Fernando Galdoni

Sobre el autor

, argentino, nacido en el 68, jefe de la sección Internacional de El País y apasionado lector de historia y literatura iberoamericana.

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Brasil se debe a Sudamérica

Por: | 31 de octubre de 2011

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El plantón que la mitad de los países iberoamericanos dieron a la Cumbre de Asunción el pasado fin de semana fue una descortesía hacia el presidente Fernando Lugo. Más pecado tuvo la ausencia de los otros socios de Paraguay en Mercosur y, entre éstos, la falta más llamativa fue la de Brasil. Para empezar porque todo el sur brasileño se ilumina gracias a la electricidad paraguaya y, para acabar, porque desde hace siete años todas las reuniones y proyectos regionales dicen algo solo si Brasil está allí para decirlo. El peso político que Brasilia ha ganado en la región conlleva una responsabilidad que ningún gobernante brasileño puede ignorar.

Es difícil encontrar en la historia brasileña una etapa donde la diplomacia haya sido tan activa como durante la era Lula: el país tiene todo que decir en la Organización Mundial de Comercio y en el debate sobre el cambio climático, es uno de los fundadores del G-20, lleva la batuta en la campaña para ampliar el Consejo de Seguridad de la ONU, ha forjado un polo mundial de peso con China –que será el segundo mayor inversor en América Latina para 2020-, Rusia, India y Sudáfrica (los BRIC). Dentro de América Latina, Brasil mantiene vivo al Mercosur a pesar de los roces con Argentina. Y Unasur, la organización regional con mayor potencial en este momento, es un invento brasileño.

Para la historia latinoamericana, es curioso que Brasil, que nunca demostró interés por el proyecto de unidad bolivariano, sea hoy su máximo impulsor y garante. Cuando la América hispana soñaba en el siglo XIX con la integración, el imperio luso-brasileño se sentía apartado de las repúblicas herederas del imperio español por la lengua y las rivalidades dinásticas. El régimen brasileño representaba el continuismo monárquico, esclavista y expansionista contra el cual se habían rebelado los libertadores Simón Bolívar y José de San Martín.

Brasil fue ajeno a los varios intentos regionales de integración del siglo XIX como fueron la Gran Colombia, las Provincias Unidas de América Central o la Peruano-boliviana; y distante de la riqueza de ideas de cómo debía funcionar esa gran mancomunidad latinoamericana. Muchos historiadores atribuyen el primer esbozo unionista al padre del movimiento de emancipación americana, el venezolano Francisco de Miranda, que ya en 1791 propone “formar de la América Unida una gran familia de hermanos”. Entre 1810 y 1865 la llama de unidad se mantiene viva. En la Carta de Jamaica, Bolívar plasma su sueño de una América unida y, al mismo tiempo y con gran lucidez, las dificultades para ver ese sueño cumplido.

Ante la proximidad del fin de las guerras de emancipación, el ímpetu integracionista cobra fuerza. El 7 de diciembre de 1824, dos días antes de que el mariscal Antonio de Sucre pusiera fin al conflicto por la independencia en la batalla de Ayacucho, Bolívar, como presidente de la Gran Colombia (que abarcaba los actuales Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela), propone a los gobiernos de México, Centroamérica (Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica), Perú, Chile, Brasil y las Provincias Unidas de Buenos Aires a debatir la posibilidad de una confederación.

En junio de 1826 se instaló en la Ciudad de Panamá un congreso al que asistieron casi todos los representantes convocados por Bolívar a excepción de los de Brasil y los del Río de la Plata, por entonces en guerra por la posesión de la Banda Oriental (Uruguay). En poco más de 20 días de sesiones, se acordó la creación de una liga de las repúblicas y una asamblea supranacional, y se selló un pacto de defensa. Sin embargo, el “Tratado de Unión, Liga y Confederación perpetua” que surgió de este congreso fue ratificado tan sólo por la Gran Colombia. Pero como ésta se disolvió en 1830 y las Provincias Unidas de América Central algunos años después, el Congreso de Panamá pasó a la historia. Eso sí, lo hizo como el primer hito en la creación de la mancomunidad latinoamericana.

