En el artículo publicado en la edición impresa el domingo 16 de mayo cometí un desliz por el que quiero pedir perdón a todos los lectores, porque si es grave que un error así aparezca en un artículo del diario, más grave es que aparezca en el de
Me ha afeado este error, con razón, José Yoldi, redactor de tribunales, y también el lector Alfonso Alonso Barcón, quien me escribe: “Estoy totalmente de acuerdo con cuantas consideraciones se hacen en ese artículo de
El lector ha observado que se incurre con frecuencia en este tipo de errores tanto en debates radiofónicos como en artículos de prensa, y cree que es por falta de cuidado, de exigencia profesional, y también por trabajar con prisas. “En disculpa de la profesión de ustedes he de añadir que esta anécdota me recuerda a cierta recurrente atribución errónea a Bertolt Brecht (en la que incurren incluso no pocos renombrados catedráticos y escritores) de unos famosos versos que, sin embargo, jamás escribió. Sin embargo, los errores ajenos no deben inducir los propios cuando la profesión de uno es la de informar, pues, entonces, en efecto, uno debe asumir la responsabilidad de atenerse estrictamente a los hechos, centrándose en lo que es más que en lo que puede ser, e informando de lo que se sabe —añadiría—, no de lo que se oye”.
“Ampliando el enfoque”, añade, “todo esto no es más que un McGuffin que nos lleva a lo que, en realidad, me interesa señalar: la falta extraordinariamente extendida de pulcritud, exactitud y cuidado que se observa hoy en nuestro país, en el desempeño de casi cualquier profesión. (…) Esto se comprueba a diario, insisto, en el desempeño de casi cualquier profesión, pero muy especialmente —siento decírselo, aunque usted seguro que ya lo sabe— de
Tiene razón, y sólo puedo decirle que lamento muchísimo haber contribuido a consolidar esa imagen. Como ya le he contestado por carta, en mi caso se trata de un lapsus incomprensible, pues sabía perfectamente que había sido el presidente Camps quien había pronunciado tal frase y, de hecho, me he referido públicamente a ella en varias ocasiones. Y, sin embargo, la escribí mal, después de haber repasado incluso
El lector me ha respondido con benevolencia, cosa que agradezco sinceramente.
“Me place poder asegurarle que su fallo lo tomé como disculpa para ir al meollo de lo que, en realidad, encuentro censurable, que es lo que le señalo en mis dos últimos párrafos, referidos ya no a usted, mal podría, sino a la profesión periodística en su conjunto (repare en que le digo respecto a esa realidad: “aunque usted seguro que ya lo sabe”) y a un cierto sinsentido de la ética profesional que va contaminando poco a poco la manera de hacer casi cualquier cosa en nuestro país y que afecta ya a lo más granado de nuestras instituciones. De hecho, mi carta me vino sugerida casi automáticamente por el tema de fondo de su Jueces bajo sospecha. Su lapsus fue sólo el fulminante, el McGuffin”.