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19 feb 2011

Sobre Cercas y "Rico, al paredón"

Por: Milagros Pérez Oliva

 

Enrique García Lobo, de Granada, me remite una carta que ha dirigido también a la sección de Cartas al Director, a propósito del artículo de Javier Cercas “Rico, al paredón”. En su escrito a la Defensora, añade dos párrafos que había cortado de la carta original para que se ajustara a las dimensiones requeridas.

“Quisiera expresar mi preocupación sobre la posibilidad de que la publicación de un cáustico artículo por parte de uno de los colaboradores de referencia de este periódico en el mismo lugar que correspondería al Defensor del Lector, pueda ser indicativa de que a quien realmente se quiere enviar al paredón es a Milagros Pérez Oliva. Sería una gran pérdida para este periódico. Ella ha hecho de esta sección una tribuna viva en la que además de atender con gran seriedad las quejas de los lectores, aprovecha para reflexionar con gran lucidez sobre cuestiones de mayor calado. (…) 

En una cosa estoy de acuerdo tanto con Cercas como con el profesor Rico: es una pena que el debate se haya centrado en el post scriptum del profesor en lugar de las propuestas para la reflexión que hace sobre la reciente ley antitabaco. Pero ha sido el propio profesor el que ha provocado este efecto al introducir una frase que nada aporta a lo dicho en su artículo y que él sabía (como así ha reconocido después) que podía levantar polvareda y desviar la discusión por derroteros distintos al pretendido. En cuando a la repetida comparación de Cercas con los artículos de Millás, solo recordarle que en un periódico caben muy distintos estilos y que las reglas no son las mismas para una tribuna de opinión que para un artículo de otro tipo, lo mismo que son diferentes, por ejemplo, entre una novela y un artículo científico. Como ya decía Pérez Oliva, el “recurso literario” de Rico puede resultar muy apropiado en otra sección del periódico, pero no en esa.

P.S. De entre mis varios autores de obligada lectura en este periódico, mi preferido desde casi el inicio de sus colaboraciones es Javier Cercas. ¿Modifica esta afirmación en algo el sentido de mi carta?: yo creo que sí, porque enfatiza que no pretendo hacer aquí un ataque personal a mi querido Cercas sino a un artículo muy concreto, en mi opinión desafortunado. Del mismo modo, parece bastante obvio que el post scriptum de Rico también pretendía enfatizar el mensaje transmitido por su artículo al hacer ver que sus afirmaciones eran “desinteresadas” por no verse él afectado personalmente por ese tema y, por tanto, un recurso demasiado forzado intentar presentarlo ahora como una broma.

Párrafos adicionales:

1.- Ser escritor tiene inconvenientes (entre ellos lo difícil que es vivir de ese oficio) pero también ventajas. Entre las ventajas parece estar la de, una vez dicho algo y si comprueba que ha “metido la pata”, no necesita ni retractarse ni pedir disculpas: le basta con afirmar que lo dicho era una figura literaria. Lo hizo recientemente Sánchez Dragó y ahora lo hace Javier Cercas para defender a su amigo y/o admirado Francisco Rico. Querido Javier: ¿se ha leído usted el artículo de la defensora del lector que implícitamente cita? En realidad es una pregunta retórica porque confío tan plenamente en su profesionalidad que no me cabe duda de que lo ha leído. Ahora bien, me temo que su amistad y/o admiración por Rico ha sido un filtro poderoso que ha condicionado su lectura. Me parece una visión demasiado benevolente atribuir el post scriptum de Rico a una broma pues ni de la lectura de su artículo ni de su contestación al requerimiento de la defensora del lector es fácil deducir tal cosa. Tenga además en cuenta que la inmensa mayoría de los lectores no estábamos obligados a conocer (y de hecho desconocíamos) que Rico es “un hombre  a un cigarrillo pegado”, cosa que quizás, en una lectura muy benevolente,  nos hubiera empujado a atribuir esa frase a una irónica broma.

2.- Soy lector de El País desde su fundación en mi adolescencia y desde que Javier Cercas empezó a colaborar en este periódico se convirtió pronto en una de mis firmas imprescindibles y lo sigue siendo a día de hoy. El problema está en que desde que empecé a leer los artículos de Milagros Pérez Oliva como defensora del lector también se me convirtió en otra firma imprescindible. En el caso de nuestra defensora he de añadir además mi admiración por haber sabido convertir una sección que se solía utilizar para justificaciones más o menos bienintencionadas y con un cierto aire funcionarial de algunas imprecisiones publicadas en el periódico (cosa, por otra parte, esperable y habitual en este tipo de secciones) en una tribuna viva en la que se atienden de verdad y en profundidad las quejas de los lectores y aprovechando además con gran lucidez para invitarnos a reflexionar sobre los temas propuestos”.

