Cari Ryding lleva más de dos décadas viviendo en la calle Straverry Hill Road de Natick, una ciudad de más de 30.000 habitantes al oeste de Boston, en Massachusetts. Cuando se separó, hace 10 años, los vecinos le echaron una mano con sus tres hijos. Le llevaban comida, por la noche, cuando regresaba de trabajar, y le ayudaron a readaptarse. Hace algo más de cuatro años, Cari rehízo su vida. Se casó con Lauri y el vecindario fue exquisitamente amable con ambas y con los hijos de Cari. Lo fue hasta que, el verano pasado, tras la matanza ocurrida en la discoteca Pulse de Orlando, Cari y Lauri decidieron colgar en su porche una bandera con el arco iris para homenajear a las 49 personas asesinadas. En la bandera podía leerse sólo una palabra: Peace (Paz).
Pero la bandera no trajo paz. Al día siguiente, apareció rota en el suelo del porche que había sido apedreado a huevos. Ellas se pusieron a limpiarlo diligentemente. Pero estaban desorientadas. Era su barrio y era su casa. Y ese gesto las hizo sentirse incómodas e inseguras. Se plantearon mudarse. Sin embargo, la reacción de los vecinos las disuadió.
Otros residentes de la misma calle y de las viviendas cercanas se reunieron. Hablaron. Los mismos que habían ayudado a Cari tras su separación se organizaron. Conectaron con la asociación Rainbow Peace Flag Project.
Dos días después, los niños que todavía reparten los periódicos en el barrio desde sus bicicletas se ofrecieron voluntarios para repartir banderas con el arco iris atravesadas por la palabra Paz. El barrio se coloreó.
La diferencia entre un individuo y una comunidad tuvo un eco en la prensa local (Boston Globe) e internacional. El barrio entero apareció en los informativos cubierto de banderas. La reacción de los vecinos y su voluntad de no dejar que el miedo, la desidia, la pereza o la costumbre den carta de naturaleza a los actos violentos es una reivindicación cívica tan cotidiana como escasa. En Massachussets se transformó en algo extraordinario. Las acciones comunitarias no sólo conducen a una convivencia amable, también tienen mayor fuerza para proteger, preservar o reivindicar la tranquilidad de un barrio.
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