Una de las características de unos Juegos Olímpicos es que ante el aluvión de acontecimientos, nada dura demasiado. Ni las alegrías ni tampoco las penas. Cualquier éxito o fracaso se convierte rápidamente en pasado y deja su sitio al presente o al futuro. Lo de Mireia, nuestra mayor satisfacción hasta el momento (la verdad es que no tiene mucha competencia por ahora en este apartado) o lo del fútbol, aspirante cualificado para el premio al gran fiasco de los juegos, parece que ocurrieron hace un siglo. Hasta que llegue el último día, donde lo más importante quede a salvo de los avatares de la memoria, no hay tiempo para grandes celebraciones (desgraciadamente esto no ha sido problema hasta ahora) ni sobre todo a sonados funerales. Cualquier programa radiofónico da fe diaramente de esto. A cada traspies responden inmediatamente con una nueva propuesta de éxito. “¿Qué tal nos ido en yudo? Mal. Vale, gracias, pues pasemos rápidamente a la natacion sincronizada, donde esta tarde…..” En esta venta del optimismo y la ilusión, los Carreño, Lama y compañía son unos auténticos cracks.
A veces lo tienen difícil. Ayer fue un mal día. Otro mal día. Ni rascamos metal ni tampoco nuestros equipos, protagonistas de la tarde noche, emitieron excesivas señales para el optimismo. Empezando por el baloncesto, uno de los buques insignia. Mucho se ha escrito antes y despues de este guiño del destino en el que se convirtió el España-Brasil. Lo curioso del tema es que la preocupación por la salvaguardia de la reputación ha dado paso a la preocupación por cuestiones puramente deportivas. La España baloncestística, un valor seguro a tenor de su reciente historia, ha dado muestras suficientes de alcanzar el día D y la hora H (el crucial cruce de cuartos) demasiado enredada y con un buen número de cabos sueltos. Falta de solidez defensiva, sube y bajas contantes en su intensidad y productividad, desequilibrio entre el juego interior y exterior y finales de partidos erráticos no son buenos augurios cuando llegamos al terreno donde no existen segundas oportunidades. Si bien en el partido ante Brasil alguno de estos déficits pueden ser explicados por las circunstancias que rodeaban al encuentro, la repetición de problemáticas anteriores apunta hacia el juego puro y duro, lo que resulta cuanto menos inquientante. Ya lo apuntó Pau Gasol al término del partido. “Más nos vale mejorar, porque si no nos vamos para casa”. Toda una demostración de que la preocupación no es sólo del periodista o del aficionado, sino que anida en el propio grupo. Tampoco en balonmano o waterpolo las cosas fueron mucho mejor, y nos esperan unos cruces de aupa.
Pero todo esto ya es pasado y no hay tiempo para pararse en ello ni un segundo más de lo necesario. Dejemos a Brasil y hablemos de Francia, a los que estoy seguro no ha hecho ni puñetera gracias volverse a encontrar con España, habituales verdugos en los últimos años. Pasemos por encima el fracaso del 1.500 en Atletismo y hablemos de las semis de 800, donde tenemos a tres atletas clasificados. Olvidemos a Iker Martinez y Xavi Fernandez y concentrémonos en la Medal Race de Marina Alabau en windsurf. Que los equipos masculinos tropiezan, ahí estan el waterpolo y el balonmano femenino. Y no olvdemos que las de sincro nunca fallan.
Hoy llega lo que se ha empezado a llamar el Super-Martes, con varias opciones para aumentar nuestro raquítico medallero y mañana el futuro casi definitivo de nuestros equipos quedará marcado en los cuartos de final. Independientemente de cómo han llegado, el caso es que están, vivitos y coleando y eso alimenta ilusiones, el mejor antídoto para sobrellevar decepciones. A falta de medallas, no nos queda otra que seguir viviendo de esperanzas. Ya lo dice el refrán: "La esperanza es lo último que se pierde"