Vuelta a El Aaiún

Por: | 18 de septiembre de 2015

 El Aaiún

Vista de la ciudad de El Aaiún. A la derecha, el hospital, para los saharauis el Hospital Grande.A la izquierda, la iglesia y, al fondo, aluad, el río Saguia El Hamra.

Esta entrada ha sido escrita por Larosi Haidar, profesor de Traducción e Interpretación en la Universidad de Granada y miembro del grupo de escritores la Generación de la Amistad Saharaui.

Sin que nadie de la familia me viera, salí de casa sigilosamente y me zambullí en la marabunta que iba y venía por lo que parecía una calle principal de la desdichada ciudad. Ahora, ya fuera y libre de ataduras, me veo hostigado por un incesante martilleo de recuerdos y emociones a medida que me iba introduciendo en las entrañas de mi pobre ciudad natal. Los aires de antaño inundan mi mente y una sonrisa inocente y perdida subyuga mi cara, me emboba y atonta sin remedio. Sin caber en mí de gozo, huelo, siento, veo el tan querido Barrio Cementerio, mi nariz se estremece acariciada por el tibio aroma de café catapultado por el ruidoso Bar Morales; me giro en sueños y diviso adormecido al emblemático barbero Shaui1 de cuyos dedos, pálidas, cuelgan las tijeras. Cierro los ojos y en mi cabeza resuenan los golpes de tambor de las madrugadas ramadeñas de aquellos maravillosos años. Los abro y me deslumbra el balido de cabras y ovejas acorraladas al aire libre para ser vendidas en polvo de carbón y arena; levanto la vista y me lloran los perros enjaulados en el matadero solitario y triste de la colina mil veces perdida. A la izquierda, el híbrido de jaima y barraca medio enterrada me escupe su dulce canción coránica de vocecitas infantiles al son de la batuta angelical de Arrubay2. Más allá, la panadería encorvada y sencilla humea alegremente bajo la mirada misteriosa de las rocas. Arriba, imponente y amenazador, el Polco3, esa huella tardía del monstruo americano.

Giro hacia la derecha y me acaricia la brisa serpenteante de Luad4 enroscada eternamente al rugido vibrante de los apacibles camellos. Me pita un coche. Vuelvo en mí. Vuelvo. Vuelvo sobre mis pasos y me despierto risueño paseando por el Zoco Pequeño, oliendo pieles, telas, humos y sueños del pasado. Me sorprende, una vez más, el tumulto que ahoga la carnicería de Foidal5. El autobús de la Playa sigue aletargado en la parada de siempre y, de vez en cuando, da un brinco como asustado por el ruido de las escopetas de aire comprimido de la vecina caseta. Miro al cielo y se me cae encima el blanco embriagador de la mezquita Aba Haya6. Bajo la vista y mi corazón se rebela, me cocea excitado por las risas y gritos de alegría de los niños radiantes de felicidad al recibir de Suelam, el panadero, los paradisíacos panecillos greissat7.

Cierro los ojos y me alcanzan las ráfagas inofensivas de varias Singer, máquinas de coser eléctricas estratégicamente situadas; los abro y me deslumbran las docenas de sandalias de pulmón8, colgantes cual coloreados murciélagos en espera de la noche. Sigo caminando. La polvorienta calle Trasera Dispensario9 me hace estornudar, me ahogo y huyo hacia el bullicio de la calle principal. A un lado, las Casitas del Retiro10 se flirtean como enormes orugas encalladas; al otro, la Guardería, las Casitas de Chiuj11 y el Zoco Lamjaj12. Cierro los ojos y, como si fuera mi último suspiro, una sucesión de imágenes y emociones desfila por mi cabeza vertiginosamente: el horno de Lhihi, la Oficina del Frig, el cuartel de la Policía Territorial, la Sección Femenina, el Hospital Grande, el Parque, Cine las Dunas, el cuartel de Artillería, la cafetería Natacha, el Zoco de cristal13, calle Fuente, el Instituto, la Piscina, la Cochera, el Jarsitu14, la granja de Chano, el colegio La Paz, Aviación15, Transáhara, las Casitas Ladaru16,... todo un sueño de dulces recuerdos de niñez que me embriagan y me alivian.

