Fernando Galdoni

Sobre el autor

, argentino, nacido en el 68, jefe de la sección Internacional de El País y apasionado lector de historia y literatura iberoamericana.

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Memoria de Ituzaingó

Por: | 20 de febrero de 2012

La batalla de Ituzaingó del 20 de febrero de 1827 es un hito en la historia suramericana que merece mucho más homenajes de los que tiene. Quizás tanto o más que la Vuelta de Obligado, una derrota que encaja como anillo al dedo para quienes se sirven de un discurso nacionalista y populista sin escarbar demasiado en las entrañas de la historia. Ituzaingó fue una victoria de las tropas argentinas y los uruguayos aliados contra el Imperio del Brasil, pero esto es lo de menos. El conflicto con Brasil acabó más o menos en empate: Argentina ganó la guerra terrestre, pero el bloqueo naval del imperio dejó bastante tocadas a las economías de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Con Ituzaingó se completó nada menos que la segmentación del Virreinato del Río de la Plata. La batalla dio pie a la creación de la República Oriental del Uruguay y, para entonces, Bolivia ya era independiente y Paraguay ya se había encerrado en sí mismo. Las fronteras argentinas ya no cambiaron significativamente desde entonces. ¿Pero qué hubiese sucedido si las tropas rioplatenses, en vez de retirarse hacia Uruguay, hubiesen perseguido a las tropas brasileñas en su territorio? Probablemente la paz hubiese sido más beneficiosa para los intereses argentinos, tal vez no manteniendo la banda oriental bajo su soberanía pero sí al menos la región conocida como las Misiones Orientales, un territorio al este de la actual provincia argentina de Misiones. El general José Paz, que participó en el combate, la bautizó como "la batalla de la desobediencia" porque "todos mandaron, todos lucharon, todos triunfaron, todos siguieron sus instintos", en referencia a que los comandantes enmendaron en el campo de batalla el error táctico de Carlos María de Alvear. Tal vez las tropas debieron desobedecer del todo y adentrarse en territorio brasileño.

Lo cierto es que no sucedió así. Por falta de pertrechos y de una clara apuesta desde el poder central las tropas argentinas y orientales se retiraron, permitiendo que la primera derrota del Ejército imperial de Pedro I no fuera tan humillante. Sin embargo hay una anécdota muy curiosa sobre la batalla: tras la retirada brasileña los argentinos hallaron un cofre que, entre otras cosas, contenía la partitura de una marcha que debía entonarse para conmemorar la primera victoria del Ejército imperial. Supuestamente, la había compuesto el propio emperador y se la había entregado en mano al marqués de Barbacena, su jefe militar. En la novela El imperio eres tú, de Javier Moro, sobre la vida de Pedro I, sí se hace referencia al dolor que causó al emperador perder la Provincia Cisplatina (Uruguay), pero no certifica que éste hubiera escrito la marcha. Sin embargo, teniendo en cuenta la pasión por la música de Pedro I, es probable que compusiera o encargara personalmente la dichosa partitura. La marcha se utiliza hoy para anunciar la llegada del presidente argentino a los actos oficiales. Es, junto al bastón de mando y la banda, un atributo que solo se reserva a la figura presidencial.

Caudillo bueno, caudillo malo

Por: | 13 de febrero de 2012

¿Hubo caudillos buenos y malos? Resulta que The Caudillo of The Andes, Andrés de Santa Cruz, de Natalia Sobrevilla Perea, viene a sostener que había diferencias sustanciales entre los caudillos andinos y los mexicanos, o los de las pampas argentinas. Todos se sontenían gracias a una fuerza militar o de milicias leal y digamos que no tenían muchos remilgos a la hora de tomar decisiones autoritarias para conservar el poder; pero parece que a los caudillos andinos les gustaba legitimar sus gobiernos con una Constitución formal, siguiendo tal vez el ejemplo de Bolivar. Por contra, un caudillo como Juan Manuel de Rosas no necesitaba de ningún documento de perogrullo para imponerse y a mexicanos como Santa Anna le bastaban los "pronunciamientos". 

Andres de Santa CruzTal vez por esta búsqueda de legitimidad -aunque sea un poco falsa- ayude a que la figura de Santa Cruz es intocable en Bolivia. Está considerado por los historiadores bolivianos y muchos peruanos como un gran líder militar y un hábil político y administrador. Para muchos fue el caudillo que llevó a Bolivia a una época de apogeo que jamás volvió a repetirse. Es tal la admiración que se profesa por Santa Cruz, que la propia autora confiesa en una nota a pie de página que el ex presidente Carlos Mesa le pidió que no lo calificara como caudillo. Evidentemente, para Mesa, el término es siempre negativo y no se ajusta a la personalidad y obra de su héroe. La autora sí coincide con la historiografía general que define al caudillo como un producto de las guerras de la independencia hispanoamericanas, pero se reserva la idea de diferenciarlos geográficamente.

En el Río de la Plata la imagen de los caudillos que combatieron por expulsar a los invasores ingleses de Buenos Aires en 1806 y 1807 fue positiva, pero la popularidad de los que les sucedieron tras la independencia, fue mayormente negativa o al menos disputada. La connotación negativa se afianza y generaliza tras la publicación en 1845 del libro de Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, que describe la vida de un líder regional que gobierna bajo el terror. Más tarde, las obras Los caudillos letrados (1922) y Los caudillos bárbaros (1929), del boliviano Alcides Arguedas redunda en la idea de que los caudillos evolucionaron de la ilustración a la barbarie.

Más tarde, el revisionismo histórico -al que adhieren hoy muchos de los gobernantes suramericanos- se orientó fundamentalmente a la defensa de la figura del caudillo u hombre fuerte local que surgió tras las guerras de la independencia, considerada por la historiografía oficial como símbolo del atraso político y cultural. Es curioso que cuanto más populista parece un gobierno, más se empeña en abusar de la manipulación de los hechos para reinterpretar la historia a favor del caudillo -el asociado a la barbarie, para entendernos- y de las conmemoraciones de acontecimientos históricos. Es difícil saber que hubo caudillos buenos y malos, pero lo cierto es que la historiografía latinoamericana todavía se debe a sí misma muchas biografías en las que se hable de sus próceres sin ideologías ni prejuicios -o con los menos posibles-.

El libro de Natalia Sobrevilla busca ese equilibrio y esto ya la hace recomendable. No es una biografía al uso del prócer boliviano (nace, estudia, participa y se muere en…) sino un trabajo más ambicioso que reflexiona sobre el caudillismo andino y explica la creación de la Confederación Perú-Boliviana, el segundo proyecto de integración regional postindependentista más ambicioso después de la Gran Colombia. Santa Cruz vivió para ese sueño y lo convirtió en una realidad desde 1836 y hasta 1839, año en que fue vencido por un ejército de peruanos contrarios al proyecto, apoyados por Chile y Argentina, y lideradas por Agustín Gamarra, otro hijo de español e indígena como Santa Cruz, que intentó a su vez reanexar Bolivia a Perú. Los dos tenían el mismo objetivo, uno como federación y el otro como Estado único centralizado en Lima, y se entorpecieron lo suficiente como para que ninguno lo lograse. Cosas de América Latina.

 

El País

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