Suponía que Italia iba a caer así, con un último abordaje agónico. Suponía que iba a forzar una prórroga, y hasta penaltis, porque esperaba que cayera más tarde, en octavos, cuartos o incluso en semifinales. Pero no. La vieja Italia ambigua, cínica y calculadora no ha muerto en una gran batalla, de las que se recuerdan, sino en un partido menor, de primera fase, que se grabará principalmente en la memoria de las dos aficiones, la eslovaca y la italiana. Quizá más en la memoria de los italianos, que siguen sin olvidar el precedente de Corea del Norte en 1966.
Aunque este desastre italiano se parece más al de 1974.
Como ahora, también entonces un entrenador del norte, Ferruccio Valcareggi, había decidido mantener la base del equipo del Mundial anterior. En México-1970, Italia había llegado a la final tras protagonizar en semifinales, frente a Alemania, uno de los más bellos partidos de todos los tiempos. Como el equipo campeón de 2006, aquella selección subcampeona de 1970 ya era veterana y empezaba a decaer. En 1974, había jugadores como Rivera que llevaban cuatro mundiales en las piernas. Como la de este año, la Italia de 1974 había agotado ya todas sus ambiciones.
En 1974 se acusó a Valcareggi de confiar en unos futbolistas casi acabados y de no contar con el "grupo salvaje" de la Lazio, sorprendente campeón de Liga. Valcareggi sólo utilizó como titular a uno de los "salvajes" (lo eran realmente), el ariete Chinaglia, y lo que obtuvo de él fue un feroz corte de mangas al sustituirle.
Ahora se acusará a Lippi de apostar por los veteranos de 2006 y por los (relativamente) jóvenes de la Juventus, que han hecho una temporada lamentable, olvidándose de varios romanistas y del impredecible Cassano; se le acusará de no haber utilizado antes a Quagliarella; se le acusará de no haber sacado al campo a Pirlo aunque fuera con muletas.
Italia es un país muy futbolero y habituado a los procesos judiciales largos y prolijos. Eso propicia que tras los fracasos de gran calado se desarrollen exhaustivas acusaciones en la prensa y en los cafés.
Recuerdo los debates posteriores al Mundial de 1974. Y recuerdo que hubo un consenso más o menos general en las conclusiones:
---Se asumió como aceptable la derrota 2-1 ante Polonia, que tenía un equipazo y acabó tercera.
---Se consideró que Italia había cumplido con el 3-1 sobre Haití en el debut.
---Se atribuyó, finalmente, al empate 1-1 contra Argentina la traumática eliminación. Italia podía haber ganado ese partido. Iba bien, hasta que entró en la cancha un joven excéntrico y velocísimo llamado René Houseman. En ese momento, el seleccionador Valcareggi cometió el error de su vida. Asignó el marcaje sobre Houseman (y entonces los marcajes eran un asunto de hombre a hombre, un asunto estrictamente personal) a su centrocampista más lento. En resumen, Italia no ganó a Argentina y no pasó de la fase de grupos por culpa de aquel marcador cuadrado, miope y estático con el que Houseman hizo lo que quiso.
El encargado de marcar a Houseman, algunos lo recordarán, era Fabio Capello. Fue criticado ferozmente.
Quién sabe, tal vez después del proceso que les espera en los próximos meses los Criscito, Chiellini, Zambrotta, Montolivo o De Rossi lleguen a ser entrenadores multimillonarios, como Capello, y logren superar el bochorno de hoy. De momento les queda mucho por pasar.