Por Federico Guzmán
23 de octubre. Recogemos y hacemos balance del proyecto. En mayo nos vemos en Donosti.
La mañana del jueves 23 de octubre amanece en calma. Hemos pasado ya seis días refugiados en la Escuela de Arte. El cielo sigue nublado y el sheibany Mohamed Ali nos dice que esto todavía no ha terminado. