La modelo Hannelore Knuts posa para la campaña de Pallas.
“Un esmoquin es la prenda perfecta para levantarte la
autoestima o para lucirla cuando sientes que estas lista para conquistar el
mundo. De día y de noche. Con tacones o zapato bajo. Con o sin camisa”. La
modelo belga Hannelore Knuts es una
devota del tuxedo. Una de las muchas mujeres
-de Marlene Dietrich a Julianne More- que creen ciegamente en el poder
de este dos piezas sustraído del armario masculino. Por eso no pudo negarse
cuando el pequeño atelier parisino Pallas le ofreció la posibilidad de convertirse
en musa y asesora estilística de su primera colección cápsula de esmoquins.
Tras más de 50 años prestando su sofisticado saber hacer a marcas como
Balenciaga, Celine y Thierry Mugler (o ayudando al sastre Hardy Amies a ajustar
el acabado de los abrigos de Isabel II de Inglaterra), el taller regentado por
Daniel y Veronique Pallas lanza siete modelos cortados y cosidos artesanalmente.
La tentación más sublime que un miembro de la religión tuxedo pueda imaginar.
Y un pequeño hito dentro del mundo de la costura francesa. Resulta como poco inusual que uno de estos pequeños ateliers, auténticos taumaturgos tras las bambalinas, decida dar un paso al frente, salir al escenario y mirar de tú a tú a sus clientes.
Chaquetas XL, tres piezas con tops/chaleco, pantalones masculinos. En blanco, azul marino y negro. Una exquisita declinación del clásico esmoquin en la que cada pieza está elaborada de principio a fin por un único maestro. “Me encanta pensar que esta americana que llevo ha sido hecha por alguien, una persona en concreto, que la ama tanto como yo. La comida casera siempre sabe mejor ¿no?”, se pregunta via mail Knuts, de 35 años y modelo fetiche entre otros de Azzedine Alaïa y Haider Ackerman. Conocida por su look andrógino fue una las maniquíes emblemáticas de las campañas de Prada de 1999 y 2000. Además, ostenta el nada desdeñable récord de haber aparecido en tres portadas seguidas de Vogue Italia en 2001.
La colección cápsula de Pallas reivindica la sastrería tradicional más hortodoxa, la petit couture (como la denominan en Francia). Un oficio casi anecdótico tras la explosión de la producción textil en serie pero que, hoy, sin haber variado su técnica ni su planteamiento, se erige en máxima expresión de exclusividad. Paradigma del lujo entendido como experiencia, como disfrute de la calidad y de lo extraordinario, más allá de como una enloquecida sucesión de tendencias o emblema de estatus.
“Nunca pensé en diseñar, pero no hay escenario mejor para hacerlo. Porque sabía que mis ideas serían ejecutadas de la forma más impecable. El diálogo fue muy fácil. Daniel y Veronique son muy apasionados pero también realistas. Si había algo que yo pedía, pero que no se podía hacer, siempre llegábamos a un punto de encuentro. Nuestro objetivo era ofrecer prendas confortables pero que sienten bien y sean elegantes”, explica la modelo que acaba de interpretar a David Bowie en la película independiente Dave.
Sus referentes estéticos, aunque recurrentes –Richard Avedon e Yves Saint Laurent-, fructifican en una colección sobrada de vigencia y personalidad. “Las mujeres que vestían y fotografiaban Avedon y Saint Laurent constituyen el origen de la mujer moderna actual. Tomamos su trabajo como modelo pero también como recordatorio de que debíamos hacer algo diferente: algo clásico pero con un toque contemporáneo y sexy”.
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