FOTOS: Pasi Aalto
Los arquitectos del estudio noruego Tyin viajaron hasta Sumatra para construir una cooperativa para recolectores de canela. Fue un empresario francés, Patrick Barthelemy, quien les habló de la isla y les llevó canela en polvo a su estudio en Trondheim. Con ese regalo, y una larga explicación, consiguió involucrar a los arquitectos en el diseño, la construcción y la dirección de un proyecto que los terminaría por convertir en arquitectos-guía para transformar a los empleados esclavizados en trabajadores autónomos.
Así, más allá de hablarles del árbol de la Casia, la canela picante y rojiza que crece en esa zona del mundo, el empresario les pidió ayuda para cambiar las condiciones de trabajo de unos obreros explotados, sin horario fijo, sin derechos que ocupaban fábricas insalubres. ¿Cómo podían los proyectistas ayudar? Construyendo una cooperativa. Esa posibilidad interesó al estudio noruego. “El compromiso del Barthelemy no empezaba por la arquitectura sino por los derechos de los trabajadores”, cuentan. Un sueldo justo, un programa sanitario, una educación y seguridad laboral. El edificio debía ser un marco para ese cambio.
El inmueble de la cooperativa debía ser una construcción ligera, de madera, apoyada en una base de jero (ladrillo compacto) y hormigón. La parte de madera parece hacerse eco de los bosques de canelos que rodean la cooperativa y, a la vez, permite la ventilación natural bajo un techo de más de 600 metros cuadrados.
Así, los troncos de esos árboles, despojados de su aromática corteza, y los ladrillos fueron los principales materiales empleados en la cooperativa.
Los proyectistas cuentan que utilizaron la experiencia acumulada en otros proyectos para formar inercias térmicas, también la experiencia artesana de los obreros locales -“de las más impresionantes que nos hemos encontrado jamás”- resaltan para construir las puertas y los marcos de las ventanas del centro.
Pilares con forma de Y anclados en un suelo de hormigón consiguieron la rigidez suficiente para construir en una zona sísmica como Sumatra. Y así, en tres meses y por 30.000 euros, 70 operarios sin formación específica consiguieron levantar cinco edificios para aulas, laboratorio, una cocina y oficinas. La clave, explican, estuvo en la logística. “Con ocho búfalos arrastrando los troncos desde el bosque y un aserradero montado en el solar la gestión se convierte en fundamental”. Yashar Hanstad y Andreas Gjertsen cuentan que el proyecto está ideado a partir de 10 detalles sencillos para hacerlo construible por personal no cualificado.
En apenas tres años de vida, el centro ha sobrevivido ya a varios terremotos (uno alcanzó 5 en la escala de Richter). Para los diseñadores eso demuestra la validez de su idea de trabajar combinando materiales de distinto espesor y peso.
Arquitectos del proyecto: Gjermund Wibe, Morten Staubo, Therese Jonassen, Kasama Yamtree, Andreas Gjertsen y Yashar Hanstad.
Estudiantes: Rozita Rahman, Bronwyn Long, Sarah Louati, Zofia Pietrowska, Zifeng Wei