Desgraciadamente, vuelvo a la realidad, me despierto. Las calles por las que me arrastro me son extrañas, mis ojos las repudian, repelen su omnipresente rojeado y rojizo rojo. Mis recuerdos han sido aniquilados por olores ajenos y cochambrosos, por escenas patéticas y rancias, por voces desagradables y cacofónicas. El Aaiún ha desaparecido y en su lugar yace un monstruo artificial en el que apenas se reconoce el esqueleto inerte de una radiografía borrosa de mi ciudad natal. Rojo, rojizo y rojeado. El invasor campa a sus anchas. Polvo y suciedad. Tristeza, miseria y terror. Impotencia ante la cruda realidad que, de un bocado, se tragó mi ciudad, mi bonito Aaiún, mi pobre Sáhara. No puedo más y sólo puedo recitar, entre lágrimas, los versos de mi poema ¡Qué pena!:

Recuerdo las dunas esbeltas
de antaño
y ahora en mi mente
se empujan humilladas
por los vientos del norte.

Recuerdo dóciles rebaños
a mares
por el amado desierto
y hoy ocupan su lugar
alimañas de norte incierto.

Recuerdo beduinos sonrientes
honestos
encariñados con su tierra
ahora veo criaturas norteñas
rencorosas y deshonestas.

Recuerdo el mágico perfume
ceniza
de alcance infinito y ahora
todo huele a ajos, cloacas
nortes, arenas movedizas.

Recuerdo seductores mantos
en guitarra
símbolos de exquisita finura
y ahora me ciega la costura
norteña de tela y capucha.

Lo recuerdo y me acuerdo
aciago
que hoy la patria es reo
de reyes y oscuros intereses
y el dolor me rompe las venas
por tu destino
¡Sáhara, qué pena!

1 Afamado barbero del Aaiún de aquellos felices años cuyas tijeras, no sólo le cortaron el pelo a más de uno sino que, también, fueron las causantes de que muchos niños perdieran el prepucio. Además, en las noches del Ramadán, con su maravilloso tambor de particular sereno musulmán, se encargaba de dar el aviso de la llegada de la hora del ayuno.
 2 Conocida maestra de Corán por cuyas manos pasaron muchos niños aiunenses.
 3 Hangar y otras instalaciones que dejaron las petroleras que probaron fortuna en la zona desde finales de los 50 del siglo pasado. Probablemente, el nombre se deba al acrónimo de Petroleum and Oil Companies, POILCO.

4 El Río, es decir, Saguia El Hamra.

5 Se trata de Foidal Larosi Ahmad Salak.
6 Aba Haya fue el faquí de la mezquita del Aaiún.
7 Se trata de pequeños panecillos que el panadero Suelam regalaba a los niños. Su nombre, greissat, es el plural de greissa, diminutivo de garssa, es decir, “pellizco”. Curiosamente, la denominación hassaní se asemeja al español pellizco de monja.
8 Parece ser que esa fue la primera impresión que tuvieron los saharauis al ver las chancletas de gomaespuma: parecían fabricadas de tejido pulmonar.
9 Conocida calle sin asfaltar.
10 Son casas entregadas por las autoridades españolas, en principio, a los retirados del Ejército.
11 Son las Casas Exagonales que se entregaron a los jefes tribales, los chiujs.
12 Es la denominación hassaní del Zoco Nuevo.
13 Denominación hassaní del Zoco Viejo. El nombre le viene de las abundantes vitrinas.
14 La denominación proviene de la hassanización de Ejército, y es el nombre de un barrio periférico de jaimas y barracas vecino de los cuarteles militares situados en el flanco este de la ciudad.
15 Se trata de un estanque al que van a parar las aguas fecales y todo tipo de inmundicias originadas en las instalaciones del aeropuerto de Aaiún. Tan pulcras aguas constituían la prueba de hierro de todo nadador infante que quisiese ganarse el respeto de sus congéneres. Había que ir a aviasiún.
16 Pequeña urbanización formada de bonitas casas que la empresa Fosbucraa entregó a sus trabajadores nativos más antiguos. Estos mismos trabajadores se referían a la empresa Fosbucraa como Ladaru debido a que ese era el nombre con el que denominaban a su antecesora, que era la empresa ADARO, de allí el nombre hassaní de Duerat Ladaru (Casitas Ladaru).

