FOTOS: ROLAND HALBE
“Un jardín necesita protección. En él cultivamos las plantas que necesitamos. Por eso lo encerramos, lo defendemos, lo vallamos, lo protegemos y, protegido, un jardín se convierte en un lugar”. Así explica Peter Zumthor el pabellón que ha levantado este verano junto a la Serpentine Gallery de Londres, en los jardines de Kensignton.
Uno puede pensar que un jardín sin protección es ya un lugar, aunque esté de acuerdo con el arquitecto suizo en que un jardín sin cuidados es un bosque, un descampado o un laberinto. Las vallas agrícolas vegetales, los setos empleados para secar la ropa o como cortavientos entre los campos de cultivo fascinan a Zumthor, pero están desapareciendo porque a muchos agricultores de hoy les molesta que los cipreses les corten las vistas, les da miedo que prendan en caso de incendio o les incomoda tener que recoger la pinaza a la sombra de los pinos. Así, en muchos campos españoles hoy eligen vivir sin sombra para evitar las molestias de cuidar de esa sombra.
Está claro que el jardín de aromáticas y flores del danés Piet Oudolf que Zumthor ha encerrado quiere ser una bofetada contra la arquitectura del espectáculo que el año pasado llevó a Jean Nouvel a levantar, en el mismo lugar, una extravagante estructura roja para albergar mesas de ping pong. Frente al ruido del proyecto francés, el jardín del suizo busca silencio, pero encerrado, oculto y atrincherado tras muros oscuros resulta tan monástico como poco natural, accesible o creíble. Es cierto que el jardín comparte la naturaleza artificial de la que están hechos todos los jardines, pero no lo es menos que, siendo una llamada de atención frente a las arquitecturas caprichosas y temporales de las follies, podría ser también un castigo para el paisajismo, un aplauso para el empleo de la vegetación como material en su versión más “inmediatista”, forrando medianeras y edificios de un verde caro de mantener y comunicando una idea de la naturaleza como algo epidérmico, privatizable y temporal.