Memoria de ciudad [02]

Por: | 22 de diciembre de 2015

La_Habana_Ilustración_Roberto_Maján

 LA HABANA _ Ali Salem Iselmu

La resignación de Brahim

El malecón de La Habana estaba tranquilo, apenas se veía movimiento de personas. Carmen y Brahim, dos estudiantes de Filología e Historia del Arte, charlaban tranquilamente sobre la influencia de Grecia sobre Roma y la relación de estas dos civilizaciones con Egipto. A medida que iban profundizando en el debate cada uno de los dos se aferraba en sus argumentos históricos acerca del legado cultural heredado por el mundo actual y hasta qué punto Oriente influyó en Occidente. Con el pasar de las horas el sonido de la música se escuchaba cada vez más cerca y los dos sentían una enorme necesidad de ir a bailar a la terraza del Hotel Presidente y dejar la charla para otro día.

Dentro del hotel había muchos turistas disfrutando de una noche auténticamente tropical. El grupo de bailarinas se afanaba en animar y el público estaba entregado a la música. Carmen y Brahim estaban profundamente abrazados, sus cuerpos se perdían bajo el ritmo de un bolero de Benny Moré, el calor del desierto y la humedad del Caribe se fundían en un eterno abrazo bajo las gotas de una lluvia intensa, mientras las olas del mar impactaban en todo el litoral. Aquella madrugada era la última de Brahim en Cuba, después de quince años seguidos, quince años en los que llegó siendo un niño y se había convertido en todo un hombre de veinticinco años y licenciado en historia del arte. El hecho de tener que marcharse, dejar a Carmen y a sus amigos era una prueba de fuego para sus sentimientos, él que conocía la palma real, la cotorra, la yuca, el boniato y el batido de zapote y todos los sabores y colores que había vivido intensamente a lo largo de esos años. Pero también sabía que al otro lado del océano le esperaba su madre, su padre, sus hermanos y todo su pueblo abandonado en unos campamentos de refugiados.

Con el primer rayo de luz salió corriendo a toda prisa con Carmen hacia su residencia, subió por las escaleras hasta llegar a la segunda planta, entró en su habitación y abrió inmediatamente su armario. Empezó a recoger su ropa y sus objetos personales pero todavía tenía muchas dudas sobre el viaje y si realmente el avión iba a llegar a tiempo, el misterio estaba instalado profundamente en su corazón.

Carmen no quería llorar, intentaba aceptar aquella situación como un hecho inevitable que tenía que llegar algún día. Así de esta forma entregaba sus manos al destino, estaba convencida del desenlace final de su relación con Brahim, pero quería robarle al tiempo todos los minutos posibles estar a su lado hasta el último momento, en el fondo tenía la certeza de que él se podía marchar para siempre pero su corazón seguía latiendo con más fuerza y de sus labios se escuchaban pocas palabras. Estaba desanimada, había perdido el apetito, sus ojos se quedaban quietos, desorientados y perdidos.

Mientras él quería evadir el momento, buscar refugio en sus recuerdos y en los buenos momentos compartidos y vividos, no quería ser superado por las circunstancias. En vano quiso controlar cada segundo, cada minuto y mostrarse alejado de la realidad. En un intento desesperado miró serenamente a Carmen y le dijo:

- Necesito pasear por la Avenida de los Presidentes y luego ir al malecón, solo voy a estar media hora y volveré.

Cuando se quedó solo, aquel 20 de agosto de 1996, sintió que necesitaba hacer un breve repaso a toda su vida en Cuba, no abandonar nada de lo que conoció y fijar su mirada en las olas del mar, buscar en ellas respuesta a todas las preguntas que no tenían respuesta, pero una vaga sensación le hacía recordar a su madre, la jaima y la arena del Sahara, aquella infancia lejana y el recuerdo de las costas blancas y azules que se perdía con el ruido de las gaviotas.

Volvió a la residencia despacio, no tenía ninguna prisa en llegar, metió su mano en el bolsillo y sacó un cigarro pero no tenía fuego para encenderlo. Decidió masticarlo porque una vez tuvo a un profesor que no fumaba, lo único que hacía era mascar bien la hoja de tabaco y mantener su sabor en la lengua. Brahim quería ir antes a la embajada y recoger su salvoconducto, entonces paró un taxi y le dijo al taxista:

- Llévame a Quinta Avenida, donde está la embajada saharaui- Compadre, pero tú eres habanero, ¿qué vas a hacer en la embajada esa? – le dijo extrañado el taxista.
Brahim no pudo disimular la risa y a la vez la sorpresa y le contestó:
- Yo no soy habanero pero llevo muchos años viviendo en La Habana, en realidad yo soy saharaui, vivo en un campamento de refugiados en el suroeste de Argelia pero me considero de aquí.

