Vista de la ciudad de El Aaiún. A la derecha, el hospital, para los saharauis el Hospital Grande.A la izquierda, la iglesia y, al fondo, aluad, el río Saguia El Hamra.
Esta entrada ha sido escrita por Larosi Haidar, profesor de Traducción e Interpretación en la Universidad de Granada y miembro del grupo de escritores la Generación de la Amistad Saharaui.
Sin que nadie de la familia me viera, salí de casa sigilosamente y me zambullí en la marabunta que iba y venía por lo que parecía una calle principal de la desdichada ciudad. Ahora, ya fuera y libre de ataduras, me veo hostigado por un incesante martilleo de recuerdos y emociones a medida que me iba introduciendo en las entrañas de mi pobre ciudad natal. Los aires de antaño inundan mi mente y una sonrisa inocente y perdida subyuga mi cara, me emboba y atonta sin remedio. Sin caber en mí de gozo, huelo, siento, veo el tan querido Barrio Cementerio, mi nariz se estremece acariciada por el tibio aroma de café catapultado por el ruidoso Bar Morales; me giro en sueños y diviso adormecido al emblemático barbero Shaui1 de cuyos dedos, pálidas, cuelgan las tijeras. Cierro los ojos y en mi cabeza resuenan los golpes de tambor de las madrugadas ramadeñas de aquellos maravillosos años. Los abro y me deslumbra el balido de cabras y ovejas acorraladas al aire libre para ser vendidas en polvo de carbón y arena; levanto la vista y me lloran los perros enjaulados en el matadero solitario y triste de la colina mil veces perdida. A la izquierda, el híbrido de jaima y barraca medio enterrada me escupe su dulce canción coránica de vocecitas infantiles al son de la batuta angelical de Arrubay2. Más allá, la panadería encorvada y sencilla humea alegremente bajo la mirada misteriosa de las rocas. Arriba, imponente y amenazador, el Polco3, esa huella tardía del monstruo americano.
Giro hacia la derecha y me acaricia la brisa serpenteante de Luad4 enroscada eternamente al rugido vibrante de los apacibles camellos. Me pita un coche. Vuelvo en mí. Vuelvo. Vuelvo sobre mis pasos y me despierto risueño paseando por el Zoco Pequeño, oliendo pieles, telas, humos y sueños del pasado. Me sorprende, una vez más, el tumulto que ahoga la carnicería de Foidal5. El autobús de la Playa sigue aletargado en la parada de siempre y, de vez en cuando, da un brinco como asustado por el ruido de las escopetas de aire comprimido de la vecina caseta. Miro al cielo y se me cae encima el blanco embriagador de la mezquita Aba Haya6. Bajo la vista y mi corazón se rebela, me cocea excitado por las risas y gritos de alegría de los niños radiantes de felicidad al recibir de Suelam, el panadero, los paradisíacos panecillos greissat7.
Cierro los ojos y me alcanzan las ráfagas inofensivas de varias Singer, máquinas de coser eléctricas estratégicamente situadas; los abro y me deslumbran las docenas de sandalias de pulmón8, colgantes cual coloreados murciélagos en espera de la noche. Sigo caminando. La polvorienta calle Trasera Dispensario9 me hace estornudar, me ahogo y huyo hacia el bullicio de la calle principal. A un lado, las Casitas del Retiro10 se flirtean como enormes orugas encalladas; al otro, la Guardería, las Casitas de Chiuj11 y el Zoco Lamjaj12. Cierro los ojos y, como si fuera mi último suspiro, una sucesión de imágenes y emociones desfila por mi cabeza vertiginosamente: el horno de Lhihi, la Oficina del Frig, el cuartel de la Policía Territorial, la Sección Femenina, el Hospital Grande, el Parque, Cine las Dunas, el cuartel de Artillería, la cafetería Natacha, el Zoco de cristal13, calle Fuente, el Instituto, la Piscina, la Cochera, el Jarsitu14, la granja de Chano, el colegio La Paz, Aviación15, Transáhara, las Casitas Ladaru16,... todo un sueño de dulces recuerdos de niñez que me embriagan y me alivian.
