Belga, sabio saharaui
Esta entrada ha sido escrita por Gonzalo Moure, escritor y miembro de la Asociación Escritores por el Sahara-Bubisher.
Un día entendí con plenitud lo que significa ser saharaui, por qué me apasionaba su civilización nómada. Un constructor de pozos, pastor y descubridor de agua, me enseñaba con sus manos cómo se excava, cómo se entiba el pozo. Paso a paso, detalle tras detalle, tan minucioso como gozoso. Miré su maqueta, miré al pozo, a nuestro lado. Era una réplica perfecta. Fue entonces cuando le pregunté qué hacía después, cuando por fin acababa el pozo. Me miró, un poco perplejo: qué cosas preguntaba el nasarani. Sacar agua, dijo. Ya, repliqué, quiero decir qué haces con ella. ¡Dar de beber al ganado!, exclamó, riendo. Ya, volví a insistir, quiero decir si la vendes, o si cobras por los camellos que vienen a beber en tu pozo.
Se quedó en silencio, con los ojos muy abiertos, tratando de entender, de entenderme. ¿Cómo voy a vender el agua del pozo?, me preguntó por fin. ¡El agua es de todos, es de… Del desierto, la que hace que la vida sea posible. Aún tuve fuerzas para intentarlo de nuevo: Pero, después de un año o más de trabajo, ¿qué sacas de eso? Entonces cabeceó, mirando al suelo, a sus manos, y por fin a mí, y dijo como se le explica algo a un niño: ¡Agua! Y el agua, siguió, es para mis camellos, claro, pero también para los otros, para los que vengan, para mi vecino, sea mi amigo o no.
Así debimos de ser todos en alguna era muy remota, así dejamos de ser. Un día un constructor de pozos puso precio a su agua, y todo cambió. En el Sáhara, en los Territorios Liberados del Sáhara Occidental, aún pervive ese espíritu, todavía se comparte el agua, la hierba, la leche, el fuego, la carne, la jaima. Una tierra en la que los ancianos más sabios no se conforman con darte los días con una fórmula cortés, sino que te desean Sabah eljer, una mañana de bienes, Sabah el nor, una mañana de luz del amanecer, y…
¡Sabah el ful u iasimín!
Así me saludó una mañana, hace un par de meses, Belga, uno de los más hondos y fascinantes sabios saharauis vivos. Volvía de detrás de unas rocas y aún traía en su mano un poco de arena, de la arena que le gusta acariciar e investigar cada vez que llega a un lugar nuevo. Sabah el ful u iasimín. El fulme sonaba a comida, a legumbres, a lentejas o garbanzos tal vez. Pero ¡Iasimín! ¡Los jazmines, sin duda! Alguien me había saludado así una mañana en Smara, pero los campamentos están contaminados por la prisa, y no le di importancia ni me paré a pensar. Pero Belga y yo estábamos en lo más profundo de la badía, donde las horas son siglos y los siglos nada. Así que seguí con mi paseo, pensando en el saludo de Belga, y comprendiendo por fin que me preguntaba por los garbanzos y los jazmines, que me deseaba una mañana de garbanzos y jazmines, que quería que mi vida material fuera buena, pero también la vida de mi espíritu. Quería decirme así Belga que la vida no es solo lo material, ni la riqueza; que la vida son también los jazmines, los aromáticos jazmines del jardín del alma.
Ahora estamos muy lejos, a miles de kilómetros, pero también le deseo a Belga una mañana buena en garbanzos y en jazmines. Como le deseo a aquel constructor de pozos que siga compartiendo el agua de la vida, haciendo posible que el sueño de un Sáhara de hermanos siga existiendo, que sacie la sed de los camellos, las cabras, los niños, los hombres y mujeres.
Ese es el Sáhara que amo, un desierto con abrevaderos de jazmines y poesía del agua.
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