Agradezco al Sr. García Lobo sus consideraciones y su contribución a este debate.  Como ya le he aclarado por correo, el hecho de que el artículo de Javier Cercas se publicara en el lugar del de la Defensora, es una casualidad. La figura del Defensor del Lector dispone, de acuerdo con el estatuto que rige su función, de un espacio en la sección de Opinión de los domingos, del que puede o no hacer uso según su criterio. Aparte de su columna periódica en El País Semanal, Cercas publica también de forma periódica un artículo en la sección de Opinión y al quedar libre ese espacio, pudo ponerse el del escritor previsto para ese fin de semana. Por otra parte, comparto con el Sr. García Lobo su admiración por Javier Cercas y su obra, lo que no es óbice para que discrepe en este caso de su posición en el artículo “Rico, al paredón”.

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El mismo domingo en que se publicó el artículo de Javier Cercas, recibí también una carta de Francisco Rubio en la que rebatía los argumentos expuestos en “Rico, al paredón”. El jueves recibí otra larga carta del mismo lector. Para entonces el artículo de Cercas había provocado otras reacciones y una fuerte controversia, a la que el lector se refiere. Reproduzco primero la carta del domingo, y a continuación la del jueves.

“Aprendo en Rico, al paredón (El País, 13/02/11), de Javier Cercas, que no sólo soy un perturbado, sino además (lo dice en griego, para mayor claridad) un agélastes. No es que me queje. Puede que tenga razón. Sólo que Javier Cercas (abundando en el artículo de Francisco Rico sobre el tabaco) primero me perturba y luego me llama perturbado.

Insinúan Cercas y Rico que la verdad funciona igual en todos los relatos: “La validez de un argumento es independiente de quien lo esgrime” (Cercas). “La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”, le espetó Rico a usted. 

Depende de dónde prediquen Agamenón y su porquero, como dirían los de Martes y 13 (y el psicólogo Paul Ekman, en Cómo detectar mentiras), la verdad es lo mismo pero no es igual. Si Kafka me cuenta que un hombre se ha transformado en un insecto, admiro la invención del novelista. Si me lo cuentan en El País, me alarmo porque en una novela o en el teatro sé a lo que voy. En El País también porque me fío de él, otra cosa es que no me fíe. Animo, por lo tanto, a Javier Cercas a que escriba ese supuesto artículo sobre su madre dentro de la nevera, en lugar de atribuírselo a Millás, y que lo envíe a El País a ver qué pasa. Si Francisco Rico me contase en una ficción que él o uno de sus personajes fuma o deja de fumar, no me engañaría. En El País, en efecto, me perturba.

Cercas y Rico  pasan por alto la información, perteneciente a la enunciación, que lo enunciado lleva consigo. (…) : “estas orejas tan grandes son para oírte mejor” es un enunciado mentiroso pero “voy a llevarle esta cestita a mi abuelita” es un enunciado que es verdad dentro de la enunciación del cuento de Caperucita, que es mentira pero no me engaña si sé que me están contando un cuento. Así, dentro de la novela (o en El País), los lectores percibimos también grandes verdades, verdades minúsculas y mentiras, de acuerdo a la parcialidad de los personajes. No es igual un fumador a favor del tabaco que un no fumador, ni la misma pose caballeresca (el mismo enunciado) es igual de verdad en Amadís, Sansón Carrasco, don Quijote o el ventero. Si esta reflexión llegara al propio Rico, diría que a él (lector atento de estos juegos de espejos sobre la verdad en la obra de Cervantes, aclarados por Riley, por si alguien no se había dado cuenta) todo eso y mucho más le resulta tan conocido, que podría disertar con la autoridad que aquí falta, por lo cual su afirmación de que no era fumador en su artículo sobre el tabaco fue calculada y, para nada, inocente. Como poco, buscaba una ventaja para sus argumentos. Pero es posible que el profesor calculara además para que se hablase de su artículo, aunque fuese mal.

