Cuando la alfombra es un Vermeer

Por: | 05 de agosto de 2010

BlowUpFontcuberta
BLOW UP DE JOAN FONTCUBERTA

En Madrid camino de Cáceres, donde inaugura una exposición en la nueva galería Casa sin fin (Kiesler al fondo), el fotógrafo Joan Fontcuberta habla de su experiencia como profesor en Harvard (él, discreto, dice “una universidad americana”) que está en el origen de la pieza que va a mostrar en Extremadura: “Quise analizar Blow Up, la película de Antonioni, con los estudiantes y cuando pedí una copia me enteré de que la universidad tenía una copia en celuloide”. Lo mismo pasaba con la fotografía. Pedía una de Stieglitz al archivo y en lugar de un jpg los de la universidad aparecían con una copia de época. Una sesión del curso consistió en congelar el fotograma del cadáver entrevisto en el parque londinense que aparece en el filme. Llegaba entonces la pregunta de Fontcuberta, que cambiaba a medida que ampliaba la imagen: ¿Qué ven ahí? Un parque. Ampliación: Unos matorrales. Ampliación: Un cuerpo entre los matorrales. Ampliación: Un cadáver. Ampliación: La cabeza de un hombre. Ampliación: Una pintura abstracta. La mayoría de la gente “necesitaba” ver algo identificable. La respuesta “una mancha borrosa” producía demasiada inseguridad.
 A esa “urbanización” de la mirada dedica Félix de Azúa su último libro, Autobiografía sin vida (Mondadori), una particular historia de las imágenes –del arte rupestre a la Documenta de Kassel pasando por los crucifijos, las catedrales góticas y los desastres de la guerra de Goya- que se remonta al momento en que la efímeras cosas de la vida real se convirtieron en signos eternos del gran Arte.

Así, al hablar de la pintura holandesa, de sus interiores y bodegones, de sus escenas de la vida burguesa, Azúa se pregunta: “¿Qué pudo suceder en la Holanda del siglo XVII para que se diera ese ataque feroz, despiadado, contra lo más humilde, aquello a lo que nadie había concedido importancia, lo que siempre pasó inadvertido como mera dilación de nuestra piel, de modo que ya nunca más el naipe usado, el morro del perdiguero, la copa de vino o la sonrisa galante pertenezca a sus dueños sino a todo el mundo? Porque desde el momento en que fueron elevados a obra de arte, aquellos objetos y momentos de la vida común dejaron de ser instantes y cosas personales, individuales, inconfundibles, vivientes, se convirtieron en signos perfectos, así que ya nunca más pudimos beber en ese vaso alto de vidrio sin pensar que era un Terborch, ni percibimos una sonrisa tabernaria sin recordar a Broker, ni pudimos pisar una alfombra que no nos gritara: “Cuidado, soy un Vermeer”.
 Irremediablemente, una sobria plaza vacía tendrá ya siempre algo de pintura de De Chirico igual que las grietas de muchas paredes recuerdan a Tàpies. Sin embargo, no todas las artes favorecen ese mecanismo de asociación. ¿Por qué no sucede, por ejemplo, con el diseño? ¿Por qué cuando alguien dice “esa vinagrera parece de Marquina” lo que está señalando es un plagio? ¿Por qué, todo lo más y haciendo el camino inverso, algunas piezas de autor lo que parecen es anónimas igual que algunos filósofos de Velázquez parecen campesinos?

Hay 4 Comentarios

La mirada pura no existe; pasa filtrada por nuestros conocimientos, nuestra cultura y nuestros hábitos ópticos. A la manera de Umberto Eco, diría que no hay mirada, sino enciclopedia, y no se puede escapar de ello.
Felix de Azúa ve en ciertas alfombras un Vermeer; yo, busco las ensoñaciones de Moebius (Jean Giraud, no el matemático) en la realidad y no las encuentro. Decía Oscar Wilde que el arte no debía copiar la realidad. Lo increíble es cuando la realidad no puede, no sabe, es incapaz de copiar el arte.

supongo que en la pregunta está la respuesta, seguramente es lo que hace que una obra sea arte y otra, otra cosa. Cualquiera que haya sido tocado por una obra de arte, sabe que su comprensión de lo que le rodea habrá cambiado para siempre, no es el disfrute, es lo que te conmueve y es lo que artista intenta y algunos consiguen.

Uno de mis mejores recuerdos del cine es el de haber visto "Blow up". Y aún ahora, después de algunas revisiones, hay escenas que me parecen magníficas. No sé si es buena o mala, pero me gusta.
Y también me fascina Buñuel.

Sobre Blow up, querido amigo, mmmnn...que mala es, por cierto, una vez pasada aquella ebullición creativa de mis anos 20, enamorado de la moda juvenil, donde digerí el mejor y peor arte de la historia, contando naturalmente con la nouvelle vague francesa, me he dado cuenta de que no es oro todo lo que reluce, la nouvelle vague, por ejemplo, una colección de colegialadas inmaduras, con actrices tan malas como C.Deneuve, las cosas como son, B-up de Antonioni es mala como ella sola, y me quedo con Bunuel, Fassbinder, Jodorowsky, Kubrick de aquellos maravillosos anos, de resto he madurado para desconfiar de los movimientos artísticos que se ponen el nombre a ellos mismos, dogma, nouvelle vague, etc y sobre todo, en el caso de éstos últimos de artistas que son o quieren ser historiadores del arte(Grandes enemigos del arte), del arte no hay que escribir, hay que vivirlo, los ídolos son los artistas, no uno que escribe de ellos y se quiere llevar la gloria.
Abz

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Del tirador a la ciudad

Sobre el blog

Del tirador a la ciudad. Ése era para Mies van der Rohe el ámbito de su oficio. La arquitectura, como la sanidad o la educación, nos afecta a todos. Puede también fascinarnos. Como todo informador, me valdré de lo que creo saber. Trataré de no enmascarar lo que ignoro.

Sobre el autor

Anatxu Zabalbeascoa

La periodista e historiadora escribe sobre todas las escalas de la arquitectura y el diseño en El País y en libros como The New Spanish Architecture, Las casas del siglo, Minimalismos o Vidas construidas, biografías de arquitectos.

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