Ilustración de Roberto Maján
AUTOPOÉTICA - Limam Boicha
Escalas o como estornuda, a veces, el viento. Autostop.
El viento de arena tamborilea pésimos rumores y no sé a qué atenerme, ni en qué lado me planto: si doy la espalda al viento, puede pasar cualquier vehículo sin apenas oírlo, y si sigo en la misma posición, el vuelo de la arena ¿o la pólvora? me va a cegar como un pozo. Después de horas ¿o años? un camión me lleva kilómetros y otros y cientos y miles hacia el norte, hacia ciudades que nunca he visto, hacia el mar blanco, el mar cielo, el mar medio y hasta más allá del océano.
¡Todo el monte es una cabellera afro-verde! Todos los montes lo son en este apacible hogar, también lo es la tierra, el horizonte; mis ojos se tornan plantas, ríos, saben a frutas mis manos. La brisa es suave, acaricia mi rostro y sonrío. Mis ojos descubren donde empieza y termina la palabra verde. Me adentro en el vientre del bosque, es una inesperada aventura: todo es nuevo, colosal y luminoso y es oscuro y es una colonia infinita, enredadera empapada de rocío. Guarda su reserva de misterio y desasosiego, el agua es diáfana y sabe a helechos, algas, y troncos. Saboreo su infinita carta comestible y florezco y me llevo para siempre sus raíces, su espíritu de isla en isla, de ciudad en ciudad, me esfuerzo y comparto y la curiosidad es un cultivo que abrazo, y sonrío y me impaciento, y me enamoro y pierdo y gano y hambre paso y caigo y me levanto. Y. Pasan los años, termino mis estudios y retorno.
La llanura es un color pardo oscuro, un aluvión derramado, mar de piedras y arena. Un espejismo de cuerpo y alma. Pero cuando la corriente sopla desde el sur se presiente la lluvia, el anciano me señala la ruta de las nubes y yo no veo más que un punto indefinido en el cielo. Recostado sobre una alfombra roja el abuelo llama a su nieto y le agasaja con unos dátiles, el pequeño se levanta, tropieza, el regalo se le derrama sobre la estera y llora. Al anciano se le agua la vista y una corriente cargada de bendición comienza a elevar la jaima.
De antiguas mis raíces bebo y otra vez cruzo los caminos, al mar blanco, al mar cielo, a otros espacios abiertos en busca de bienestar, sin relegar de mi compromiso. En la penumbra el diminuto dedillo apunta la boca del frío metal y aprieta el gatillo en la sien del despertador, salta en pedazos el sueño y me alzo, como sonámbulo voy al aseo y me abrigo y caliento los alimentos y los guardo en el bolso. Mi piel y mi nombre están hechos jirones, no tienen la consistencia de un pasaporte occidental, les falta sangre y oxígeno oficial. La niebla condimenta la oscura callejuela, desde el campo desciendo hasta el término de espera, el aire salado, me rodea el abrazo del mar, pero no es para mí, yo me dirijo a un tétrico cobertizo. Pasan las horas ¿o años? Y retorno del Norte al Sur. Y del Sur al Norte.
Bajo la sinuosa carpa de la ausencia hornean mis versos. En el fondo de la masa palpitan voces resquebrajadas que anhelan y aguardan. La tempestad sigue aposentada en las almas, envuelve los ruidos y los olores, trepa y como ráfaga atraviesa los cuerpos arrumbados bajo la sombra de la espera, revolotea el polvo arenoso y bebe el sudor de la impotencia. Del Sur al Norte y de la Nada al Atlántico.
PD: La poesía crepita a los cuatro vientos, resiste, permite el entusiasmo, clama por el combate y galopa hacia un destello de luz al caer las estrellas.
De la antología A los cuatro vientos. Libros de Ariadna.
Hay 3 Comentarios
Bellísima ilustración para un texto magnífico. Poetas saharauis, esperamos vuestras palabras.
Publicado por: Conx | 17/09/2014 9:50:18
Impresionante texto, como siempre. Bienvenido este blog, tan necesario, de nuevo.
Publicado por: Gonzalo | 15/09/2014 11:27:12
Impresionante texto, como siempre. Bienvenido este blog, tan necesario, de nuevo.
Publicado por: Gonzalo | 15/09/2014 11:27:12