Según Cercas, que Rico escriba que en su vida ha fumado es como si Nadal dijera que nunca ha cogido una raqueta, un rasgo de humor. Cuánto debieron de reír los que conocen al profesor Rico. ¿Y los que no lo conocemos? Somos la mayoría. Más bien pensamos, como buenos agenoséqué, que Rico se rió de nosotros pues, por seguir con la teoría literaria, tan usada por Cercas en su artículo, la diferencia entre la tragedia y la comedia es que en esta nos reímos pero en la primera son los Dioses  o el Destino los que se ríen.  Ríen porque Ellos saben algo que nosotros no sabemos, mientras que en la comedia nosotros sabemos algo que los personajes risibles ignoran. Ese es el quid de la cuestión: las relaciones entre humor e información.

Cuando leímos el artículo de Rico, los que admiramos su obra sin tener el gusto de conocerle,  como por ejemplo su edición del Quijote, que ha llegado a mis manos sin ningún agujero producido por alguna colilla indiscreta, al principio pensamos algo así: Un hombre tan sabio hablando a favor del tabaco … y encima no es fumador. La reacción sobrevino cuando descubrimos que fumaba como un carretero. Evidente que Rico, con la última frase de su artículo, buscaba provocarla: o antes (qué gracioso) o después (qué mentiroso). Humor e información van unidos y una mala mezcla puede resultar trágica, en vez de cómica, como nos lo enseña la fábula del pastor que avisaba, por tener qué reír, de que venía el lobo.

Con todo, ¿la comparación de Francisco Rico con Rafa Nadal es exacta? Me gustaría que, en España, la popularidad de un intelectual de élite fuese la de un deportista de élite pero no es así. No sólo se sabe a qué se dedica Piqué, sino que se aspira a saber quién es su novia, mientras que al profesor las cámaras no le siguen para ver si fuma, al contrario de lo que hacían con Frank Rijkaard. Lo que sí se sabe es que Rico es una autoridad, un filólogo, un académico. Por eso mismo, su caracterización como no fumador, con los argumentos adjuntos, es perturbadora, porque su artículo se publicó porque lo escribía una autoridad (a mi no me lo habrían publicado). Agamenón, abusando de ella, ha pretendido colarnos las verdades del porquero. Que no nos vengan, pues, con que la verdad es la verdad: el argumento de autoridad existe y el abuso de autoridad también. La comparación de Cercas no resulta menos perturbadora. Más cierta (pero menos eficaz para los intereses del articulista) sería así: que Francisco Rico diga que en su vida ha cogido … un libro es como si Nadal dijese …  pues Francisco Rico es conocido de la mayoría por leer y escribir, no por fumar.

El profesor Rico se ha quejado de que, centrados en su rasgo de humor, nadie ha atendido sus argumentos. Pero es el propio Rico el que ha desviado la atención, mediante ese "toque personal", en una práctica más propia del fútbol que de la ciencia, pues recuerda a las provocaciones de Mouriño para atraer la tensión sobre sí y no sobre sus jugadores (los argumentos).

Frente a la comedia (o lo que sea) de Francisco Rico, llegará, por fin, con el buen tiempo, la tragicomedia de los que no somos  héroes o personajes de periódico: cuando tenga que ir por la playa apartando colillas sin parar, por delante de mi hija pequeña, tan amiga, como todos los niños, de jugar con la arena. (…) Y encima hay que aguantar que Javier Cercas nos hable en griego porque no nos queremos reír”.

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El jueves 17, el mismo lector me envía esta nueva, y nuevamente extensa pero intensa, reflexión:  

 “Estimada Defensora del lector de El País:

El pasado domingo, tras leer el perturbador artículo de Javier Cercas, le dirigí a usted un correo en el que, entre otras cosas, le decía: “Humor e información van unidos y una mala mezcla puede resultar trágica, en vez de cómica, como enseña la fábula del pastor que avisaba, en broma, de que venía el lobo”.

¿Cargué demasiado las tintas? Parece que no. De inmediato, Arcadi Espada, en El Mundo, se ha encargado de confirmar vaticinio tan tremendo. Y, si no hubiese sido Espada, habría sido otro. Y si no hubiese sido nadie, no sería porque Cercas no había abonado el terreno.  Arcadi Espada no hace otra cosa, en su artículo, que llevar a la práctica las teorías que Cercas expuso el pasado domingo en El País. Javier Cercas acababa su artículo tratando de “perturbados” a los que se creyeran que Superman volaba, es decir, a los que se creyeran que Francisco Rico en su vida había fumado un cigarrillo. Perturbados  tendrán que ser ahora los que se hayan creído que Cercas estaba en una “casa de tolerancia” pues,  con las  propias palabras de Javier Cercas, en El País, “lo que se plantea en este caso es hasta qué punto es lícito gastar una broma en un periódico. Porque, Dios santo, ¿acaso hace falta aclarar que la apostilla de Arcadi Espada solo puede ser eso, una broma?”

