Fernando Galdoni

Sobre el autor

, argentino, nacido en el 68, jefe de la sección Internacional de El País y apasionado lector de historia y literatura iberoamericana.

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El reino de los mapuches

Por: | 25 de diciembre de 2011

Un 25 de diciembre murió Pedro de Valdivia, el conquistador de Chile. Extremeño como Cortés, Pizarro o Nuñez de Balboa, el militar dejó tras de sí el conflicto más largo de la historia de la conquista española en el Nuevo Mundo: la llamada Guerra de Arauca, el enfrentamiento entre los colonizadores y los mapuches. Y aunque para los historiadores esta guerra de casi tres siglos acabó con la conquista de la Araucanía bien entrado el Siglo XIX, el choque entre el Estado chileno y la comunidad mapuche no ha tocado a su fin. Es más, desde la vuelta de la democracia al país andino en 1990, la situación ha empeorado con el aumento de las invasiones de tierras ancestrales por parte de la comunidad y la también creciente represión policial.

Ni los sucesivos gobiernos de la Concertación de centroizquierda ni el actual presidente conservador Sebastián Piñera han sabido o parecen haber tenido la voluntad para zanjar una crisis que afecta a una comunidad de 600.000 habitantes entre 17 millones de chilenos. Entre 2002 y 2006 murieron al menos cuatro indígenas y decenas fueron encarcelados. En 2010, se produjo una huelga de hambre de 86 días a la que se llegaron a sumar 38 presos mapuches en protesta por la aplicación de la ley antiterrorista contra la comunidad. Hasta la ONU ha expresado su preocupación por la aplicación de una ley de la dictadura pinochetista contra los indígenas y ha insistido al Gobierno en la necesidad de negociar con los mapuches una salida al conflicto.

La comunidad indígena reclama básicamente el reconocimiento constitucional, la autonomía en sus territorios ancestrales y derechos como el de ser consultada por el Estado en la concesión de licencias de infraestructuras energéticas y actividades mineras o forestales, en línea con las reivindicaciones de los aymaras y quechuas en Perú y Bolivia. Muchos reivindican el llamado Wallmapu o “territorio circundante”, el nombre geográfico y cultural de la mapuche, que ha habitado los territorios más australes de América, hoy dividido entre Chile y Argentina.

379px-Antoine_de_Tounens_vestido_de_MapucheTal vez, por qué no estudiarlo, sería bueno recuperar para la comunidad mapuche parte del extinto Reino de la Araucanía y la Patagonia, aquella monarquía constitucional instituida en 1860 por el abogado y noble francés Orélie Antoine de Tounens, fallecido en 1878. Aunque la aventura duró 13 meses y fue aplastada por el Ejército chileno sin haber obtenido reconocimiento formal alguno, todavía hoy vive en París un pretendiente al trono araucano. Philippe Boiry, nacido en 1927 y conocido como Felipe I de Araucanía y Patagonia, podría ser un buen mediador ante un conflicto en punto muerto. Este periodista y profesor parece que mantiene buenos contactos con jefes mapuches, de entre los cuales debería surgir por supuesto el futuro monarca de una región trazada tomando como referencia el acuerdo de paz de Quillín entre la nación mapuche y el Imperio español.

La segunda independencia de Latinoamérica

Por: | 16 de diciembre de 2011

El monopolio comercial y burocracia en manos de los españoles impuesta por los Borbones a los criollos americanos en los albores del Siglo XIX fueron el detonante de la guerra de la independencia. Sin el apoyo de los burócratas y empresarios locales ninguno de los libertadores, Bolívar o San Martín, hubieran obtenido el apoyo político y la financiación para las campañas militares independentistas. El ansia por el libre comercio, unido al arraigo de las ideas republicanas, fueron las mechas de la emancipación. Paradójicamente, más de 200 años después de las independencias, es el fracaso de la última ronda de liberalización del comercio mundial la que concede a América Latina la oportunidad de una segunda independencia, ya no política, sino mercantil.

El estancamiento de la Ronda de Doha más de un decenio después de su puesta en marcha simboliza el cambio de orden en la economía mundial. La llamada "Ronda del Desarrollo" puesta en marcha en la capital catarí a finales de 2001 surgió para impulsar el comercio tras los atentados del 11-S y la guerra de Afganistán. Fue parida con dureza, con mucho recelo por parte de economías emergentes como la de Brasil y Argentina, dos países que tendrían mucho protagonismo en la cumbre de la Organización Mundial de Comercio (OMC) de Cancún de 2003, en la que los países africanos, respaldados por un incipiente G-20 (que por entonces no incluia a los países ricos), dieron portazo a Estados Unidos y la Unión Europea, empeñados en mantener el sistema de subsidios y barreras en agricultura.

