Fernando Galdoni

Sobre el autor

, argentino, nacido en el 68, jefe de la sección Internacional de El País y apasionado lector de historia y literatura iberoamericana.

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La II Guerra y Latinoamérica

Por: | 26 de marzo de 2012

El 27 de marzo de 1945 el entonces ministro de Guerra argentino, general Juan Domingo Perón, declaró formalmente la guerra a las potencias del Eje. La decisión llegaba tarde para disipar las suspicacias de los aliados sobre las simpatías del régimen militar argentino por la Alemania nazi y la Italia fascista. Y llegaba aun más tarde para impedir un cambio geoestratégico en la región suramericana que iba a acabar con la relación de fuerza que hasta entonces sostenía Argentina y Perú por un lado, y Brasil y Chile como sus contrarios. La Segunda Guerra Mundial encumbraría a Brasil como potencia militar regional y le daría a su Ejército tal confianza en sí mismo, que acabaría por dar el poder por los siguientes 20 años a los generales más activos durante la contienda.

Tras tres reuniones de ministros de Exteriores americanos, en Panamá en 1939, en La Habana un año después; y en Petrópolis poco antes del ataque japonés a Pearl Harbour, todos los países declararon la guerra al Eje excepto Argentina y Chile, arguyendo ambos su más estricto apego a la neutralidad. Brasil y México entraron en guerra a mediados de 1942. La mayor aportación de sendos países fue el permiso de uso de sus bases aéreas y puertos por parte de la aviación y la marina aliadas. Miles de aviones estadounidenses despegaron de bases brasileñas con destino a los frentes de África y Europa durante los años siguientes hasta el fin del conflicto.

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Unos 25.000 brasileños formaron la Fuerza Expedicionaria Brasileña (FEB) que combatió en el frente italiano, de los que casi 2.000 murieron en el frente. Los brasileños combatieron a lo largo del valle del Po y participaron en la liberación de varias ciudades. Aunque la FEB se disolvió tras el fin del conflicto, los militares implicados forjaron una fuerza política que modificó el rumbo de Brasil. El que fuera ministro de Guerra durante los años de la contienda, Eurico Gaspar Dutra (amigo de toda la vida de Vargas), evolucionó del filofascismo a 'defensor de la democracia' entre 1937 y 1945, cuando participó en octubre de ese año en el movimiento que acabó con 15 años de dictadura de Getúlio Vargas. Inmediatamente después Dutra se presentó como candidato a las presidenciales y las ganó. Vargas volvería al poder cinco años más tarde y como mandatario electo.

La participación mexicana fue mucho menor, menos de un centenar de militares, sobre todo de la fuerza naval y algunos pilotos. Y aunque Argentina no participó oficialmente en la guerra, sí es cierto que más de medio millar de voluntarios argentinos, la mayoría pilotos y casi todos descendientes de ingleses o emigrados con pocos años de vida en las pampas, sirvieron en las filas aliadas.

PD: Brasil también participó en la Primera Guerral Mundial y gracias a su intervención, mayormente logística, participó en la firma del Tratado de Versailles y obtuvo como botín de guerra más de 40 navíos mercantes y dos torpederos requisados a los alemanes.

Homenaje al Ferrocarril Oeste

Por: | 06 de marzo de 2012

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al vez por solo por los ratos muertos en la somnolienta estación de Gowland, o por el poderío industrial que inspiran los talleres de Mechita, o simplemente por las horas de imaginación echadas al son del traqueteo de esos trenes que atraviesan el paisaje infinito de la llanura bonaerense; el viejo Ferrocarril Oeste (rebautizado Domingo F. Sarmiento tras la nacionalización de 1947) merece un destino mucho mejor que el de ser asociado a tragedias como la que acabó con la vida de 51 personas en la estación de Once el miércoles 22 de febrero. O mejor dicho, no merece ser un sitio tan privilegiado en el deterioro social y político argentino.

Porque aparte de las numerosas víctimas y de que todo apunta a que jamás habrá un culpable y si lo hay será uno que pasaba por ahí, el hecho de que se tardaran 40 horas en recuperar un cadáver en un convoy de seis vagones es indignante y deprimente. Recuerda un poco al caso Pomar, donde se tardaron 24 días en hallar un coche accidentado (y los cadáveres de los cuatro miembros de la familia) a la vera de una carretera en la provincia más poblada y con más recursos del país: Buenos Aires. En televisión, un periodista le preguntó al jefe de la policía por qué habían tardado tanto y éste respondió. "Buscábamos un coche rojo, no uno dado vuelta". Otro reportero increpó al secretario de seguridad de la provincia sobre la mala señalización del camino y el funcionario respondió: "No lo se, yo nunca paso por acá". ¿Puede haber un mayor ejercicio de dejadez y desfachatez? Difícil pensar que si.

El Ferrocarril del Oeste, volviendo a la historia, fue el primero de Argentina, un país que llegó a tener una de las más extensas redes del mundo y la mayor de América Latina y que aun hoy, pese a todo, sigue siendo de las más importantes. Inaugurado en 1857, el Ferrocarril Oeste fue originalmente un emprendimiento argentino que más tarde pasó a manos británicas como el resto de los diferentes trazados; hasta la nacionalización del sector en 1947 por parte del Gobierno de Perón. A partir de entonces se rebautizó como Ferrocarril Sarmiento. Los seis grandes ramales nacionales llevan el nombre de un prócer cuya vida ha transcurrido por los lugares por donde pasa el tren y, lo más curioso, es que fueron del bando liberal, el contrario al bando nacionalista en el que se suscribe el peronismo. Esto podría responder a la ironía fina de Perón o bien a un acto de grandeza de un líder que reconoce los méritos de otros aun sin compartir su ideología.

La presidenta Cristina Fernández remontó el deterioro del ferrocarril a los años del gobierno del presidente Arturo Frondizi a principios de los 60. Es verdad que con el Plan Larkin, impuesto por el Banco Mundial, se cerraron muchos ramales y re redujo el número de vías. Pero la huelga de 1961, de más de 40 días de duración -siempre recordada en los fogones ferroviarios- frenó aquel plan. La verdadera destrucción del mejor ferrocarril latinoamericano empezó con la última dictadura militar y el gobierno de Carlos Menem le dio la estocada fatal a mediados de los 90. Pero cuidado, si el deterioro empezó hace 15 años, más de mitad corresponden a la era kirchnerista. Así que es cierto que el deterioro empezó en los sesenta, se agudizó en los ochenta y noventa, pero siguió acentuándose desde que los Kirchner tomaron el poder en mayo de 2003, en uno de los periodos de mayor bonanza economíca del país en cien años. Sí hubo dinero para nacionalizar Aerolíneas Argentinas y ponerla en manos de La Cámpora, pero no para invertir en los ferrocarriles, clave en la vertebración territorial argentina desde su constitución como país.

Pobre Ferrocarril Oeste, que hasta dio nombre a uno de los clubes de fútbol otrora más importantes de Buenos Aires, y que cada día acarrea apiñados en sus vagones a miles y miles de personas que solo quieren trabajar para subsistir -los muchos- o tener una vida mejor -los menos-. Pena por la Unión Ferroviaria o La Fraternidad, antaño dos de los sindicatos más fuertes de Argentina, que se descamisaron para salvar el pellejo del general Perón y que encontraron en dos gobiernos de herederos peronistas el final de su historia.

El País

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