En mi rutina olímpica siempre hay espacio para una buena siesta. Me levanto pronto, sobre las ocho de la mañana, desayuno mientras repaso la prensa por internet intentando evitar las noticias económicas, que no son horas para sustos, me pongo a escribir este diario, a las 10 hago mi resumen radiofónico en el Hoy por Hoy de la SER entregando Palomero de Oro y Palomero de hojalata, exprimo mis neuronas matemáticas haciendo el KenKen de 9x9 de los pasatiempos del país, me doy una ducha -pues sigo en pijama-, y bien fresquito me conecto a rtve.es, magnífica web donde puedo seguir hasta cuatro eventos a la vez. Así hasta la hora de comer. Una vez llenado el buche, me meto en mi habitación, me pregunto por qué he tardado 17 años en instalar aire acondicionado y descanso los ojos lo que mi cuerpo quiera, dejando a grabar, si es pertinente, alguna cosa importante que pueda ocurrir durante esa hora, hora y media de ensueño.
Así había sido hasta ayer, donde cometí un error. Antes de zamparme unos maravillosos huevos a la cubana, comencé a ver el Federer-Del Potro. La aventura de Federer en estos Juegos tiene su aquel. Estamos hablando del mejor jugador de la historia al que su inigualable palmarés tiene un único agujero. El título individual en unos juegos. Federer no es español, aunque algunos pensamos, viéndole jugar, que es de Bilbao, ahondando en la teoría de que los de Bilbao nacemos donde nos da la gana. Pero me cae tan bien que mientras no se enfrente a uno de los nuestros, lo que no ocurrirá, mis simpatías van con él. Se lo ha ganado después de muchos años disfrutando de su tenis elegante como ningún otro. Sospecho que no soy el único al que le pasa esto, y solo hace falta ver cómo la mayoría de los espectadores que asisten en directo a sus partidos se decantan por el maravilloso jugador suizo. Además, estamos hablando de Wimblendon, su segunda casa (o tercera o cuarta, pues con la pasta que tiene supongo que su cartera inmobiliaria no se limitará a su vivienda habitual).
El partido me atrapó desde el principio. Tanto que no hubo manera de dejarlo ni tan siquiera para disfrutar de uno de los grandes placeres que te ofrece el verano. Resultaba tan hipnótico que una vez comenzado el tercer set, deseché por completo mantener mi rutina. No habrá muchas veces que me arrepienta menos de hacerlo. Lo que nos depararon suizo y argentino fue épico, sobre todo en lo que a la resistencia de Del Potro, que tuvo perdido el partido en varias ocasiones antes de la definitiva. Pero cada vez que estaba con el agua al cuello, ocurrían dos cosas. Una, que él se resistía a su suerte con ese gen competitivo tan argentino. Dos, que a Federer le temblaba la raqueta y era incapaz de cerrar el partido y asegurar al menos la plata. Sí, a Federer, al de los 17 Grand Slams, al tipo que ha estado en la cumbre del tenis más tiempo que nunca. A veces, a algunos deportistas estelares les suponemos inasequibles a la enfermedad que nos ataca al resto de los mortales cuando la presión se hace considerable, pero no existe nadie inmune. En determinados momentos y situaciones, incluso a los más grandes les tiemblan las piernas como a todos.
Aun así y gracias a su saque, no dejó a lo largo de los 36 juegos del tercer set que Del Potro disfrutase de una sola bola de partido. Despues de 4 horas y 26 minutos de tenis agónico y con decenas de puntos maravillosos, Federer venció y mientras los dos se dirigían a la red para darse un abrazo, me pareció que hacían un esfuerzo para que no apareciesen las lágrimas de alegría y de pena, dependiendo de cada uno. El partido fue uno de esos momentazos que siempre te regala los Juegos.
Metido ya en harina tenística, salté lógicamente a la pista 1, donde Feli y Ferru buscaban la final. Esta vez el drama del tercer set no fueron 36 sino 34 juegos, donde lo tuvimos en la mano. No una, sino cuatro veces. Lo suyo no fue una derrota, fue una putada despues de rozarlo con la punta de los dedos. La verdad es que el sistema en el que se juega el tenis en este torneo, a tres sets y el último sin límite de juegos hasta que uno consiga dos de ventaja, es tremendo. Los jugadores, individuales o por parejas, se acercan a la gloria en un momento para dos minutos más tarde ver de cerca el abismo. No es de extrañar que como demostraron Federer, Del Potro, Ferrero, Feliciano, Tsonga y Llodra, que los altibajos tanto de juego como emocionales fuesen constantes. Y lo difícil que es dar el paso, cruzar la línea de meta, ganar el último juego, el último punto.
Total, que entre unas cosas y otras, mi sesión tenística duró un montón de horas que me dejaron tan bien servido que salí a cenar perdiéndome en directo la hazaña de Mireia que luego ví de madrugada. Pero mereció la pena el atracón. Eso sí, hoy, despues de ver el España-Rusia de baloncesto, donde nos jugamos mucho, hago tumbing seguro.
Posdata. Supongamos (espero que no) que España hoy pierde ante Rusia. En este caso, el lunes nos jugaríamos con Brasil el segundo puesto. Este lugar te coloca en el lado del cuadro de EEUU, con el que te encontrarías en semifinales (siempre que ganes los cuartos, claro) cosa que no ocurre siendo tercero. Brasil estará en la misma tesitura. El segundo tendrá a Argentina en cuartos, y el tercero a Francia, lo que es prácticamente lo mismo. Pero no es lo mismo una semifinal con Rusia que con Estados Unidos. La pregunta es inevitable. ¿Estaría justificado no poner toda la carne en el asador? Lo hemos visto con anterioridad en muchos torneos (sutil a veces, descarado en otras) pero la expulsión de las de bádminton abre debate.