Puestos a mentir para gastarla en un periódico, lo cual es lícito, según Cercas, resulta significativa la mentira elegida por Espada. Nos traslada a esa mezcla entre sexo e imagen pública, a esa abolición entre lo público y lo privado gracias a la abolición de los límites entre realidad y ficción, propia del reality show, tan de moda gracias al proceso a Berlusconi.  Pero, desde que leo El País, o sea, desde su primer número, yo creía que “mi” periódico no tenía nada que ver con el reality show y aledaños. Lo que Arcadi Espada lamenta irónicamente es que el nombre de Javier Cercas “fuera citado al día siguiente en uno de esos siniestros programas televisivos que se llevan el gato del periodismo al agua, pero sólo para escaldarlo”. Y entiendo que las teorías de Cercas, en el artículo de referencia, justifican “esos siniestros programas” porque, si en el periodismo se puede mentir, aunque sea para gastar un a broma, entonces ya no hay fronteras entre verdad y verosimilitud, ni entre falsedad y ficción, que es lo que ocurre en esos programas.

Entiendo también que las teorías expuestas por Cercas parecen situarse ambiguamente en la línea editorial de El País, y sería bueno que la Defensora del lector nos lo aclarara, porque, por  más que un artículo de opinión exprese la libertad de opinión del articulista y no necesariamente la del medio que lo acoge, ha tenido que ser desde un medio rival desde donde se conteste a Javier Cercas. Mientras, El País no ha considerado de interés, entre las cartas de sus lectores, no ya las que se ocuparan de Javier Cercas en concreto, si es que las hay (…).

Javier Cercas iniciaba su artículo con una cita. Como, a fin de cuentas, su artículo, aunque lo disimulaba, no era otra cosa que un alegato a favor del argumento de autoridad (la de su maestro, Francisco Rico), buscó al personaje más desautorizado que pudo encontrar, que le permitiera arrimar el ascua a su sardina.  Y citó a Hitler. Pues bien, ahora ya no es Hitler el que exige “una campaña legal contra quienes propagan mentiras políticas deliberadas y las diseminan a través de la prensa". Es el propio Javier Cercas (y sus acólitos), con respecto a Arcadi Espada, el que la sugiere.

Humor e información van unidos. Nos reímos de un chiste gracias a que poseemos una determinada información, que nos permite albergar unos prejuicios, y así los chistes de aquí no hacen gracia en Noruega, ni los chistes sobre homosexuales hacen ya aquí la gracia que antes (porque ahora tenemos otro tipo de información). En You Tube puede verse a los maravillosos Martes y 13 bromeando sobre una mujer maltratada: ¿eso hace ya gracia hoy, tal como está el patio? En el periodismo no caben ese tipo de  "bromas" (como la de Rico, defendida por Cercas) porque tal humor necesita jugar con la información, la cual es precisamente el seguro de vida de un periódico. 

 La "broma" de Francisco Rico, defendida por Javier Cercas, es discutible, porque no era tan de dominio público que Rico fuese un fumador. De esto trataba también mi pasado correo, a propósito de la diferencia, por lo que toca a las relaciones entre humor e información, entre comedia y tragedia. Aquella era la versión educada. Como es sabido, la original es: “La diferencia entre tragedia y comedia es que, en la comedia, yo te doy una patada en el culo, mientras que en la tragedia tú eres el que me la da a mi”. Cercas pretendió teorizar sobre la posibilidad de dar patadas cómicas en el periodismo, como las que salen en las películas mudas de Charlot, y lo primero que ha pasado es que la patada se la han dado a él.  Ese es el problema del artículo de Cercas: que da licencia a un tipo de parcialidad que no casa muy bien con la objetividad del periodismo serio, aunque sea en el ámbito de la opinión (yo diría que esa objetividad narrativa es aún más exigible en el ámbito de la opinión). Por eso, junto al artículo de Rico, El País debió de haber publicado una foto del profesor fumando, para que la "broma"  fuese lo que Javier Cercas pretende que es, y no habríamos llegado hasta aquí. No hubo tal. Así es que lo de Rico era una broma será porque Cercas lo diga.