Los dos siguieron charlando hasta que llegaron a la puerta de la embajada. Le pagó veinte pesos cubanos y acto seguido se acercó al guarda que le preguntó por su identidad y le dejó pasar. Una vez dentro se dirigió a la oficina del encargado de los estudiantes, allí recogió su billete y toda su documentación y se marchó a toda prisa a encontrarse con Carmen y sus amigos, quería pasar con ellos las horas que le quedaban, respirar el olor del mar Caribe y bailar la inevitable canción de la despedida.

Llegó la hora del viaje, eran la seis de la tarde, estaba lloviendo intensamente sobre el aeropuerto internacional José Martí. Brahim tenía que facturar su equipaje, pasar por todos los controles de la terminal y luego despedirse de todos. En su interior sabía que aquella situación era una bola de fuego que recorría todo su cuerpo, quince años eran demasiados para él. Entonces miró a Carmen, la besó en los labios recorrió todo su cuerpo y con una mirada profunda, concentrado en sus ojos, buscó el avión sabiendo que las noches del desierto son frías y los días abrasan la piel.

Cuando ya estaba sentado en el avión cogió unas fotos y empezó a mirarlas, estaba nervioso, no acababa de creer que después de tanto tiempo se iba finalmente a marchar. Pensaba que el viaje no era real, su cuerpo estaba en el malecón y delante de sus ojos seguía la imagen de Carmen y la música de Benny Moré. Llegó la azafata del vuelo y le preguntó qué quería tomar pero él no contestó, estaba perdido intentando mantener en su corazón la sintonía de quince años en los que recorrió Cuba desde el cabo de San Antonio hasta la punta de Maisí.

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Y… ¿dónde queda el Sáhara?

Sobre el blog

Intentar mostrar la riqueza de la cultura saharaui. Ese es el objetivo de este espacio. Una cultura nacida de la narración oral, de los bellos paisajes del desierto, de las vidas nómadas y el apego a la tierra, de su origen árabe, bereber y musulmán, de sus costumbres únicas y de la relación con España que se remonta a más de un siglo. Una cultura vitalista, condicionada por una historia en pelea por la supervivencia desde 1975. Coordina Sukeina Aali Taleb

Sobre los autores

Sukina Aali-Taleb Hija del exilio, Sukina Aali-Taleb nació en Madrid por casualidad, de padre saharaui y madre gallega. Es miembro del grupo de escritores La Generación de la Amistad Saharaui y coautora del libro "La primavera saharaui, los escritores saharauis con Gdeim Izik", tras los acontecimientos de El Aaiún, en 2010. Periodista y profesora de Lengua Castellana y Literatura en institutos públicos de Madrid. Como no puede ser de otra manera, apoya al Frente POLISARIO en proyectos de ayuda a su pueblo, refugiado y abandonado a su suerte en Tinduf (Argelia), desde hace cuatro décadas.

Roberto MajánRoberto Maján, ilustrador. Le gusta decir que fue el último humano nacido en su pueblo; piensa que eso lo hace especial. Y que su abuela se empeñó en llamarle Roberto en memoria de Robert Kennedy asesinado cuatro días antes. En la época en que nació y se bautizó, el Sahara era español, en el mal sentido de la palabra. El lo sabía por las cartas que recibía de su tío Ramón, destinado allí en su servicio militar. Los sellos que las franqueaban prefiguraron el universo imaginario que tratará de recrear en las imágenes de este blog.

Bahia Mahmud Awah Bahia Mahmud Awah. Escritor, poeta y profesor honorario de Antropología Social en la Universidad Autónoma de Madrid, natural de la República del Sahara Occidental. Nacido en los sesenta en la región sur del Sahara, Tiris, la patria del verso y los eruditos. Cursó estudios superiores entre La Habana y Madrid, donde reside. Pertenece al grupo de Escritores Saharauis en lengua castellana.