Desgraciadamente, vuelvo a la realidad, me despierto. Las calles por las que me arrastro me son extrañas, mis ojos las repudian, repelen su omnipresente rojeado y rojizo rojo. Mis recuerdos han sido aniquilados por olores ajenos y cochambrosos, por escenas patéticas y rancias, por voces desagradables y cacofónicas. El Aaiún ha desaparecido y en su lugar yace un monstruo artificial en el que apenas se reconoce el esqueleto inerte de una radiografía borrosa de mi ciudad natal. Rojo, rojizo y rojeado. El invasor campa a sus anchas. Polvo y suciedad. Tristeza, miseria y terror. Impotencia ante la cruda realidad que, de un bocado, se tragó mi ciudad, mi bonito Aaiún, mi pobre Sáhara. No puedo más y sólo puedo recitar, entre lágrimas, los versos de mi poema ¡Qué pena!:
Recuerdo las dunas esbeltas
de antaño
y ahora en mi mente
se empujan humilladas
por los vientos del norte.
Recuerdo dóciles rebaños
a mares
por el amado desierto
y hoy ocupan su lugar
alimañas de norte incierto.
Recuerdo beduinos sonrientes
honestos
encariñados con su tierra
ahora veo criaturas norteñas
rencorosas y deshonestas.
Recuerdo el mágico perfume
ceniza
de alcance infinito y ahora
todo huele a ajos, cloacas
nortes, arenas movedizas.
Recuerdo seductores mantos
en guitarra
símbolos de exquisita finura
y ahora me ciega la costura
norteña de tela y capucha.
Lo recuerdo y me acuerdo
aciago
que hoy la patria es reo
de reyes y oscuros intereses
y el dolor me rompe las venas
por tu destino
¡Sáhara, qué pena!
1 Afamado barbero del Aaiún de aquellos felices años cuyas tijeras, no sólo le cortaron el pelo a más de uno sino que, también, fueron las causantes de que muchos niños perdieran el prepucio. Además, en las noches del Ramadán, con su maravilloso tambor de particular sereno musulmán, se encargaba de dar el aviso de la llegada de la hora del ayuno.
2 Conocida maestra de Corán por cuyas manos pasaron muchos niños aiunenses.
3 Hangar y otras instalaciones que dejaron las petroleras que probaron fortuna en la zona desde finales de los 50 del siglo pasado. Probablemente, el nombre se deba al acrónimo de Petroleum and Oil Companies, POILCO.
4 El Río, es decir, Saguia El Hamra.
5 Se trata de Foidal Larosi Ahmad Salak.
6 Aba Haya fue el faquí de la mezquita del Aaiún.
7 Se trata de pequeños panecillos que el panadero Suelam regalaba a los niños. Su nombre, greissat, es el plural de greissa, diminutivo de garssa, es decir, “pellizco”. Curiosamente, la denominación hassaní se asemeja al español pellizco de monja.
8 Parece ser que esa fue la primera impresión que tuvieron los saharauis al ver las chancletas de gomaespuma: parecían fabricadas de tejido pulmonar.
9 Conocida calle sin asfaltar.
10 Son casas entregadas por las autoridades españolas, en principio, a los retirados del Ejército.
11 Son las Casas Exagonales que se entregaron a los jefes tribales, los chiujs.
12 Es la denominación hassaní del Zoco Nuevo.
13 Denominación hassaní del Zoco Viejo. El nombre le viene de las abundantes vitrinas.
14 La denominación proviene de la hassanización de Ejército, y es el nombre de un barrio periférico de jaimas y barracas vecino de los cuarteles militares situados en el flanco este de la ciudad.
15 Se trata de un estanque al que van a parar las aguas fecales y todo tipo de inmundicias originadas en las instalaciones del aeropuerto de Aaiún. Tan pulcras aguas constituían la prueba de hierro de todo nadador infante que quisiese ganarse el respeto de sus congéneres. Había que ir a aviasiún.
16 Pequeña urbanización formada de bonitas casas que la empresa Fosbucraa entregó a sus trabajadores nativos más antiguos. Estos mismos trabajadores se referían a la empresa Fosbucraa como Ladaru debido a que ese era el nombre con el que denominaban a su antecesora, que era la empresa ADARO, de allí el nombre hassaní de Duerat Ladaru (Casitas Ladaru).
Hay 1 Comentarios
¿Donde está?
¿Donde está
la vieja
huella
de mis pies?
No es esta
huella
embarrizada.
No.
Es aquella,
la dorada,
la que viaja
en el viento,
la que siento
en el corazón,
aquí
muy
dentro.
Publicado por: Juan At. Conde López | 20/09/2015 8:43:00