Cuando ocurre lo que le pasó ayer a la selección de baloncesto me suelo acordar de la película Alien, el octavo pasajero. La primera vez que aparece el bicho, en el comedor de la nave y saliendo de la tripa de uno de los tripulantes, es como un gusano, canijo (aunque ya apuntando maneras de bicharraco) y que se escapa más por la sorpresa de su aparición (y la maniobra disuasiva del que luego descubrimos que es un androide) que por sus habilidades, todavía muy poco desarrolladas. Una hora de película después, ese gusano excanijo mide dos metros y medio, tiene varias filas de dientes y se ha cargado uno a uno a todos, excepción, claro, de Sigourney Weaver y su gato, que finalmente encuentra la manera de acabar con él. Sigourney, no el gato.
Alien es ficción (espero), pero su guion resulta metafórico para explicar partidos como el de ayer de la selección española de baloncesto. La travesía estaba siendo hasta placentera, con la superioridad manifiesta que se presupone al enfrentarse dos equipos distantes en potencial, experiencia y talento. Lejos de deslumbrar y demasiado dependientes de lo que hiciese su juego interior, España dominaba sin grandes apuros el partido, instalado en esa supuesta barrera psicológica de los 10 puntos de diferencia. El alien no era peligroso y estaba controlado, pero no terminábamos de rematarlo. Se veía que íbamos hacia una faena de aliño, sin brillo, pero al fin y al cabo lo más importante parecía fuera de peligro. Pasaban los minutos, y el golpe definitivo, algo por cierto bastante habitual en el comportamiento de este grupo, no llegaba. Y el alien empezó a crecer. Cuando se alcanzó el último cuarto los jugadores de Gran Bretaña ya habían transformando un sueño casi irrealizable en una realidad factible. Y se vinieron arriba. El viaje placentero viró hacia una posible pesadilla, y encima el público asistente iba con el monstruo.
Muy espesos en general, sin chispa, con versiones menores de casi todos y con cara de "esto no estaba en nuestro guion", necesitábamos a la teniente Ripley para salvar los muebles. Y justo a tiempo apareció Jose Manuel Calderón, alias Mr. Catering, uno más de los acertados motes que puso el añorado Andrés Montes. No es un secreto la debilidad que siento hacia Calde. En lo deportivo y en lo humano. Me parece un tipo sensacional, sensato, humilde, currante y que en su carrera con la selección lo ha pasado desde muy bien hasta muy mal. Después de triunfar en Japón y ser nuestro mejor jugador (y probablemente del campeonato) en el Europeo de España 2007, llegaron los malos tiempos. No pudo jugar la final de los Juegos de Pekín por una lesión, tuvo que renunciar al Europeo de Polonia 2009 por problemas físicos (lo que le convirtió en un compañero de retransmisiones que resolvió con notable alto) y en el 2010 se rompió en el último partido de preparación ante EE UU y no pudo participar tampoco en el Mundial de Turquía. Para un tipo como Calderón, a quien le sale la pasión por el baloncesto y por la selección por todos los poros de su cuerpo, la mala racha fue muy dura de soportar. Por fin, el año pasado se dio un alegrón al estar sano, y además lo coronó con un partidazo en la final ante Francia del Europeo de Lituania. Para todo el que recuerde ese partido, le diré que estoy seguro de que dentro de la alegría general el más contento era el jugador de los Raptors.
Mr. Catering es uno de los líderes de este equipo (forma parte del esqueleto básico de este exitoso colectivo junto a Navarro y Pau Gasol) y se dedica como nadie, y de ahí el mote, a labores de intendencia. Aporta presencia, racionalidad, temple, intensidad emocional, espíritu guerrero y productividad ofensiva. Es un tipo al que no le suele temblar el pulso y a él se agarró ayer España para que la película no terminase con una derrota que complicaba demasiado el recorrido en estos Juegos. Como dijo Xavi Hernández en la Eurocopa (“a mí me gusta ser trascendente”) a Calderón tambien le gusta y ayer lo fue más que nunca. A la espera de Alien 2, 3 o las que haga falta, el primer Ripley español apareció en el momento justo.
Como siempre que se produce un partido entre regular y malo como fue el de la selección ayer, la pregunta viene rodada: ¿Una mala noche o el indicio de algo más profundo?. Viendo el histórico de este equipo, yo no me detendría por ahora en ahondar en posibles problemas de mayor enjundia. En casi todos los campeonatos tienen un partido tonto. Cierto que los problemas que causó Gran Bretaña fueron demasiados y que donde habíamos visto finura y fluidez ayer no pasamos del trazo gordo. Los Gasol no dominaron, Ibaka no encontró su sitio, los jugadores que salieron del banquillo aportaron bien poco y en general no se entró casi nunca en ritmo de partido. Tampoco vamos a tener que esperar mucho para saber el estado exacto de jugadores y mecanismos. Mañana llega Rusia, con Kirilenko al mando y su batallón de gente físicamente poderosa y con grandes dosis de talento baloncestístico. Termina la primera fase, llega el momento de jugar dos partidos (el otro ante Brasil) donde se decidirán posiciones y futuro. Resultarán ser una vara de medir más fiable que la película que vimos ayer. Que ese tema de las posiciones y los cruces puede tener su miga, y más después de lo ocurrido en bádminton. Ya hablaremos.
Mientras tanto los Juegos siguen y la soledad de la medalla de Mireia Belmonte (anda que no le ha sentado bien ahuyentar fantasmas y nadar más ligera de equipaje, vaya semifinal de 800m que se marcó) terminó rapidamente con el bronce de Maialen Chourraut en aguas bravas, donde a la tercera sí fue la vencida. Como muy bien dice Sámano en su artículo de hoy, la mujer está despertando a España en estos Juegos, lo que es una buena noticia. El equilibrio de potencial y resultados entre ambos sexos suele ser un barómetro fiable del estado del deporte de un país. Las nuestras, seguramente sin tantas facilidades como las que pueden tener los chicos, ya nos ofrecen sin parar demostraciones de su valía, casi siempre adornada por un espíritu competitivo admirable basado tanto en el talento como en una fe inquebrantable. El reconocimiento hacia ellas resulta tan necesario como merecido.
Buen fin de semana a todos.