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09 jul 2011

La democracia no puede depender del periodismo

Por: Milagros Pérez Oliva

Javier Moltó

(Publicado en abril en el blog del autor y remitido a la Defensora como contribución al debate)

Algunos pensadores relacionan calidad de periodismo con calidad de democracia. Frases del estilo “La democracia no es posible sin un periodismo serio e independiente” son utilizadas casi cada día.

Quienes utilizan estos argumentos confunden, algunos quizá de forma interesada, periodismo con información. La información sí es imprescindible en una sociedad democrática, pero no hay ningún motivo para que el trasiego de la información sea un negocio del cual se pueda vivir. No hay ningún motivo para que haya periodistas que viven de elaborar o intermediar con esa información.

A quienes nos importa más la democracia que el periodismo nos corresponde buscar mecanismos para que la democracia no dependa de los periodistas ni de la prosperidad de sus negocios de venta de información.

El periodista que defiende su negocio tiene como objetivo convertirse en un canal imprescindible para que la información llegue al ciudadano. El sueño de todo periodista es conseguir la exclusiva de una información. La exclusiva y la primicia son radicalmente opuestas a la información útil para los ciudadanos. Se ha disfrazado de servicio público una labor cuya prioridad era obtener rendimientos: económicos, de audiencias…

El buen funcionamiento de la democracia no puede depender de que los periodistas hagan bien su trabajo.

Un periodista y cualquier otra persona cuyo primer objetivo sea la defensa de la democracia y no la defensa de su negocio, o de su vanidad, debe buscar todo lo contrario de lo que busca un periodista de investigación. Debe intentar que se reduzcan las fuentes ocultas, que la transparencia sea infinita, que no existan vericuetos ocultos para la información, que no haya fuentes privilegiadas. Que no pueda haber primicias. Que toda la información esté en manos de todos mediante los mecanismos adecuados.

La falta de transparencia de un político y de cualquier servidor público es corrupción. Distraer información es tan grave o más que distraer dinero y deberíamos penarlo de forma similar.

El derecho del periodista a guardar secreto profesional para no desvelar sus fuentes se convierte en un arma perversa para la información misma. Casi siempre es más relevante el conocimiento de la fuente que la información que da la fuente. Quién dice qué, por qué motivos y cuáles son sus intereses, es siempre una información imprescindible para valorar una información. No lo es para vender más periódicos. Sí lo es para que el ciudadano esté informado y tenga mejores datos antes de decidir su voto.

Para mejorar la calidad de nuestras democracias, los ciudadanos deberíamos encontrar formas para que la necesidad de estar informados no dependa de los periodistas, de sus intereses, y de su objetivo de generar recursos con la información que nos suministran.

Con los periodistas y con sus negocios tenemos el mismo problema que con los políticos y sus cargos. Unos y otros están interesados en mantener un sistema que les permite cobrar un sueldo a final de mes. A ellos no les interesa que cambie. Los políticos profesionales no harán nada por cambiar el sistema electoral que les permite mantener la poltrona. Somos los ciudadanos quienes tenemos que obligarles a moverse y quienes debemos encontrar métodos para conseguir mejores grados de participación social en la vida política.

Con el periodismo la situación es diferente. La llegada de la información en formato digital ha puesto en cuestión el modelo de oligopolio de los canales de distribución de la información. La tecnología les ha obligado a moverse, pero algunos se resisten y reclaman ayudas públicas para sostener un negocio esencial para el buen funcionamiento de la democracia.

No conozco soluciones que garanticen información de calidad a los ciudadanos que queremos estar informados. Lo que sí sé es que ahora los ciudadanos no estamos bien informados porque el sistema no nos da acceso a buena información. No es culpa exclusiva de los periodistas. Tampoco de los políticos. Es responsabilidad de todos.

La solución definitiva no llegará mediante fórmulas que protejan el periodismo como negocio. La solución tenemos que encontrarla mediante fórmulas que garanticen canales abiertos de información, accesibles en igualdad de condiciones a todos los ciudadanos. Seguro que hay dificultades para conseguirlo, pero estamos obligados a encontrar el método.

Seguirán existiendo periodistas que clasifiquen la información, que la valoren y que la muestren de forma inteligible. Personas cuyo esfuerzo se centre en digerir la información para los demás, no en conseguirla. La información tiene que llegar de forma automática, no podemos depender de héroes que consigan aquella información que está vedada para todos los demás.

Por desgracia, todavía harán falta periodistas de investigación durante muchas décadas. No sólo para obtener algún dato de mafias y empresas corruptas. También harán falta para controlar la administración pública. Pero estamos obligados a reducir su área de trabajo al mínimo. Abrir puertas y ventanas de la Administración y de los partidos políticos es un primer paso imprescindible.

Igual que nos conviene desconfiar de las buenas intenciones de los políticos, conviene que desconfiemos de las buenas intenciones de los periodistas. Que presenten el periodismo como una institución imprescindible no significa que nos convenga que lo sea. Su argumento me recuerda al de músicos y cineastas, cuando dicen que sin canon se pone en peligro la cultura (simplifico).

La actitud saludable para la sociedad consiste en buscar soluciones que liberen a la democracia del periodismo, en lugar de utilizar la democracia para apuntalar el periodismo.

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