Comenzamos invocando a Bochini y creo que con esto queda todo bastante claro: lo que nos interesa y lo que no.
¿Lo que no? El negocio que se ve y el negocio que se mantiene oculto; el chovinismo; la publicidad, la propaganda, las patrañas, los miles de millones, las presuntas conspiraciones; esos patanes crédulos en que nos convertimos, desgañitándonos ante una pantalla, en el estadio o tragándonos una prensa que azuza nuestros peores instintos. Eso, francamente, no nos interesa nada. Más bien nos da un poco de vergüenza.
Nos basta con el juego, que es sólo un juego. Por eso lo de Bochini.
Ricardo Bochini, ya saben, nunca brilló en un Mundial. Fuera de Argentina se le conoce poco. Los europeos tendemos a recordarlo, si nos acordamos de él, como el ídolo de Maradona.
Dicen que en 1986, en aquel Mundial del gol supremo a Inglaterra, Maradona quiso que Bochini compartiera un poco de su gloria. Impuso a Bilardo que le incluyera en la selección que viajó a México y en semifinales, cuando Bélgica ya estaba exangüe y el aire olía a final y a éxito, le reclamó en la cancha.
Si no recuerdo mal, fue Burruchaga quien se fue al vestuario. Maradona esperó en la línea de banda al genio calvo y desgarbado, amagó una reverencia y pronunció la frase para la Historia: "Dibuje, Maestro". O tal vez no. Hay quien dice que lo que dijo fue otra cosa: "Adelante, Maestro, le estábamos esperando". Cualquiera de las dos frases nos vale.
Ricardo Bochini, llamado "Bocha", nacido en Zárate en 1954 y emblema de Independiente, con el que hizo toda su carrera (caligrafió un poco de fútbol el 25 de febrero de 2007 con Barracas Bolívar, quinta división, a los 53 años, pero eso no cuenta, fue una exhibición de inmortalidad), era uno de esos tipos que redimen este montaje monstruoso y turbio que llamamos fútbol. Bochini poseía el cerebro de un geómetra y la ilusión de un niño. Jugaba con el balón y hacía que jugaran los demás. A lo que hacía se le pueden añadir metáforas, ditirambos, lo que les apetezca, pero no era más que juego.
También se le atribuye una de las sentencias clásicas sobre Cruyff: "Corre mucho, pero juega bien". Si quieren la filosofía que subyacía en sus relaciones con el balón, ahí la tienen.
Aquí hablaremos, durante el Mundial de Suráfrica (y, como se ve, con alguna antelación al mismo), de los futbolistas, el fútbol y los instantes que permitan evocar aquello que representó el viejo maestro Bochini. Es decir, del juego más hermoso. Solamente de eso.