Hay 1 Comentarios

¿Donde está?
¿Donde está
la vieja
huella
de mis pies?

No es esta
huella
embarrizada.

No.
Es aquella,
la dorada,
la que viaja
en el viento,
la que siento
en el corazón,
aquí
muy
dentro.

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Y… ¿dónde queda el Sáhara?

Sobre el blog

Intentar mostrar la riqueza de la cultura saharaui. Ese es el objetivo de este espacio. Una cultura nacida de la narración oral, de los bellos paisajes del desierto, de las vidas nómadas y el apego a la tierra, de su origen árabe, bereber y musulmán, de sus costumbres únicas y de la relación con España que se remonta a más de un siglo. Una cultura vitalista, condicionada por una historia en pelea por la supervivencia desde 1975. Coordina Sukeina Aali Taleb

Sobre los autores

Sukina Aali-Taleb Hija del exilio, Sukina Aali-Taleb nació en Madrid por casualidad, de padre saharaui y madre gallega. Es miembro del grupo de escritores La Generación de la Amistad Saharaui y coautora del libro "La primavera saharaui, los escritores saharauis con Gdeim Izik", tras los acontecimientos de El Aaiún, en 2010. Periodista y profesora de Lengua Castellana y Literatura en institutos públicos de Madrid. Como no puede ser de otra manera, apoya al Frente POLISARIO en proyectos de ayuda a su pueblo, refugiado y abandonado a su suerte en Tinduf (Argelia), desde hace cuatro décadas.

Roberto MajánRoberto Maján, ilustrador. Le gusta decir que fue el último humano nacido en su pueblo; piensa que eso lo hace especial. Y que su abuela se empeñó en llamarle Roberto en memoria de Robert Kennedy asesinado cuatro días antes. En la época en que nació y se bautizó, el Sahara era español, en el mal sentido de la palabra. El lo sabía por las cartas que recibía de su tío Ramón, destinado allí en su servicio militar. Los sellos que las franqueaban prefiguraron el universo imaginario que tratará de recrear en las imágenes de este blog.

Bahia Mahmud Awah Bahia Mahmud Awah. Escritor, poeta y profesor honorario de Antropología Social en la Universidad Autónoma de Madrid, natural de la República del Sahara Occidental. Nacido en los sesenta en la región sur del Sahara, Tiris, la patria del verso y los eruditos. Cursó estudios superiores entre La Habana y Madrid, donde reside. Pertenece al grupo de Escritores Saharauis en lengua castellana.

Willy Veleta Willy Veleta. Willy Veleta consiguió su licenciatura de periodismo de una universidad estadounidense (ahí queda eso) y ha trabajado en todos los canales privados de TV en España… de los que huyó cuando se dio cuenta de que querían becarios guapos. Ahora es profesor de periodismo en inglés y prepara su tercer libro, una novela sobre los medios.

