Por: Eugenia de la Torriente
Se acabó el chiste. Al final del desfile de Ungaro de esta mañana no ha salido nadie a saludar. Asim Abdullah, el propietario de la marca, ha admitido que, seis meses después de su desastroso debut, la actriz Lindsay Lohan (que lleva toda la semana en París, yendo a fiestas y a desfiles de otros) ya no participa en el diseño de la marca. La catalana Estrella Archs tampoco ha salido hoy a dar la cara por esta segunda (y también flojísima) colección. Es el penúltimo capítulo de una operación que siempre sonó a broma. De mal gusto, por cierto.
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Por: Eugenia de la Torriente
Si algo tienen los franceses es un acusado sentido del patrimonio histórico. Sólo así se entiende que el apartamento en el que vivió Jean Cocteau haya conservado partes intactas a pesar de haber pasado por las manos de varias familias (¡con niños!). Allí se presentó ayer la segunda colección de la renovada casa Vionnet. La extraordinaria localización eclipsaba un tanto los diseños de Rodolfo Paglialunga pero seguramente también sirvió de acicate para que se acercara hasta allí más de uno.
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Por: Eugenia de la Torriente
Un termómetro bastante preciso del estado de salud de la industria de la moda son sus fiestas. Así como las tortas por subir en el autobús gratuito que la organización pone a disposición de los periodistas para desplazarse de un desfile a otro no auguran nada bueno sobre la situación financiera de los medios, el calendario de festejos de estos días parece indicar que las marcas sí tienen dinero y ganas de gastarlo.
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Por: Eugenia de la Torriente
Con mucho talento y pareja calma, una diseñadora japonesa llamada Chitose Abe ha construido una pequeña joya: Sacai. Aunque la marca lleva 10 años funcionando y ya tiene más de un centenar de puntos de venta en el mundo (entre ellos, los de culto tipo 10 Corso Como y Colette) no es una etiqueta conocida. Ayer hizo su segunda presentación mínimamente ambiciosa y fue todo un descubrimiento para mí.
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Por: Eugenia de la Torriente
Al llegar a París es imposible ignorar que algo ha cambiado en el sistema de la moda. Más allá del soplo de aire fresco que supone ver a jóvenes con arrojados estilismos (¿conseguirán que se popularice la tendencia de los tacones masculinos?) y móviles supersónicos en las primeras filas. Incluso los más anquilosados editores han encontrado refugio en la tecnología. Pegados a las pantallas de sus smartphones tienen la excusa perfecta para evitar la conversación de ascensor con el vecino de silla al que llevan décadas odiando en silencio. Casi se oye el zumbido de twitters y correos electrónicos cruzando los vetustos salones y, de forma un tanto cómica, trazando invisibles e impresibles líneas entre las pantallitas de los que los pueblan.
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Por: Eugenia de la Torriente
Cuentan los que han estado en Milán que la concentración de los desfiles más relevantes en sólo 4 días ha sido infernal. Para los que hemos visto las colecciones desde la distancia, el balance que arrojan es francamente flojo. La industria se rasca la cabeza y busca fórmulas para ofrecer propuestas que sean a la vez pragmáticas y excitantes. Un punto de partida tan prometedor como complejo. Es relativamente fácil hacer soñar con una pura fantasía. Es más difícil conseguirlo con prendas que den respuesta a las necesidades de la vida cotidiana.
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