Por Federico Guzmán
9 de octubre de 2015. Diálogo intercultural.
Llevamos pocos días y parece como si nos conociéramos de mucho tiempo. Estoy charlando con Ahmed. El joven cineasta, recién regresado de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños de Cuba, es una persona que irradia confianza y tranquilidad. Perteneciente a la primera promoción de la Escuela de Formación Audiovisual Abidin Kaed Saleh, este año empieza su labor docente en ese mismo centro, que empieza a generar sus propias producciones con profesorado saharaui. Me cuenta que los estudios le han permitido trabajar en equipo con artistas cubanos e internacionales en trabajos que han sido presentados en festivales internacionales de cine, como en México y Brasil. Ahmed considera la propuesta de las residencias especialmente enriquecedora al plantearse como un trabajo de diálogo creativo entre dos artistas y dos culturas. Como nos explica: “El hecho de viajar al terreno en los dos países nos va a permitir un experimento de primera mano en que abrir la perspectiva sobre nuestras propias historias desde la mirada de los otros. Me motiva especialmente el poder hacer un trabajo que lleve la voz de la causa saharaui a un contexto internacional”1.
A lo largo de los días acudimos a la Escuela de Arte. Ahora observo a Ahmed dibujando con Ibon y a Nasra mostrando sus pinturas a Karlos. Antes han estado improvisando collages conceptuales, haciendo juegos performáticos y ejercicios de impersonalización. Con la cámara de mano en mano, han iniciado un experimento foto-narrativo donde cada un+ va captando una nueva imagen inspirada por la imagen anterior. Son visiones del entorno fragmentarias, oblicuas, divergentes, abstractas y a contraluz, que se salen del cliché. Una metodología colectiva parece estar emergiendo de manera espontánea. Hay que observar que estas residencias son una oportunidad única respaldada con recursos y al mismo tiempo un reto lleno de esfuerzo y responsabilidad. Las diferencias de edad, de cultura, de cosmovisiones y experiencias entre l+s artistas son un aliciente pero también un complejo desafío personal.
Hay que adaptarse pacientemente al otro, armonizar las diferencias culturales e idiomáticas, atravesar incertidumbres, soportar incomodidades y aportar algo a la comunidad local. Estas residencias son un experimento co-creativo en el que se cuidan las condiciones de un proceso evolutivo-cognoscitivo iniciado desde un diálogo intercultural, igualitario y conectivo. Por su mismo compromiso experimental, el resultado está abierto y en continua re-evaluación. La obra son las mismas relaciones psico-sociales, micro-políticas e interdependientes que se tejen día a día recíprocamente, entre los artistas y la comunidad. Observo en ellos apertura, respeto, cariño, complicidad y apoyo mutuo. No hace falta apresurarnos, un proverbio saharaui dice ”ngta ngta isy-al ouad” (gota a gota discurre el río) invitando a una sabia paciencia. Después del trabajo, mientras comemos cus cus de camello en casa de Nasra, hacemos balance e Ibon confirma un reconocimiento profundo y memorable: Ya no somos “nosotros” y “ellos”, sólo somos nosotr+s. Brindamos por nosotr+s con Fanta de manzana.
Ibon y Karlos están confortablemente acogidos en la casa de Muyeb, una amistosa mujer en la treintena, a quien nuestro poco hasanía no le impide hacerse entender. Hace dos años su marido construyó este bait (casa de adobe) y luego se marchó a Canarias a trabajar. Desde allí manda dinero todos los meses, pero Muyeb cuenta que lo extraña, porque hablan poco, su dulzura está teñida de melancolía. La casa es amplia y bien amueblada y todo está pintado en armoniosos colores rematados con purpurina. Observo que este candoroso acabado es una fina capa decorativa sobre ladrillos de adobe, que son bloques de arena hidratada, prensada y secada al sol. No lleva ningún aglutinante. Un sistema constructivo inventado con los únicos recursos que hay. Pocas casas de Bojador pueden permitirse cemento y ninguna tiene cimentación. Los techos son planchas de zinc colmatadas por pesadas rocas recogidas del desierto, para evitar que las cubiertas salgan volando peligrosamente en los temidos guelgat (vendavales). Estas construcciones se convierten en verdaderos hornos durante el insoportable verano saharaui. El bait tiene las otras casas de la familia cerca, rodeando una jaima colectiva. Y un enorme contenedor de la ayuda humanitaria que funciona como trastero polivalente.
Hablo con Karlos de un concepto que a ambos nos interesa mucho: las vitalidades, y la conversación deriva hacia la forma de habitar el espacio y la arquitectura del campamento. Me habla de la relación entre arquitectura e ideología, entre esfera pública y espacio privado, y entre historia y memoria. Vemos que la vida de las familias en el refugio se extiende en un espacio abierto de forma auto-organizada, los familiares siempre levantan sus jaimas cerca para cuidar de los suyos, no hay puertas cerradas y l+s niñ+s corren alegremente de una a otra. En esta sociedad matrilineal, el cónyuge masculino pasa a construir el bait junto a la jaima de la esposa. El iliwish (alfombra de cordero) donde se acomodan los abuelos, es el lugar más acogedor de la jaima. Aún en el indefinido asentamiento del exilio pervive la continuidad natural entre la genealogía y el espacio de vida que caracterizaba al ancestral frig (campamento) beduino. Sin embargo, en el refugio, esta continuidad es percibida por algunos como contradictoria, entre la necesidad diaria de construir infraestructuras sostenibles para una vida digna y la de volver un día a su tierra de la que fueron violentamente expulsados hace ya cuarenta años.
