurable, que es lo que le señalo en mis dos últimos párrafos, referidos ya no a usted, mal podría, sino a la profesión periodística en su conjunto (repare en que le digo respecto a esa realidad: “aunque usted seguro que ya lo sabe”) y a un cierto sinsentido de la ética profesional que va contaminando poco a poco la manera de hacer casi cualquier cosa en nuestro país y que afecta ya a lo más granado de nuestras instituciones. De hecho, mi carta me vino sugerida casi automáticamente por el tema de fondo de su Jueces bajo sospecha. Su lapsus fue sólo el fulminante, el McGuffin”.    

 

 

 

 

 

 

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