Le saluda atentamente, Francisco Rubio. Alicante”

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También en relación al artículo de Javier Cercas recibí el 18 de febrero estas reflexiones de Pedro Ródenas Ruiz, de Manzanares El Real (Madrid):

“El pasado domingo, día 13, leyendo en OPINIÓN Rico, al paredón, del escritor Javier Cercas, quise escribir una Carta al director, pero como la semana pasada publicaron una que envié, desistí, ya que por el corto tiempo transcurrido era lógico pensar que ni siquiera la leerían. Así, con otro criterio y sin el corsé de las preceptivas quince líneas, decidí dirigirme a la sección DEFENSORA DEL LECTOR para expresar mi rechazo a la publicación de ese artículo, que si echamos mano del Libro de estilo, apenas se mantiene en pie.

“Rico, al paredón”. Caramba, un título tan agresivo y, a la vez, sabiendo que por el nombre sólo podía tratarse del eminente filólogo Francisco Rico, me causó estupefacción, por ser quien era. Pero no hay que alarmarse, pues seguidamente Javier Cercas le defiende de las críticas recibidas por un articulo que el Sr. Rico publicó en El País, en el que, criticando la nueva ley antitabaco, decía que en su vida había fumado un solo cigarrillo, cuando algunos lectores, parece ser que sabiendo que era un gran fumador, lo acusaron de mentir.

Siguiendo en esta línea de defensa, Javier Cercas se marca una historia rocambolesca y –aún con mayor imaginación– le pone, nada más y nada menos, el nombre de ¡Juan José Millás! al autor (cabe suponer que le habría autorizado a ello). Y todo para demostrar que esta invención, junto al artículo de Rico, pueden ser verdades o  llegar a ellas mediante el embuste o la mentira; si bien, por la estética del lenguaje y por la connotación negativa de la palabra mentira, yo prefiero nombrar imaginación, invento o ficción, aunque –según apunta Cercas– el mismísimo Vargas Llosa la usa cuando tiene que hablar de novelística.

Finalmente, con sutil artificio, aúna los artículos afirmando que, siendo muy distintos, ambos poseen humor. Bueno, ya se sabe que en esto depende tanto del emisor como del receptor. Desde luego, por lo que a Rico respecta, la verdad no aprecio ningún humor, al menos en la locución que se relata: que criticando la referida ley del tabaco y siendo un fumador impenitente, se descuelgue diciendo que no ha fumado un solo cigarrillo en su vida. En todo caso es pura ironía.

Termino: no entro a analizar el estilo de la columna, en la que cita una necrología familiar, da un papel al mismo director del periódico y ciertas ordinarieces impropias; puede que responda a que esté pergeñando algún relato”.     

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Luis José Herrero López, de Collado Mediano (Madrid), también ha querido intervenir en la reflexión, con la siguiente carta.

"A cuenta de la supuesta broma de Francisco Rico cuando este concluía su artículo contra la ley antitabaco con la contundente postdata "no he fumado un cigarrillo en mi vida", y que ha generado una prolongación del debate entre la defensora del lector, Milagros Pérez Oliva y Javier Cercas, este último afirma que "la validez de un argumento es independiente de quien lo esgrime: dos más dos son cuatro independientemente de que quien lo afirme sea matemático o torero", una actualización de la frase "la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero". Y creo que tiene razón. Tanta como si dijera "una falacia es una falacia, la diga quien la diga". Porque es notable la tendencia que recientemente vengo observando en figuras de reconocido prestigio intelectual, a los que se le supone formación, criterio y objetividad por encima del ciudadano común, en su desinhibida capacidad en enhebrar un desatino tras otro en lo tocante a la ley antitabaco -sobre todo si son fumadores- gracias a una utilización intensiva del argumentum ad vericundiam y falacias sucesivas. Y es que lo que todos ellos pretenden es, precisamente, utilizar el prestigio de su nombre para validar los argumentos -a veces pobrísimos- que utilizan, como una renovada forma del argumento de autoridad.

En todo caso, Sr. Cercas, por bajar a lo concreto desde el Olimpo de las grandes ideas, podríamos poner un ejemplo respecto a la dependencia real que existe entre ciertos argumentos y quien los esgrime: Franco describía su régimen como una democracia -eso sí, orgánica- en este país. Mientras, en esas mismas fechas, De Gaulle -por hablar de otro militar ejerciendo de político- hacía lo mismo en Francia. ¿Hablaban de lo mismo, o era más verdad en un caso que en otro?"



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