En plena ebullición de ideas desde todos los rincones ilustrados de América para impulsar la integración, los discursos más encendidos a favor de la unidad comienzan a incorporar el sentimiento antiestadounidense. La relación de admiración y cierto recelo que Bolívar había mantenido con el poderoso vecino del Norte empiezan a tener tintes de desconfianza y temor al sur del río Bravo y, desde luego, a ser motivo de división en el continente. La guerra mexicano-estadounidense (1846-1848), tras la que México pierde la mitad de su territorio, las andanzas del aventurero William Walker en Centroamérica -se autoproclamó presidente de Nicaragua entre 1856 y 1857 y acabó fusilado en Honduras tres años después-, el incidente conocido como de la “tajada de sandía” entre estadounidenses y panameños de 1856, y los intentos por apoderarse de Cuba, avivaron el debate sobre la necesidad de una integración hispanoamericana en contra de la América sajona.  

Pero la guerra de la Triple Alianza de 1865 a 1870 acaba de un mazazo con los ideales de mancomunidad. Paraguay queda prácticamente diezmado en población y territorio tras el brutal conflicto que lo enfrenta a los ejércitos de Brasil, Argentina y Uruguay. Más tarde, en 1879, Chile libra la guerra del Pacífico contra Bolivia y Perú, arrebatando a ambos países importantes trozos del territorio y riquezas naturales. Los bolivianos incluso pierden su salida al mar.

Desde el primer mandato de Lula, Brasil ha liderado la construcción de una mancomunidad latinoamericana política, social y económica que, aunque no responda exactamente al sueño de Bolívar, se acerca bastante. Sería una pena que un proyecto tan ambicioso que ha recorrido tanto camino acabe en vía muerta solo por conflictos o estados de ánimo internos. Brasil no puede darse ese lujo. Tampoco Argentina.

La primera decepción del Libertador

Por: | 14 de octubre de 2011

Campaña admirable bolivar libertadorUna colega venezolana me recordó que un 14 de octubre pero de 1813 a Simón Bolívar le fue otorgado el título de Libertador de Venezuela. Lo aceptó señalando que para él "era más glorioso y satisfactorio que el cetro de todos los imperios de la tierra". Fue un momento de esplendor de la llamada Campaña Admirable con la que Bolívar consiguió la liberación del occidente venezolano y que, junto a los éxitos militares de Santiago Mariño -otro líder surgido de la elite colonial como Bolívar- por el oriente, dio paso a la Segunda República de Venezuela. Además, en el baile en honor de Bolívar que se celebró en la capital, este conoció a Josefina Machado, Pepita, una veinteañera que sería su amante por más de cuatro años.

Hay dos cosas que me vienen a la memoria de esos años de la Segunda República. La primera es la guerra a muerte entre los dos bandos. Tanto realistas como revolucionarios asesinaron, degollaron y mutilaron a infinidad de hombres, mujeres y niños. El pillaje también era corriente. Al igual que Bolívar y su líderes militares, los oficiales españoles como Antonio Zuazola o el caudillo asturiano José Tomás Boves, financiaron la guerra echando mano de las propiedades de los enemigos e hicieron la vista gorda con los crímenes perpetrados por sus subordinados. "Las grandes medidas, para sostener una empresa sin recursos, son indispensables aunque terribles", escribiría el Libertador años después de la guerra a muerte.

La segunda es el decepcionante desenlace de esta etapa para el Libertador. Bolívar aprendió mucho durante la Campaña Admirable sobre estrategia militar, pero mucho más como político. Antes de partir hacia el exilio en Jamaica en mayo de 1815, el Libertador se dio cuenta de que el verdadero desafío esos años no habían sido los españoles o sus aliados, sino los propios revolucionarios americanos. Bolívar había sido derrotado por la rivalidad entre los criollos y la hostilidad de los caudillos. Ambos problemas serán cada vez más acuciantes y lo acompañarán hasta el final de sus días. Afianzarán también en el Libertador la idea de que las cosas solo salen bien cuando logra imponer sus políticas y sus proyectos, una peligrosa creencia que conduce a la dictadura.

Por cierto, Pepita, presionada por su madre, también abandono a Bolívar al final de esta frustrante etapa. "Mi deber de hija me lo impone, Simón", según el relato del historiador José Ignacio García Hamilton. "Él contempló con desolación su rostro claro y sus cabellos renegridos y prefirió, por un resto de orgullo, no contestarle".

Ni vencedores ni vencidos

Por: | 11 de octubre de 2011

Rivera y oribe

Fructuoso Rivera y Manuel Oribe, líderes de los colorados y blancos, los bandos uruguayos enfrentados en la Guerra Grande (1839-1851).

