Diario de un ex olímpico

Sobre el blog

El Palomero hace mudanza durante 17 días y abre espacio dedicado a los Juegos. Y es que unos Juegos dan para mucho. O al menos lo suficiente como para un diario "palomérico" sin más pretensiones que pasar revista a lo importante, secundario, anecdótico y también al más puro y duro chismorreo. Ah, y alguna batallita del abuelo.

Sobre el autor

Juanma Iturriaga

es muchas cosas en una, pero de lo que más orgulloso se muestra siempre es de haber sido olímpico en dos ocasiones. También le gusta recordar que en su segunda participación, en Los Angeles 84, se trajo para España una medalla de plata, que en aquella época fue algo histórico. Fue tal el exitazo que ha llegado hasta ahora viviendo de ella y contando que secó a Michael Jordan y que Jack Nicholson le invitó a su casa después de verle jugar, lo que nunca se ha confirmado al 100%. Le gustan todos los deportes olímpicos, Pentatlón moderno incluido.

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Día 14. Cuando la cabeza toma el mando

Por: | 09 de agosto de 2012

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Mucho sabemos sobre como entrenan esos deportistas que estamos viendo competir en los Juegos. Sobre todo cuando alcanzan el éxito. Los medios de comunicación y los mismos protagonistas nos explican sus cargas de entrenamiento, las horas dedicadas a poner cuerpos y tácticas en la mejor disposición posible, los sacrificios que tienen que hacer para poder llegar a la élite. A veces, unas cuantas, nos sorprendemos, pues resulta difícil entender como un ser humano es capaz de soportar esas exigencias físicas. En los Juegos de Moscú tuve ocasión de charlar un rato con Jose Luis Korta, remero que el tiempo, la televisión y su controvertida personalidad han terminado por convertirle en personaje tan popular como polémico en el Pais Vasco. Cuando me contó las series de abdominales que hacía diariamente casi me da un pasmo. Eran miles en tandas de cientos. 

Pero lo que todavía resulta menos conocido es saber a ciencia cierta qué es lo que les pasa por la cabeza cuando compiten. Cuando observo como Javi Gómez Noya lleva cara de sufrimiento prácticamente desde que deja la bici y se pone a correr, me gustaría que en la televisión apareciesen “bocadillos” que nos descubriesen qué táctica mental usa para seguir corriendo a toda pastilla, qué es lo que se dice a sí mismo, cómo consigue que su cuerpo no diga basta, como se mantiene alerta ante las estrategias que pueden poner en práctica los hermanos Brownlee. Lo mismo me ocurre al día siguiente en la carrera del ya legendario David Cal. La carrera estaba perdida, o al menos eso daba la impresión cuando faltaban 250 metros. Muchos hubiesen tirado la toalla, desesperados al ver como se les escapaba el sentido de tantos años de entrenamiento. David aguantó las embestidas de los posibles malos pensamientos y se concentró en dar paladas, cada vez más rápido, hasta lograr una plata que un par de minutos antes parecía imposible. Tiró de brazos, pero le sostuvo su cabeza. 

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Muchas de las cosas que ocurren, algunas de las más importantes, sólo se pueden explicar a través de parámetros mentales. Nuestras chicas de waterpolo y balonmano, por ejemplo. No resulta difícil adivinar que más allá de lo bien que puedan jugar a sus respectivos deportes, la clave que les hace competitivas y capaces de derrotar a selección con mayores talentos físicos y técnicos son cualidades que tienen que ver con lo que llevamos debajo del pelo. Esa ambición, esa confianza, esa falta de miedo, ese afán de superación, esa pelea hasta el último instante tiene su origen en lo que conocemos como mentalidad, que como su propio nombre indica, surge de la mente. Y la de nuestras chicas funciona como un reloj.  Como lo hace, seguro, la de nuestros medallistas de Taekwondo, que deben encontrar durante cuatro años los estímulos suficientes para prepararse para los quince minutos de gloria que le puede ofrecer unos Juegos Olímpicos,  y una vez en ellos, dar lo mejor de sí mismos. 

Otro tanto se puede decir del equipo de baloncesto. Llegado el momento crítico, acuciado por su mal juego anterior y escocido por las críticas sobre su comportamiento ante Brasil, les salvó lo bien amueblada que tienen la cabeza. “Cuesta abajo, hasta la mierda corre” reza un dicho popular. El problema, la prueba del algodón, es cuando llega la cuesta arriba. Y cuesta arriba, la España baloncestística funciona bien, sobrevive, aguanta, se une (aunque sea para tapar bocas que creen equivocadas o excesivas, que también vale como fuente de motivación) y termina encontrando el camino hacia otra victoria. Ayer se agarró a Llull y a la defensa, aguerrida, numantina, no vista hasta este momento en el torneo. Pero sobre todo supo aguantar mucho mejor que Francia la descomunal tensión que supone el jugarte el futuro en cinco minutos y que llegó un momento donde parecía que les incapacitaba a unos y a otros para conseguir una sola canasta. Finalmente, en este juego agónico, en esta tortura mental, acabaron perdiendo los franceses, que no pudieron soportar una doble realidad adversa que apareció en el horizonte. El verse apeados de una semifinal con la que soñaban y que los que les privaban de ello fuesen los mismos que en los últimos años les han llevado por la calle de la amargura. Le entró el tembleque, les sobrevino el miedo que luego se transformó en rabia y con el nubarrón ya instalado en sus cerebros, se vinieron abajo, bien abajo. 

¿Qué cambió de la Mireia Belmonte del inicio de los Juegos a la de sus últimas carreras? ¿Aprendió alguna técnica nueva que le hacía nadar más rápido? ¿Se puso en forma de repente su cuerpo? Lo dudo mucho. El único cambio que se produjo durante la competición tuvo lugar en su hasta entonces agitado cerebro. Con el mismo entrenamiento, con el mismo talento, con la misma musculatura, pasó de fracasada a exitosa. Casi nada. 

Los que mejor saben esto son los propios deportistas, de ahí que otro de los atractivos que podemos exprimir en estos días multideportivos es observar como intentan interferir unos en los cerebros de otros. ¿Acaso lo que hace Usain Bolt antes de las carreras tiene como único objetivo su propia motivación? No lo creo. Con su puesta en escena también quiere lanzar un mensaje a su rivales. Estoy bien, soy el mejor, no tenéis ni la más mínima oportunidad, el estadio y la gloria me pertenece. O esa portera de waterpolo española, con pinta de mosquita muerta, que cada vez que hace una parada le lanza mensajes gestuales o directamente verbales a la lanzadora haciéndole ver que este va a ser el destino de todos sus tiros. Por cierto y hablando de waterpolo femenino. Esta noche juega España la final contra Estados Unidos. Vi el partido del grupo y flipé con la boya de los norteamericanos. ¡Qué bestia! ¡Qué forma de repartir estopa! A la enésima expulsión, salió del agua y entendí lo que debe ser sufrirla. Un armario de tres cuerpos con muy mala uva a pesar de la sonrisa angelical que muestra en esta foto

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Quedan cuatro días de Juegos y mucho todavía que ganar y perder. Si nos atenemos al ideal olímpico, “citius, altius, fortis” se llevarán la gloria aquellos que corran más rápido, salten más alto o sean más fuertes. Pero para poder hacerlo deberán controlar sus mentes para que se conviertan en el mejor aliado y no en el peor enemigo. La frontera resulta muy fina. A veces demasiado. 

 

 

 

 

 

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