El acuerdo impulsado por Argentina e Irán con el supuesto fin de desbloquear la investigación del atentado contra la Mutual Israelita Argentina (AMIA) que causó 85 muertos y más de 300 heridos en 1994 en Buenos Aires ha desatado una agria polémica en suelo gaucho y muchos interrogantes allende los mares. La intención del pacto, en principio, parece buena: esclarecer los hechos y juzgar a los responsables. Sin embargo, la comunidad judía argentina teme que simplemente acabe tapando el asunto y que jamás se sepa ni lo que pasó ni quienes lo planificaron y ejecutaron.
Una de las versiones más extendidas fuera de Argentina sobre las razones del acuerdo es la necesidad del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner -bastante aislado internacionalmente- de buscar aliados que le suministren al país energía a buen precio. Irán, atenazado por el embargo a raíz de su programa nuclear, necesita a su vez socios que ignoren las sanciones y le provean de materias primas. Desde que gobierna Cristina Kirchner, los intercambios comerciales de Argentina con Irán se han triplicado, rozando los 1.500 millones de dólares.
Otra razón que se baraja, que se complementa con la del interés comercial mutuo, es la necesidad de Argentina de situarse en algún punto de la escena internacional. En este caso sería alineándose con Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba en su respaldo al régimen de los ayatolás. Es decir, en el eje bolivariano en términos de política exterior. A este respecto algún analista europeo también ha relacionado el pacto con Irán al proyecto argentino de construir un misil balístico de medio alcance, abandonado durante la época menemista y recuperado recientemene en colaboración con la Compañía Anónima Venezolana de Industrias Militares (Cavim), vinculada a su vez al plan nuclear iraní.
Es curioso que Argentina esté siguiendo el camino inverso al de Brasil en las relaciones con Irán. Durante su mandato Lula apoyó fuertemente a Irán --llegó a encabezar con Turquía uno de los planes para zanjar el tema nuclear-- mientras que el ex presidente Néstor Kirchner fue hasta cierto punto beligerante con Teherán por no colaborar en la investigación sobre la AMIA. Dilma Rousseff, sucesora de Lula en la presidencia brasileña, dio un giro y se distanció de inmediato de Irán, sobre todo por el tema de los derechos humanos. Mientras tanto, la viuda y sucedora de Kirchner, Cristina Fernández, recorrió el camino contrario y optó por acercarse al país persa.
Los caminos opuestos que han seguido Brasil y Argentina en la relación con Irán han espoleado la creencia que detrás del acuerdo hay más intereses económicos que políticos o ganas de esclarecer el caso de la AMIA. Se habla en círculos europeos de la realpolitik de Cristina Fernández, es decir, una polítca exterior que atiende a las necesidades inmediatas e ignora los principios éticos --en Irán se pena con la muerte el adulterio y las relaciones homosexuales--, teóricos y de largo recorrido a la hora de fraguar las alianzas internacionales. La renacionalización de empresas como Repsol YPF también entraría dentro de esta doctrina.