 

En España se escucha con frecuencia en estos días que el conflicto con ETA debe acabar "sin vencedores ni vencidos" y se me ocurrió pensar en la primera vez que leí acerca de esa frase. Me puse a revisar las notas para ese libro que nunca escribí y que he ido recopilando a lo largo del tiempo y ahí estaba: 8 de octubre de 1851, el día en que el general uruguayo Manuel Oribe se rindió ante su par argentino (entrerriano para ser más exactos) Justo José de Urquiza. La llamada "Paz de Octubre", sellada ese día, consagró el lema "ni vencedores ni vencidos" como una amnistía para los dos bandos uruguayos enfrentados: blancos y colorados.

Sobre la trascendencia de ese 8 de octubre, el historiador británico John Lynch escribió: "La liga formada por Brasil, Uruguay y Entre Ríos en mayo de 1851 y a la que más tarde se sumaron Corrientes y Paraguay para derrotar a Juan Manuel de Rosas [caudillo y gobernador de Buenos Aires] logra su primera gran victoria" -Argentine caudillo (SR books)-. También lo hizo el historiador argentino Pacho O'Donell en Juan Manuel de Rosas: el maldito de la historia oficial (Norma Editorial): "Oribe, quien sostuvo una prolongada y secreta entrevista con Urquiza, no ofreció resistencia capitulando el 8 de octubre de 1851, 'desacreditado pero no deshonrado' como él mismo escribirá".

¿Ahora bien, la Guerra Grande, como se la conoce en Uruguay, acabó ese 8 de octubre de hace exactamente 160 años sin "vencedores ni vencidos"?

Uruguay logró por fin su territorio independiente pero quedó devastado tras 12 años de guerra. Perdió su territorio de las Misiones Orientales en manos de Brasil y contrajo fuertes deudas de guerra. Oribe fue durante muchos años denostado por los historiadores de su país hasta que su figura fue reinvindicada por un auténtico caudillo uruguayo del siglo XX, Luis Alberto de Herrera.

Argentina vivió una guerra fratricida. Había argentinos en ambos bandos y el conflicto siguió en tierras porteñas hasta el derrocamiento de Rosas en febrero de 1852, en la batalla de Caseros. Rosas marchó al exilio y murió en Inglaterra. Durante el mandato de Carlos Menem sus restos fueron repatriados y su figura también reinvidicada por los historiadores nacionalistas.

Brasil ganó el territorio de las Misiones Orientales pero perdió para siempre la provincia Cisplatina (Uruguay). Eso sí, aseguró sus fronteras y aplastó el movimiento separatista de Rio Grande do Sul. Unos años antes, el imperio ya había sometido los deseos republicanos de las regiones del norte, la llamada Confederación del Ecuador.

Gran Bretaña y Francia lograron con la independencia uruguaya que las aguas del Río de la Plata fueran internacionales. La libre navegación de los ríos era de vital importancia para el comercio de ambos países. Así, como en muchos otros conflictos, las potencias europeas sacaron provecho de los enfrentamientos entre las facciones locales.

Podría enumerar millones de consecuencias más de la Guerra Grande y de ese 8 de octubre de 1851, pero creo que con esto basta para demostrar que la fecha es una de las más significativas de la historia suramericana y, sobre todo, que eso de que no hay vencedores ni vencidos es puro cuento.

Cuba libre para todos

Por: | 07 de octubre de 2011

Ayer terminé de leer el libro Bacardí y la larga lucha por Cuba de Tom Gjelten -editado por Principal de Libros- y confieso que ha sido una grata sorpresa. Cuando un amigo me lo regaló, como quien no quiere la cosa, lo miré con cierto recelo porque imaginé que era una historia panfletaria sobre la gran destilería cubana y propaganda anticastrista. No es ni una cosa ni la otra, es un ensayo muy bien planteado que recorre la historia de Cuba de los últimos 150 años a través de la saga familiar y empresarial de los Bacardí. Al menos un miembro de este clan familiar ha estado en primera línea de los acontecimientos de la isla desde que Facundo Bacardí empezó con una pequeña destilería de ron en el número 32 de la calle Marina Baja de Santiago de Cuba.