Liman Boicha Liman Boicha. Se licenció en Periodismo en la Universidad de Oriente en Cuba. Después de una larga ausencia regresó a los campamentos de refugiados saharauis y durante cuatro años trabajó en la Radio Nacional Saharaui. Actualmente reside en Madrid. Ha publicado Los versos de la madera y ha participado en varias antologías de poesía saharaui: Añoranza, Um Draiga, Aaiún, gritando lo que se siente, entre otras. Forma parte del grupo poético Generación de la Amistad Saharaui y es miembro de la Asociación de Escritores por el Sahara-Bubisher.

Larosi Haidar Larosi Haidar. Tras el alto el fuego, se instaló en Granada, donde se licenció y doctoró en Traducción e Interpretación. Actualmente es profesor de esta misma disciplina en la Universidad de Granada y ha publicado varios trabajos relacionados con la cultura saharaui. También ha participado en varias antologías de poesía saharaui.

1000 voces para un poema

SANKARA SIDATI2
Poema de Bahia MH Awah, escritor, poeta y antropólogo. Imagen del archivo RASD, el poeta y diplomático saharaui Mohamed Sidati y el desaparecido líder africano Tomás Sankara en 1982 visitando a la República Saharaui y a los campos de refugiados saharauis. 

África vuelo California BA 279

En homenaje a mis hermanos y hermanas del

África negra que surcan por sus

sueños atravesando desiertos y

océanos por un mundo mejor.

 

Lejos y sin cosechas, allí dejo

mi África sin pan.

 

Repetía una y otra vez cuando despedía

tierra firme, su tambor, su mortero y su viejo arado.

Náufrago,

se marchó en busca de otros horizontes,

y el África atrás despedía, sumergida en tristes tinieblas,

de hambrunas,

de guerras de tripas,

de cayucos y pateras,

hundidos con todas las quimeras de la tribu.

 

El pan que un día partió para traer

costaba tanto como el caviar

del “Masa Time Warner Center de Manhattan”.

 

Bububakar, no dejó de llevar consigo un fardo

lleno de ilusiones,

se lo aconsejó el jefe de los saimara,

se lo aconsejó el chej de los bambara,

se lo aconsejó el patriarca de los zulú,

para que el día de la vuelta,

“si Dios navega

en tu habitual deriva de cada mar

viera su nueva chabola rebosando pan,

trigo, maíz, arados y el timbal de tambores”.

 

Desde mi ventanilla busco África y delibero para sofocar

la ira de mi conciencia.

 

Veo una Europa egoísta,

envuelta en oscuras nubes del porvenir,

veo gigantes rascacielos,

veo chimeneas de fábricas triturar mi virgen maíz,

y veo otras ensayar armas que destruyan

los verdes campos de mis trigales,

y al ver otras y otras aldeas de espigas segadas

el dolor remueve mis intestinos vacíos,

esos de quienes llegan la deriva.

 

Preocupados los ancianos del clan,

dicen, de España esta vez llegan al Atlas

blindados de guerra en vez de granos de cebada

para hacer el cuscús del Rif,

y de Francia estorban la vida muchos soldados,

que no dejan de molestar ¡Eh, tu outre ici!

En pleno vuelo,

no dejo de pensar en el viejo continente,

rezo para que esa humanidad vuelva a emerger

otra vez tras este siglo sin siembras

de maíz,

sin arrozales y sin el sagrado trigo de los hijos de Caín.

 

Ya sobre las nubes del Atlántico

siento franqueadas las fronteras,

y rotos los sueños,

los cayucos no cesarán de atravesar estos mares

porque creen que otro mundo más justo es posible.

¿A dónde vas humanidad de tez blanca?

De ojos miopes, azules, oscuros y verdes,

de hurtados cerebros enfermizos,

de vacíos y retuertos vocabularios

de postizos principios y corruptos amigos,

su mundo es tan alejado,

separado y diferente en valores de lucha,

de África y de la franca libertad al mío.

 

Y como africano le confieso que

ni una vez me inclino a la mano que se besa,

ni en mi corazón tengo lugar para cubrir al malvado.

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El País

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