Aunque en Hong Kong en 2006 hubo un nuevo intento de avanzar en la liberalización del comercio, pero la cumbre de la OMC volvió a terminar con una gran bronca entre Brasil e India por una parte, y la UE y EEUU por la otra. Los primeros se resistieron a abrir sus mercados a los bienes y servicios de los países industrializados sin una contrapartida en el tema agrícola. Las siguientes reuniones clave, celebradas en la sede de la OMC en Ginebra, limaron algunas asperezas pero nunca llegaron a dar a luz un acuerdo. Tras 121 meses de negociaciones, el periodo más largo de cualquier ronda comercial desde la de Ginerbra en 1947, Doha agoniza.

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Trabajadores descargan sacos de soja importada en el puerto de Nantong, al este de China. AP

EEUU, y sobre todo la UE, se equivocaron en su empeño de mantener el sistema de ayudas a la agricultura hasta forzar el portazo de los países emergentes, dispuestos en un principio a avanzar en la liberalización pero dentro de un sistema más equitativo que el acordado tras la Ronda de Uruguay (1986-1995). El estancamiento de Doha amenaza con resucitar el proteccionismo comercial y disparar la negociación de tratados bilaterales de libre comercio en los que muchas veces los países menos desarrollados tienen serias dificultades para conseguir un buen acuerdo frente a las potencias.

Pero la crisis ha revertido la balanza de poder y hoy son los países emergentes quienes tienen la oportunidad de negociar con ventaja un acuerdo multilateral que incluya el desmantelamiento de las ayudas a la agricultura y, sobre todo, las medidas de acceso preferente para los productos de los países más pobres de América Latina y África. Brasil, Argentina y México, los tres miembros latinoamericanos del G-20, deberían tomar la iniciativa para desbloquear un estacamiento que no favorece a nadie.

Europa y EEUU están en crisis, las exportaciones de China caen una media mensual del 2% y la economía brasileña amenaza con estancarse. Es la ocasión para que una nueva ronda de liberalización del comercio mundial puede sea negociada desde una posición de fuerza para los países emergentes. Para América Latina sería una oportunidad única de proclamar una segunda independencia.

Llamémosle Indoamérica

Por: | 04 de diciembre de 2011

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La reciente cumbre en Caracas de los jefes de Estado y ministros de Exteriores de 33 países de América Latina y el Caribe para la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el nuevo foro de integración continental que excluye a EEUU y Canadá (también a las ex metrópolis de España y Portugal), es una buena ocasión para recordar los años que han tenido que pasar para que se recuperara una idea que básicamente enterraron las guerras posteriores a las independencias: la de Triple Alianza (1865-1870) y la del Pacífico (1879-1883), cuyas heridas aun sangran en la región.

Aquellos enfrentamientos entre latinoamericanos allanaron el camino para que los partidarios de la expansión estadounidense encabezados por James Blaine –dos veces secretario de Estado y candidato republicano a la presidencia- buscaran arrebatar a la Gran Bretaña la influencia que ejercía sobre Hispanoamérica desde antes de la emancipación, y proclamaran la doctrina del panamericanismo, que se materializa en la Primera Conferencia Panamericana (Washington, 1889-1990). José Martí fue testigo y cronista de aquella reunión clave para la historia de la región. Le preocupó ver que Blaine defendía la anexión de Cuba por parte de EEUU y el uso de América Latina como una plataforma natural para la expansión industrial estadounidense. Allí, en oposición a la nueva conquista, germina la célebre expresión “Nuestra América” del escritor cubano.

A la cumbre con la EEUU pretendía aumentar su comercio con el resto de América asistieron todos los gobiernos del hemisferio, salvo República Dominicana. El logro más duradero de la conferencia fue la creación de la Oficina Comercial, que tenía la labor de recopilar información económica de los países del hemisferio. Pronto se convirtió en la Oficina de Repúblicas Americanas, para 1910 se la rebautizó Oficina de la Unión Panamericana, en 1948, se transformó en la Organización de los Estados Americanos (OEA).

Y esta a esta OEA es a la que la Celac aspira a reemplazar para desterrar una doctrina Blaine que ha imperado prácticamente un siglo. “A medida que pasen los años, [la Celac] dejará atrás a la vieja y desgastada OEA”, declaró el presidente venezolano Hugo Chávez. La OEA “es un organismo mellado por lo viejo, por el desgaste de los años, muy lejos del espíritu de nuestros pueblos, de la independencia, de la integración de América Latina”, añadió. Prescindir de la OEA es, para muchos latinoamericanos, prescindir de la tutela estadounidense, un ideal que proviene desde los primeros días de las repúblicas independientes iberoamericanas.

