Maire Gullichsen (1907-1990) creció en una casa-castillo en medio de un bosque de pinos. Su padre era uno de los industriales más ricos de Finlandia. Y su dormitorio, como el salón de su casa, tenía muebles que combinaban la fantasía con una rigidez medieval. Con 13 años, la enviaron a estudiar pintura a París. Debió de ser ya una adolescente especial: regresó convencida de que el arte podía mejorar el mundo.
Para cuando cumplió 28, y además de ser una rica heredera pasó a ser la mujer del multimillonario noruego Harry Gullichsen, ya había fundado la Escuela libre de Arte en Helsinki. Fue entonces cuando ideó una de las empresas más famosas de la historia del diseño, Artek (Arte y Tecnología), un primer paso para llevar el diseño finlandés por el mundo. Y uno también para convertirse ella misma en una de las galeristas más famosas de la historia de su país.
La idea de llevar belleza a los días laborables está presente en el catálogo de sillas, lámparas y mesas que todavía produce Artek. Se trata de objetos sencillos por los que no parece pasar el tiempo. El papel de Gullichsen fue más el de una educadora que el de una comerciante. De uno de sus viajes a Marruecos regresó con la idea de producir alfombras en su pueblo, Noormarkku, con los restos de algodón de la fábrica local Porin Puuvilla. La idea era revitalizar la aldea con las artesanías que las mujeres podían tejer en sus propias viviendas. Aino Aalto ideó el libro de estilo para teñir y coser las piezas. Con el tiempo, la compañía Noormarkkun Käsityöt (artesanías de Noormarkku) pasó a producir también objetos de madera.
Convencida de que el arte podía despertar la creatividad en la gente, decidió que éste debía ser accesible y, tras llevar al Museo de su ciudad las obras de Picasso, Léger, Utrillo, Braque, Bonnard, Rouault y Masson que había visto en París (se vendió un Matisse, que compró su marido), Maire quiso mejorar el interior de las fábricas de su propia familia. Añadió gimnasios y guarderías a las instalaciones. Luego le encargó su casa a los Aalto y el arquitecto tuvo su gran oportunidad para distanciarse de las teorías funcionalistas. Maire Gullichsen tenía claro que una casa no son solo paredes, que existe una atmósfera psicológica construida con lo que cada uno considera importante.
Al tiempo que se convertía en embajadora del diseño finlandés en otros países, como Francia donde abrió la galería Formes Finlandaises o Estados Unidos, donde llevó el diseño finlandés al MoMA, Gullichsen escribía artículos exigentes. Hablaba de la responsabilidad de los fabricantes a la hora de contratar diseñadores competentes y de la responsabilidad de los diseñadores para no descuidar la técnica, la estética o la economía en sus trabajos. “El buen diseño se puede usar durante siglos. ¿No podemos fabricar objetos que la gente quiera comprar? ¿Ha perdido la industria finlandesa la fe en sus propios productos? ¿Sólo cree en los viajantes y en su demanda de novedades? ¿Tenemos que renovar los estampados cada año? ¿Es moralmente correcto transferir la producción a países donde la mano de obra es más barata y reducir las plantillas de trabajadores ahora (años setenta) en que el paro es más alto que nunca en Finlandia?
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Sólo haciéndonos preguntas e intentando contestarlas activamente y con honestidad contribuiremos a que nuestra sociedad avance. No importa en que actividad lo hagamos , buena muestra de ello es la vida de Gullichsen que nos cuentas aquí.
Publicado por: lola lago | 24/08/2010 12:18:43