Otro de los campos que Karlos ha explorado es el de la labor femenina, como su estudio sobre las artistas de la Bauhaus o su colaboración con tejedoras bereberes. Conversando ahora con Nasra, ella nos explica que desde la antigüedad, las mujeres saharauis han gozado de gran reconocimiento en las tribus. Esto se basa en la conciencia social de que su trabajo es muy duro y necesario para la vida de la comunidad. La educación de las niñas significó un gran énfasis en las tareas que implican la especialización: diferentes tipos de tejido de la tela, la construcción de largas tiras de pelo de camello y cabra para la fabricación de jaimas y la preparación de alimentos. Las mujeres también eran responsables de transportar el agua y la recolección de leña; también se hicieron cargo de las cabras y la leche de las camellas. Desde entonces la solidaridad femenina se considera esencial para la transmisión de la cultura saharaui y la capacidad de mantener lazos familiares cohesivos. Esta solidaridad entre todas las mujeres, conocida como tuiza, incluye a las madres e hijas, primas y hermanas y a todas las mujeres. El espíritu de la tuiza hace más fácil para las mujeres saharauis hacer frente colectivamente al trabajo duro o completamente nuevo sin perder sus tradiciones y transmitir información vital, discutir las condiciones sociales, tomar decisiones colectivas sobre la educación y la participación política, y en última instancia, influir en las decisiones de la tribu y, actualmente, en la política de los órganos de gobierno de la República Árabe Saharaui Democrática. En la actualidad, la RASD es uno de los pocos, si no el único país árabe, donde el derecho a la educación, la salud, el bienestar y la representación popular se centra en el logro de la igualdad entre mujeres y hombres.
El trabajo avanza cada día y los artistas aportan su experiencia. Ahmed relata uno de los ejercicios que realizaron en la Escuela de Cine de Cuba. Consiste en ubicar la cámara en una plaza pública y empezar a grabar. Gente paseando, descansando, niños jugando, pájaros, árboles, vehículos, edificios… Al principio todo parece una escena normal. Después la cámara se va acercando a los detalles que componen el cuadro. Una anciana se levanta con esfuerzo de un banco, un vendedor de jugos se ríe con un cliente, una pareja discute, todo se vuelve vivo y lleno de historias que se van revelando a medida que acercamos la lente. La cámara vuelve al plano general y las historias se entrelazan: el cliente del carrito de jugos toma a la anciana del brazo y se detienen a hablar con la pareja de novios, más niños entran jugando en la escena... Ahmed comenta que “algunas veces hace falta una mirada nueva de alguien que viene de fuera y puede observar cosas que tenemos delante y que por lo cotidiano hemos dejado de ver”. En un recorrido inverso, la mirada del avezado saharaui es capaz de vislumbrar en el desierto detalles, plantas, animales y comida que resultan invisibles a nuestros ojos de europeos recién llegados. Más aún aventuraría que existe una sutil diferencia en la experiencia cognitiva-emocional del espacio: mientras el urbanita occidental es hábil en distinguir el detalle, lo cercano, el beduino observa el conjunto, y aprecia la distancia en el paisaje.
Sería interesante voltear la cámara hacia nosotros mismos y grabar por un tiempo indefinido. Quizás abriéramos los ojos a la realidad de ser parte de un paisaje mayor. Cuando los binomios charlan y comparten el diálogo intercultural, no se trata sólo de un diálogo entre dos artistas individuales desarraigados de su substrato y de su historia, sino de una ósmosis entre dos visiones de la realidad. Más aún, entre dos mundos representados, por así decirlo, por dos personas humanas que llevan consigo todo el peso y la historia de sus respectivas culturas. El diálogo intercultural no intenta dar una respuesta “multicultural” a problemas que se presuponen “universales”, pero se interroga sobre la propia universalidad de los propios problemas. Como explica Raimon Panikkar: “Interculturalidad no significa relativismo cultural (una cultura vale tanto como otra), ni fragmentación de la naturaleza humana. Toda cultura es cultura humana, aunque pueda degenerar. Dicho de manera más filosófica, existen invariantes humanos, pero no existen universales culturales. Su relación es trascendental: el invariante humano se percibe solamente dentro de un determinado universal cultural. Todos los hombres comen y duermen, pero el sentido del comer y del dormir no es el mismo en las distintas culturas”2. Un profundo universal cultural se desvela en el hermoso versículo del Corán que me ha recitado Abdalah esta mañana: “Os hice pueblos y naciones para que aprendierais a convivir unos con otros”.
1 Ahmed Omar. Carta de motivación para la candidatura a las residencias Entre arenas, 2015.
2 Raimon Panikkar. Paz e interculturalidad. Una reflexión filosófica. Herder, 2006.
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