Por supuesto que el libro cuenta el origen de popular trago cuba libre y del daiquirí, pero no es por esto por lo que destaca, sino porque cuenta hechos muy interesantes. Creo que no es de dominio público que los Bacardí estuvieron a la cabeza de la oposición a Fulgencio Batista y que apoyaron a Fidel Castro. Es más, cuando el comandante viajó a Washington poco después de tomar el poder al único empresario que llevó en su comitiva fue a José Pepin Bosch, yerno del fundador, presidente de la destilería en los cincuenta y ex ministro de Finanzas cubano durante la presidencia de Carlos Prío. Evidentemente, la relación se rompió después de que Castro expropiara las propiedades de la familia y la situación obligara a los Bacardí a abandonar la isla. Tanto se quebró, que en 1963 Bosch llegó a comprar un bombardero A-26 Invader para destruir una refinería en Cuba. El plan nunca se ejecutó porque ningún piloto aceptó la misión y porque las autoridades de Costa Rica, desde donde iba a despegar el aparato, dejaron de apoyar el atentado. 

Es verdad que la anécdota de Bosch es otra de las tantas historias de amor y odio visceral en el elenco de la revolución cubana, pero a mí nunca dejan de sorprenderme. Bosch fue uno de los cinco miembros fundadores de la Representación Cubana en el Exilio (Rece), entre los que también estaba Jorge Mas Canosa, quien más tarde sería el líder del movimiento anticastrista en Estados Unidos. El libro habla, por supuesto, del ascenso de Mas Canosa, de su relación con Luis Posada Carriles y de cómo la comunidad cubana se abrió paso en Washington. El autor defiende "que la familia Bacardí construyó una empresa ligada al desarrollo social y económico de Cuba. Llegaron a la mayoría de edad con la nación cubana y la épica historia de sus vidas y aventuras a lo largo de varias generaciones, muestra temas cubanos clásicos: revolución, romance, placer e intriga". El libro no es un panfleto, es una buena e instructiva novela.

Carlos Andrés Pérez, QEPD

Por: | 03 de octubre de 2011

Por fin Carlos Andrés Pérez va a descansar en paz. Tras más de diez meses de disputas entre las dos mujeres de su vida, el cadáver de CAP, como se le conocía, será sepultado esta semana en un cementerio de Caracas. Ganó la viuda Blanca Rodríguez, que vive en la capital venezolana. Perdió la pareja de hecho y ex secretaria de la presidencia, Cecilia Matos, que se quedará en Miami sin una tumba a la que llevar flores. Y aunque lo lamento por la señora Matos, creo que CAP merece reposar en el país que lo vio nacer y en el que fue una de las figuras clave del Siglo XX. Porque al que fuera dos veces presidente de Venezuela se lo puede criticar, pero jamás negar lo importante que fue para su gente y para el resto de latinoamericanos.

Ni siquiera el presidente Hugo Chávez, quien en 1992 encabezó un golpe de Estado contra Pérez, puede negar que el político socialdemócrata tuvo más aciertos que errores. Después de todo, el presidente-comandante no solo ha copiado muchas de las políticas de CAP, sino que también está decidido a repetir su mayor equivocación: gastar todo el dinero del petróleo sin pensar que en el futuro los precios de las materias primas pueden hundirse o los recursos acabarse. 

Pérez alcanzó la primera presidencia en 1974 con el lema "Democracia con Energía". Fue uno de los primeros en abrazar la tesis de que los países menos desarrollados podían utilizar sus recursos para presionar a los más ricos y lograr un mundo más equitativo. En cuanto asumió el cargo "nacionalizó" el petróleo y con las divisas por las exportaciones puso en marcha un ambicioso programa social. Para más inri, el embargo de los países árabes contra los aliados de Israel tras la guerra de Yom Kipur disparó los precios del crudo y eso a la CAP le vino de perlas. Nació la "Venezuela saudí".

Con los petrodólares, CAP también decidió ganar peso internacional y apoyó varias causas regionales. Respaldó a Omar Torrijos en su lucha por la restitución del Canal de Panamá y apoyó las campañas de Jaime Paz Zamora en Bolivia, Bertand Aristide en Haití y Violeta Chamorro en Nicaragua. Chávez también apoya a gobiernos extranjeros con el dinero del petróleo: al boliviano de Evo Morales, al nicaraguense de Daniel Ortega y a Mahmud Ahmadineyad en Irán. Sin olvidar que el Gobierno venezolano aun respalda al derrocado gobierno del dictador Gadafi. 

En su segunda presidencia (1989-1993), CAP se vio arrastrado por unos precios del crudo en declive y una deuda externa monumental, fruto de años de derroche desde mediados de los setenta. Sufrió la mayor revuelta social de la historia moderna venezolana, superó dos golpes de Estado y finalmente fue procesado acusado de corrupción y destituido por el Congreso. La decisión solo tenía entonces un precedente en la historia suramericana: el caso del ex presidente brasileño Fernando Collor de Mello.

El País

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