Willy Veleta Willy Veleta. Willy Veleta consiguió su licenciatura de periodismo de una universidad estadounidense (ahí queda eso) y ha trabajado en todos los canales privados de TV en España… de los que huyó cuando se dio cuenta de que querían becarios guapos. Ahora es profesor de periodismo en inglés y prepara su tercer libro, una novela sobre los medios.

Liman Boicha Liman Boicha. Se licenció en Periodismo en la Universidad de Oriente en Cuba. Después de una larga ausencia regresó a los campamentos de refugiados saharauis y durante cuatro años trabajó en la Radio Nacional Saharaui. Actualmente reside en Madrid. Ha publicado Los versos de la madera y ha participado en varias antologías de poesía saharaui: Añoranza, Um Draiga, Aaiún, gritando lo que se siente, entre otras. Forma parte del grupo poético Generación de la Amistad Saharaui y es miembro de la Asociación de Escritores por el Sahara-Bubisher.

Larosi Haidar Larosi Haidar. Tras el alto el fuego, se instaló en Granada, donde se licenció y doctoró en Traducción e Interpretación. Actualmente es profesor de esta misma disciplina en la Universidad de Granada y ha publicado varios trabajos relacionados con la cultura saharaui. También ha participado en varias antologías de poesía saharaui.

1000 voces para un poema

SANKARA SIDATI2
Poema de Bahia MH Awah, escritor, poeta y antropólogo. Imagen del archivo RASD, el poeta y diplomático saharaui Mohamed Sidati y el desaparecido líder africano Tomás Sankara en 1982 visitando a la República Saharaui y a los campos de refugiados saharauis. 

África vuelo California BA 279

En homenaje a mis hermanos y hermanas del

África negra que surcan por sus

sueños atravesando desiertos y

océanos por un mundo mejor.

 

Lejos y sin cosechas, allí dejo

mi África sin pan.

 

Repetía una y otra vez cuando despedía

tierra firme, su tambor, su mortero y su viejo arado.

Náufrago,

se marchó en busca de otros horizontes,

y el África atrás despedía, sumergida en tristes tinieblas,

de hambrunas,

de guerras de tripas,

de cayucos y pateras,

hundidos con todas las quimeras de la tribu.

 

El pan que un día partió para traer

costaba tanto como el caviar

del “Masa Time Warner Center de Manhattan”.

 

Bububakar, no dejó de llevar consigo un fardo

lleno de ilusiones,

se lo aconsejó el jefe de los saimara,

se lo aconsejó el chej de los bambara,

se lo aconsejó el patriarca de los zulú,

para que el día de la vuelta,

“si Dios navega

en tu habitual deriva de cada mar

viera su nueva chabola rebosando pan,

trigo, maíz, arados y el timbal de tambores”.

 

Desde mi ventanilla busco África y delibero para sofocar

la ira de mi conciencia.

 

Veo una Europa egoísta,

envuelta en oscuras nubes del porvenir,

veo gigantes rascacielos,

veo chimeneas de fábricas triturar mi virgen maíz,

y veo otras ensayar armas que destruyan

los verdes campos de mis trigales,

y al ver otras y otras aldeas de espigas segadas

el dolor remueve mis intestinos vacíos,

esos de quienes llegan la deriva.

 

Preocupados los ancianos del clan,

dicen, de España esta vez llegan al Atlas

blindados de guerra en vez de granos de cebada

para hacer el cuscús del Rif,

y de Francia estorban la vida muchos soldados,

que no dejan de molestar ¡Eh, tu outre ici!

En pleno vuelo,

no dejo de pensar en el viejo continente,

rezo para que esa humanidad vuelva a emerger

otra vez tras este siglo sin siembras

de maíz,

sin arrozales y sin el sagrado trigo de los hijos de Caín.

 

Ya sobre las nubes del Atlántico

siento franqueadas las fronteras,

y rotos los sueños,

los cayucos no cesarán de atravesar estos mares

porque creen que otro mundo más justo es posible.

¿A dónde vas humanidad de tez blanca?

De ojos miopes, azules, oscuros y verdes,

de hurtados cerebros enfermizos,

de vacíos y retuertos vocabularios

de postizos principios y corruptos amigos,

su mundo es tan alejado,

separado y diferente en valores de lucha,

de África y de la franca libertad al mío.

 

Y como africano le confieso que

ni una vez me inclino a la mano que se besa,

ni en mi corazón tengo lugar para cubrir al malvado.

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El País

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