El viejo Casale habrá resucitado, supongo. Qué menos. Habrá vuelto a la vida por el susto y el disgusto y estará queriendo morirse, para olvidar. Porque esto de hoy se recordará mientras estemos vivos.
(Ya sé que a la lepra le parece bien que sufra Casale, pero el canalla Casale, en este momento, vale por Argentina entera; quien no sepa de qué estamos hablando puede aprovechar la conexión a internet, teclear “Viejo Casale” o “19 de diciembre de 1971”, que es el nombre del relato, en el buscador, y leer, en memoria de Roberto Fontanarrosa, el mejor cuento de fútbol de todos los tiempos).
Ahora tocará ensañarse con Maradona, que al fin y al cabo era sólo Maradona, un tipo que fue el mejor futbolista y tras muchos tumbos, adicciones y sandeces fue colocado en el banquillo como última solución, como mamá-amuleto, porque los técnicos profesionales llevaban décadas sin sacar jugo de la selección; tocará añorar a Zanetti y Cambiasso, cuando lo que sobraba en la parte trasera eran años y experiencia; tocará preguntarse si Messi es tan bueno como dicen, aunque sepamos que sí lo es.