El estratosférico partido de nuestro equipo de baloncesto supuso un brillante cierre a la participación española en los Juegos. Me quitaría el sombrero ante ellos si no fuese porque de tanto quitármelo en los últimos doce años, he terminado por perderlo. Una vez más superaron mis expectativas. Me costaba imaginar un partido mejor que el de Pekín de hace cuatro años, una actuación tan redonda, unos aprietos para los estadounidenses mayores que los que sufrieron en aquel histórico partido. Pero me equivoqué. Me pareció que España jugó mejor y estuvo aún más cerca si cabe de hacer la machada. No pudo ser porque hacía falta una gran España y un regular Estados Unidos. Ocurrió lo primero, no lo hizo lo segundo. Los cinco supercracks que tiene a su disposición Coach K, Kobe, Lebron, Durant, Anthony y Paul hicieron acto de presencia, tuvieron momentos demoledores (a Durant había que haberle prohibido jugar) y terminaron por resultar decisivos. En Pekín la derrota no me molestó ni un poquito ante el deslumbrante partido que vimos. Aquí ha sido algo distinto, y por las caras de los jugadores españoles al final sospecho que para ellos también. Esta vez sí que tuve la sensación de haber estado cerca, muy cerca, a un par de tiros, ese triple de Rudy o este tiro de Pau. O de algún fallo más de Chris Paul en los últimos minutos. Pero de las 25 condiciones que se tenían que dar para ganar, sólo concurrieron 24. Un pena muy gorda que el tiempo seguro que atenuará pero que no borrará por completo la sensación de oportunidad perdida y a la vista de que unos cuantos ya no estarán en Río 2016, pues se antoja difícil de repetir. En Brasil tendremos equipo competitivo seguro, pero esta conjunción de talentos como la que hemos disfrutado en los últimos seis años, esto ocurre cada muchos años. Si es que ocurre.
Pero no hablemos de futuro, que no toca todavía, sino de presente. España vuelve a casa con 17 medallas. Ni bien ni mal sino todo lo contrario. En el bagaje, pues de todo, como en botica. Vencedores y vencidos, sorpresas y confirmaciones, risas y lágrimas. Como entiendo que un medallero no es del todo fiable para hacer una radiografía del estado del deporte de un país, me quedo con la sensación de que “el milagro del deporte español” que con tanto orgullo recordamos a la menor oportunidad y que supuestamente nos ha granjeado envidias en muchos países, pues quizás no sea para tanto. Que si bien en deportes de equipo, algunos tan mediáticos como el fútbol o el baloncesto, damos la talla, y algún nombre como Nadal y Alonso son conocidos en el mundo entero, seguimos siendo casi inexistentes en un montón de especialidades, algunas de ellos de primer orden olímpico como el atletismo o la natación. Que más de una y más de dos de nuestras 17 medallas no son producto de estructuras consolidadas sino más bien de empeños individuales o de pequeños grupos. Y que una vez pasadas estas dos semanas, volveremos al monocultivo futbolístico con esporádicas apariciones de otros deportes. Vamos, lo que llevamos diciendo hace unos cuantos Juegos Olímpicos.
Me quedo con el progreso de las chicas, auténticas animadoras de los Juegos, con alguna historia como la de las ovejas y los quesos de Iron Maider y momentazos como la plata en 800 de Mireia Belmonte, toda una liberación, las bajadas en aguas bravas, la portentosa remontada de David Cal, las dos prorrogas del España-Corea de balonmano femenino o el partido de ayer de baloncesto. Ha habido tiempo para volver a flipar con Bolt y Phelps, los dos nombres propios con mayúsculas, y con un montón de deportistas superlativos en especialidades diversas, algunas de ellas semiclandestinas en nuestro país. Y también para tener un nudo en la garganta viendo llorar a Sugoi Uriarte o a la coreana Shin A Lam sentada durante una hora desconsolada ante un error del cronómetro que le supuso la derrota. No diré que han sido los mejores juegos de la historia que eso se lo dejo al superanimado Presidente del COI, pero sí que ha dado motivos para disfrutarlos suficientemente.
De todo ello he intentado dar cuenta en este diario que hoy termina, lo que evidentemente ha sido imposible. Cierro la persiana después de más de dos semanas de sobredosis deportiva que necesitan otra al menos de poso y reposo. Agradecer a todos los lectores que entre tanto acontecimiento y tanta información hayáis sacado un ratito para pasaros por aquí y si creéis que merece la pena, os espero en mi ubicación de siempre, en El Blog del Palomero, donde retomaré en breve mis devaneos mentales.
Hasta entonces, buen resto de verano y que el otoño nos sea propicio, por muy difícil que esté.