Por Federico Guzmán
12 de octubre de 2015. Paseo al atardecer. Reflexionando sobre el significado de refugiado.
Con el fresco del atardecer, salimos a caminar por el desierto. A la “hora mágica” las sombras se alargan sobre la tierra y todo relumbra incandescente. El cielo del campamento es enorme, los horizontes son tuyos, y el sonido se expande sin barreras. Risas de niños en la distancia, balidos lejanos de cabras, la llamada del muecin a la oración... todo apareciendo y desapareciendo sobre un fondo de silencio. Ibon recoge una piedra de sílex que recuerda un hacha rupestre. Creo que mi amigo ha apuntado a algo muy profundo con su cuestionamiento de la separación entre “nosotros” y “ellos”. Empiezo a entender cómo esta fractura sostiene toda una cosmovisión del mundo que ha embrujado a nuestra cultura. Observemos los retos que está enfrentando la humanidad. ¿Cuál es la causa del expolio de los recursos, el colonialismo, la discriminación, la desigualdad, el racismo, el terrorismo, la crisis económica, el consumismo sin sentido y el incremento de gastos militares en guerras sin fin? Estos problemas existen, en mi opinión, porque la civilización tecno-científica hegemónica está propagando una visión del mundo culturalmente condicionada que presenta la vida como una guerra interminable entre fuerzas antagónicas, una lucha entre el bien y el mal, el hombre y la naturaleza, el amigo y el enemigo, "nosotros" contra "ellos". Este bio-poder dualista e imperialista solo ha creado desigualdad, infelicidad e inestabilidad porque está planificado para perpetuar el control sobre la vida de las multitudes. Desde Adán y Eva, seguimos alimentándonos mutuamente la mentira del bien contra el mal, y la familia humana parece estar viviendo bajo ese hechizo, con el cerebro lavado, adoctrinado e hipnotizado para vivir en el miedo, para cerrar nuestro corazón a una mayor generosidad, alegría, sabiduría, creatividad, cooperación, paz y compasión. Ibon deja la piedra de sílex colocada verticalmente en la tierra, como un micro-monumento anónimo. Todo es inteligible desde la perspectiva unificadora de la veracidad. Y nuestra verdadera historia es que somos hermanos y hermanas, niños y niñas mágicos del árbol de la vida.
Cerca de la jaima de Muyeb, pasamos cada mañana junto al huerto de Mohamed Ali, un venerable sheibany (anciano) que cultiva sus matitas con dedicación. Cercados con bajos muretes de adobe crecen felices tomates, berenjenas, calabacines y zanahorias. Este remanso de austera biodiversidad está amorosamente atendido con inteligencia ecológica y tesón. Aquí no hay pesticidas ni semillas transgénicas y las mariposas vuelan por todas partes. Un simpático y raído espantapájaros nos recibe con los brazos abiertos. Mohamed Ali dedica parte de la indispensable agua de la ayuda humanitaria asignada a su familia a regar su pequeña yannah (jardín, paraíso) en la tierra salada de la hamada. Aquí también prosperan tres arbolitos de moringa, la “planta milagrosa” que el gobierno y las ONGs está distribuyendo entre la población por su alto contenido nutritivo de vitaminas y aminoácidos y por su rápido crecimiento y resistencia. Hoy el cielo está inusualmente nublado y los verdes de las plantas destacan de forma matizada en la paleta ocre-arenosa del desierto. De pronto, una gota me cae en el rostro. Luego otra, otra y otra… empieza un pequeño milagro. Las hojas verdes repiquetean con agua de vida. Oigo los gritos alegres de niñ+s corriendo y saltando y veo a la gente salir de sus casas a empapar sus cuerpos de felicidad.
En las múltiples conversaciones con saharauis afloran continuamente las contradicciones que vive nuestro pueblo en el desierto. Ibon me ha pasado el Homo sacer1 de Giorgio Agamben, donde el filósofo italiano profundiza en la condición de los refugiados. El texto me hace ver que estas contradicciones no son sólo las que vive el pueblo saharaui refugiado, sino las de todo el modelo biopolítico occidental. Agamben explica que, “en la antigua Grecia, existían dos términos para definir la vida. Zoe era la mera vida desnuda y pertenecía al dominio de la naturaleza, como la vida de todos los otros animales. La zoe, por ser vida natural estaba fuera de la política clásica. La política, en Grecia, debería construir una verdadera vida humana, bios, diferenciada cualitativamente de la mera vida natural, zoe. En las sociedades pre-modernas del Medioevo la vida natural era sagrada y de dominio divino. Esta percepción cambió en las sociedades modernas donde la vida desnuda, la pura vida natural, se tornó el fundamento del propio Estado. Por ello se denominó “Estado-nación”, porque el soporte del Estado está en el hecho biológico de nacer. A través de la vinculación artificial del nacimiento con la ciudadanía, la vida humana es capturada como soporte del Estado. De esta forma los nacidos son recubiertos jurídicamente como ciudadanos y transformados en soporte de la soberanía nacional. El refugiado encarna el límite en que el derecho, al proclamarse como derecho de los ciudadanos, defiende al ciudadano abandonando al ser humano, que sin derecho ni ciudadanía no es nada más que una vida desnuda. Para Agamben, el concepto del refugiado debe ser considerado como una categoría política radicalmente fronteriza, un límite externo que pone en cuestión los propios principios del Estado-nación. Desde su condición de límite, el refugiado interpela y ayuda a pensar y renovar unas categorías modernas que ya no sirven para defender la vida humana como tal”2.
Retomando la tesis de Hanna Arendt en su ensayo Nosotros refugiados, Agamben sugiere que los refugiados representan, de hecho, “la vanguardia de su pueblo”. “Pero eso no quiere decir que podrían ser el núcleo de otro futuro Estado-nación. Para Agamben, solamente en una tierra donde los espacios de los Estados hayan sido agujereados y topológicamente deformados, y el ciudadano haya aprendido a reconocer en sí mismo la realidad del refugiado que existe en él, solamente en y a partir de esas dos condiciones es posible pensar la sobrevivencia política del mundo futuro. En lugar del Estado-nación, tenemos que imaginar la posibilidad de construir comunidades en las que el principio político fundador sea la extraterritorialidad recíproca, lo que obligaría a repensar nuevas relaciones internacionales. El concepto político orientador de reconocimiento no sería más el ius del ciudadano, en su lugar se reconocería el refugio del individuo. Eso significaría que en lugar de Estados nacionales divididos por fronteras territoriales, habría que crear comunidades políticas diversas y en movilidad permanente. El concepto de persona podría volver a tener un sentido político importante, que ahora ha perdido porque ha sido usurpado por el concepto de nacionalidad. Desde la perspectiva que nos desafía a pensar nuevas formas políticas, más allá del Estado-nación, los refugiados representan una vanguardia. Ellos son el indicio que indica una orientación posible para donde dirigir los esfuerzos y luchas políticas futuras”3.
1 Giorgio Agamben. Homo sacer. Pre-textos.
2 Castor M.M. Bartolomé Ruiz, Los refugiados, umbral ético de un nuevo derecho y una nueva política, La Revue des droits de l’homme [En ligne], 2014, URL : http://revdh.revues.org/988
3 Ídem.
Hay 1 Comentarios
Lo ideal sería que todas las personas pudieran moverse y asentarse en un territorio libremente y que no hubiera fronteras.
Publicado por: Alba | 06/02/2016 22:31:22