Por Federico Guzmán
5 de octubre de 2015. En la Escuela Saharaui de Artes conociendo a Nasra y Ahmed.
Por fin llegan Nasra y Ahmed a la Escuela. Nos saludamos todos cordialmente. Noto una energía indefinida de empatía y aceptación, hacemos bromas porque todos estamos alegres, expectantes y un poco nerviosos. Como es costumbre, la adab (hospitalidad) saharaui nos invita a sentarnos y conversar alrededor del té. Nasra habla con Karlos e Ibon con Ahmed, y todos charlamos con todos, y empezamos a conocernos. Liasaa nos ofrece el primer vaso de la proverbial ceremonia del té saharaui. Bismil-láh!1. Nos explica que consiste en un rito pausado en que el té se calienta en el frenna (brasero) de carbón y luego se escancia lentamente de un vaso a otro, una y otra vez en interminables círculos hipnóticos, hasta producir deliciosa espuma. Dice que hay que tomar tres vasos: el primero amargo como la vida, el segundo dulce como el amor, y el tercero suave como la muerte. El té está tan rico que Ahmed propone un cuarto vaso para la resurrección. El té saharaui procede de China y fue introducido por mercaderes franceses en el siglo XIX. Desde entonces se ha convertido en un símbolo adoptado localmente en un mundo interconectado globalmente.
Uno de los parámetros que inspiran estas residencias es precisamente el diálogo intercultural. Una de las cosas que empiezo a intuir, después de repetidas visitas a este territorio, es la necesidad de superar las incesantes divisiones que el afán clasificador de Occidente se empeña en multiplicar para intentar entender el mundo. Superar no significa borrar la diversidad de formas de entender y habitar el mundo, sino más bien trascender el pensar analítico de la civilización tecno-científica, no con una síntesis que reúna los resultados del análisis, sino armonizándolos en un sentido holístico. No existe ciertamente una perspectiva global. Toda perspectiva es limitada, pero existe siempre la posibilidad de un intercambio y de una ampliación de perspectivas y el diálogo intercultural apunta precisamente a esta intuición no-dual: ser garante de que la diversidad cultural no sea sinónimo de violencia o conflicto, y de que la unidad tampoco lo sea de supresión de las diferencias o de monoculturalidad totalitaria.
El té saharaui, siempre asociado a la conversación, nos recuerda que la comunicación cara a cara es aquí el fundamento de la cohesión social. Nasra habla un encantador español con el acento hasanía de los jóvenes saharauis que han pasado veranos en España con el programa Vacaciones en Paz. Es una mujer amable, despierta e intuitiva, estudiante con altas calificaciones en la ESA, con una breve pero destacada experiencia en proyectos como su participación en los Encuentros Internacionales de Arte y Derechos Humanos ARTifariti, un mural colectivo para el Centro de Abastecimiento Alimentario de la Media Luna Roja Saharaui, o la colaboración en el taller de sinestesia de la Fundación Artecittà y la Facultad de Bellas Artes de Granada. Su enfoque es en la pintura, el dibujo y la cerámica. Estos días prepara un cuadro para la exposición colectiva Nujum Saharauia (Estrellas saharauis) que va a ser itinerante por varias sedes africanas. Nasra tiene mucha ilusión con estas residencias artísticas y así lo expresó en su carta de motivación a la candidatura: “Me siento orgullosa y muy animada de representar a la Escuela Saharaui de Artes en otras partes del mundo. Quiero expresarme mediante el arte como herramienta para defender los derechos humanos y para que los demás conozcan mi causa”2.
La declaración de Nasra es tan sencilla y contundente que en labios de un artista europeo podría sonar casi ingenua. L+s artistas saharauis pintan cuadros políticos, épicos y cotidianos, sus poemas son manifiestos de incertidumbre, protesta y esperanza, su música es reivindicativa, combativa e inspiradora y el cine está comprometido con el esfuerzo revolucionario de su tierra. Su arte es la intifada3 de una nueva vanguardia transformadora. Observamos en ellos una urgencia, una crudeza y una inmediatez tan poderosas que a veces pueden desestabilizar nuestra sofisticada mirada occidental. Los artistas saharauis no se manifiestan por los derechos de autor, no hacen su obra para catálogos, ni selfies para las redes sociales. Si bien podemos hacer análisis postmodernos, deconstructivos o post-estructuralistas de su obra, ésta es sobre todo una indispensable herramienta insurgente, desautomatizadora, decolonial, colectiva y sanadora de desarrollo psico-estético, comunicacional y socio-expresivo. Es el grito de sublevación de todo un pueblo, en lucha no violenta por su dignidad como personas, por su tierra, sus raíces y su libertad. Muchos de ellos no habían pensado ser artistas, pero en vez de agarrar un fusil, han tomado una brocha con pintura, y han visto que pueden, en vez de derramar sangre, embadurnar el mundo con colores, mensajes y símbolos. Tod+ saharaui es artista cuando descubre dentro de si mism+ una luz mágica que le permite trascender su condición de exiliad+, y reconocerse como creador, capaz de transformar la realidad, dando un sentido a su vida dibujando la maktuba(el destino) colectivo.
La conversación continúa y los artistas han ocupado la biblioteca como base común de operaciones. Han fijado un horario de mañana para sus encuentros y charlan animadamente. Con material desplegado por todas las mesas, intercambian ideas, fotocopias, referencias de películas, sitios web y archivos digitales. Estoy dibujando en el aula contigua y el sol del desierto entra a raudales por los grandes ventanales. Me refugio en la sombra, porque hace muchísimo calor. Como co-director artístico he optado por la metodología taoísta del wu-wei4 que es un “no-hacer-haciendo” o más exactamente “no hacer-permitiendo que nada quede sin hacer”. Este modo abierto permite acompañar sin juzgar, invitar sugiriendo, indicar revelando, dando a entender preguntando y suscitando la auto-indagación. Además intento completarlo añadiendo toda la información de que dispongo del contexto. A través de la celosía de caña de la biblioteca sólo me llegan retazos de lo que están diciendo, y los escucho como por un teléfono roto: “El País Vasco tiene una relación con el Sáhara de antiguo… Siempre apoyan al Sáhara con fuerza y se sienten cercanos en la búsqueda de su identidad dentro de un país libre y soberano... En las fiestas populares vascas ponen unas jaimas llamadas chosnas y siempre hay pegatinas saharauis… Cuando la policía vasca te coge y te pide los papeles, si ven que eres saharaui te dejan ir… En la guerra del 75 al 90 no se hablaba de España, sino de Euskadi que eran los que más acogían Vacaciones en Paz… Artistas como Fermín Muguruza han apoyado al Sáhara… Y aquí el sentimiento siempre es el mismo: en el Sáhara no vas a tener problemas, y si eres vasco ¡menos todavía!”
1 Bismil-láh!: “En nombre de Dios”. Es propicio pronunciarlo al comenzar cualquier cosa.
2 Nasra Sidi Azman. Carta de motivación para la candidatura a las residencias Entre arenas, 2015.
3 Intifada: “levantarse, sacudirse, sublevarse”. Es el nombre de la protesta pacífica desde 2005 en las zonas ocupadas del Sáhara Occidental.
4 Tao Te King, de Lao Tzu.
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