A medias del siglo XIX, en plena ebullición de ideas procedentes de todos los rincones ilustrados de América para impulsar la integración, los discursos más encendidos a favor de la unidad comenzaron a incorporar el sentimiento antiestadounidense. La relación de admiración y cierto recelo que Simón Bolívar había mantenido con el poderoso vecino del Norte empiezan a tener tintes de desconfianza y temor al sur del río Bravo y, desde luego, a ser motivo de división en el continente. El escritor y diplomático colombiano José María Torres Caicedo reforzó la visión bolivariana de integración al proponer la creación de un Estado supranacional tendiente a desterrar “la inferioridad que el aislamiento engendra en cada uno de los Estados latinoamericanos”. Su propuesta de confederación perseguía reunir “en un haz único y robusto todas las fuerzas dispersas de América”. Abogó por la conformación de un parlamento y un tribunal superior comunes, además de un ejército para impedir que potencias extranjeras pudieran apropiarse de territorios de la unión. Torres Caicedo también concibió la abolición de los pasaportes locales en favor de la nacionalidad latinoamericana y hasta imaginó un sistema educativo primario homologable.

Para entonces, el chileno Francisco Bilbao, a quien se le atribuye haber sido el primero en utilizar la expresión América Latina durante una conferencia celebrada el 22 de junio de 1856 en París frente a un grupo de exiliados hispanoamericanos, intensifica su campaña para impulsar una Confederación Latinoamericana o de Repúblicas del Sur. “Tenemos que perpetuar nuestra raza americana y latina; que desarrollar la república, desvanecer las pequeñeces nacionales para elevar la gran nación americana… y nada de esto se puede conseguir sin la unión, sin la unidad, sin la asociación”, declaró. Más de un historiador interpreta que Bilbao empleó la expresión América Latina en un contexto antiimperialista puesto que, como muchos de los pensadores hispanoamericanos a mediados del siglo XIX, ya temía al expansionismo continental impulsado desde Washington.

En un extenso ensayo a favor de la unidad continental titulado La Confederación Colombiana (1859), el neogranadino José María Samper rechazó la búsqueda de la identidad hispanoamericana en un simple parentesco racial o por la comunidad de lengua, cultura o religión. “El hecho determinante de las razas es la civilización. Y la civilización colombiana es una, la democrática, fundada en la fusión de todas las viejas razas en la idea del derecho. Tal es la obra que debemos conservar y adelantar, y es para ese fin de unificación que conviene crear la Confederación Colombiana...”. Más tarde, Samper recoge en otro ensayo la idea de las dos Américas y propone utilizar el término de Colombia para designar a todo el territorio al sur de Estados Unidos.

La guerra mexicano-estadounidense (1846-1848), tras la que México pierde la mitad de su territorio, las andanzas del aventurero William Walker en Centroamérica -se autoproclamó presidente de Nicaragua entre 1856 y 1857 y acabó fusilado en Honduras tres años después-, el incidente conocido como de la “tajada de sandía” entre estadounidenses y panameños de 1856, y los intentos por apoderarse de Cuba, avivaron el debate sobre la necesidad de una integración hispanoamericana en contra de la América sajona. 

Justo Arosemena, considerado “el padre de la nacionalidad panameña, pronunció en Bogotá un discurso incendiario en julio de 1856: “Señores: Hace más de veinte años que el Águila del Norte dirige su vuelo hacia las regiones ecuatoriales. No contenta ya con haber pasado sobre una gran parte del territorio mexicano, lanza su atrevida mirada mucho más acá. Cuba y Nicaragua son, al parecer sus presas del momento, para facilitar la usurpación de las comarcas intermedias, y consumar sus vastos planes de conquista un día no muy remoto”.

Recupera Arosemena el concepto bolivariano de “mancomunidad” hispanoamericana y también propone renunciar al nombre de América. “Siga la del Norte desarrollando su civilización, sin atentar a la nuestra. Continúe, si le place, monopolizando el nombre de América hoy común al hemisferio. Nosotros, los hijos del Sur, no le disputaremos una denominación usurpada, que impuso también un usurpador. Preferimos devolver al ilustre genovés la parte de honra y de gloria que se le había arrebatado: nos llamaremos colombianos; y de Panamá al Cabo de Hornos seremos una sola familia, con un solo nombre, un Gobierno común y un designio. Para ello, señores, lo repito, debemos apresurarnos a echar las bases y anudar los vínculos de la Gran confederación colombiana”.

Muchos años después, ya entrado el siglo XX, Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador y líder histórico de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (el hoy Partido Aprista Peruano) acuña para todo ese territorio el nombre de Indoamérica.

El País

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