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12 jul 2010

Criterios para el tratamiento de las imágenes de menores

Por: Milagros Pérez Oliva

El lector Diego Fernández Belmonte me escribió hace un tiempo pidiendo aclaraciones sobre los criterios que utiliza EL PAÍS para el tratamiento de las imágenes de menores. En concreto, el lector planteaba lo siguiente: “Remito este mensaje para expresarle mi perplejidad ante la aparente inconsistencia de criterios en el tratamiento de la imagen de los menores. Mientras que normalmente la imagen de los menores aparece con el característico pixelado que evita el reconocimiento de sus rasgos faciales (en cumplimiento de la normativa de protección de menor, entiendo yo)”, en otras ocasiones aparecen niños de otros países sin proteger. Cita en concreto una foto del rescate de un niño de ocho años en el reciente terremoto de Brasil. “Desconozco si esto se debe al hecho de que el niño sea pobre y brasileño o al hecho de que ya esté muerto, pero su reproducción, al margen de los imperativos legales, parece sugerir una doble moral hipócrita y poco edificante”.

 

Tras consultar con Marisa Flores, editora gráfica de EL PAÍS, envié a este lector la siguiente respuesta: 

“Como usted sabe, los criterios periodísticos suelen tener cierta flexibilidad en su aplicación, pues no hay nunca dos circunstancias, sucesos o noticias que sean exactamente igual. Pero el tratamiento gráfico de los menores es una cuestión sobre la que hemos reflexionado mucho y que ha sido, además, objeto de encuentros, debates y acuerdos con la Fiscalía de Menores.

 

Salvando este cierto margen de discrecionalidad a determinar en cada caso, en general se aplican criterios distintos según el tipo de información en la que la fotografía vaya a incluirse. Si se trata de una información neutra o positiva, las imágenes pueden publicarse sin pixelar, pero en ese caso se requiere el permiso de los padres. Los fotógrafos piden normalmente la autorización cuando toman la imagen, y esa autorización ampara futuras reproducciones en reportajes del mismo tipo (por ejemplo, escenas de guardería, colonias infantiles, campañas de vacunación, etcétera). Por el contrario, debe pixelarse el rostro de los niños cuando la información en la que se incluyen pueda causarles algún daño o perjuicio en caso de ser reconocidos. Eso rige para todo tipo de sucesos o noticias negativas. En estos casos, incluso cuando los padres dieran el consentimiento, el diario debería igualmente pixelar el rostro, pues se trata de proteger al niño frente a posibles daños a su imagen, en el presente o en el futuro.

 

Hasta ahora, este criterio se ha aplicado de forma rigurosa en fotografías de niños que pueden ser reconocidos por encontrarse en un lugar en el que se distribuye el diario. Y no se ha considerado necesario pixelar el rostro, aunque la imagen sea negativa (por ejemplo de niños esnifando pegamento en São Paulo o rebuscando entre la basura en Calcuta) si ha sido tomada en un lugar remoto, porque se entiende que difícilmente serán reconocidos. La existencia de ediciones digitales ha cambiado, sin embargo, la situación y ya no es tan seguro que no vaya a causarles un perjuicio, pues la distribución de los diarios es ahora global. Esta nueva realidad ha dado lugar a una muy variada casuística que se resuelve caso por caso. En general, se aplica el criterio de pixelar el rostro cuando se cree que la foto puede tener efectos negativos sobre el niño.

 

Los abusos en la publicación de imágenes que pueden perjudicar a los niños por parte de algunos medios de comunicación llevaron en su día a la Fiscalía de Menores a tomar la iniciativa y adoptar medidas de protección de los menores, que EL PAÍS ha seguido escrupulosamente. Pero como ocurre con las situaciones en las que se trata de corregir excesos, se ha producido un movimiento pendular que ha llevado a tales restricciones en la publicación de imágenes de niños que ahora prácticamente han desaparecido de los diarios, cuando los niños, señala Marisa Flores, forman parte de la realidad y tampoco es normal que desaparezcan totalmente.

 

En el caso de la foto que menciona, la situación es distinta. Se trata de un suceso y, en este caso, mostrar la imagen del rescate del cadáver de un niño forma parte de una de las principales funciones del periodismo: la de mostrar la realidad. La imagen publicada no perjudica a nadie. Las limitaciones a tener en cuenta en este caso son las mismas que en cualquier otra foto de un suceso similar en que estén implicados adultos: que la imagen no hiera la sensibilidad de las personas que aparecen en ella o de los lectores que puedan observarla. En este caso creo que se trata de una foto respetuosa, que en cambio tiene un gran valor informativo, pues muestra el alcance de la tragedia ocurrida. Entiendo que esta puede ser una cuestión discutible, pues depende de la sensibilidad de cada persona la valoración de si la imagen cumple o no esos requisitos, pero en todo caso puedo asegurarle que su publicación no ha pretendido en absoluto herir ninguna sensibilidad ni provocar reacciones morbosas”.

 

Tras recibir estas explicaciones, el lector me volvió a escribir: “Le agradezco sus aclaraciones, así como el esfuerzo y la  molestia que se ha tomado en contestar a esta cuestión. Una vez entendidos los argumentos que apoyan la publicación de la foto señalada, así como los principios seguidos para el tratamiento de la imagen de los menores en EL PAÍS, me atrevería a sugerir la conveniencia de aclarárselos también a los restantes lectores. Conozco a varios de ellos que, ante el tratamiento diferenciado de las imágenes de menores (por ejemplo, entre primer mundo y tercer mundo), interpretan una discriminación implícita, como me ocurrió a mí mismo en un principio”.

 

Con la publicación de esta correspondencia, cumplo pues la amable sugerencia del señor Fernández Belmonte.

 

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