Sede de la televisión china CCTV en Pekín de OMA
Es ya conocida la notable facilidad que tiene el arquitecto Rem Koolhaas para defender una cosa y su contraria. Sobre todo cuando habla de China con tanta fascinación como ingenuidad, ceguera o cinismo. No es fácil establecer cuál de estos ingredientes domina su innegable capacidad de análisis. Lo que lo ha convertido en un pensador de referencia en su ámbito ha sido su capacidad para anticipar cuestiones urbanas. Así, leyéndolo, uno termina por preguntarse si la contradicción y la paradoja no serán una condición sine qua non, los términos que mejor definan a las personas de acción capaces de alterar el mundo hoy.
Ha sucedido de nuevo en la entrevista que Pascual Gielen, sociólogo y director del centro Arts in Society de la Universidad de Groningen (Holanda), le ha hecho a propósito de la herencia de Constant en el catálogo de la muestra del Reina Sofía. Allí declara que no hay intención arquitectónica que resista el paso del tiempo y que no hay nada más peligroso que una comunidad de personas que se encierre en su propia identidad. En su defensa de la arquitectura como forma de comunicación entre culturas y sistemas políticos defiende el espíritu crítico como única manera de romper el ciclo de extravagancia-aburrimiento-extravagancia que domina la arquitectura. Pero, atención, lo hace hablando de China.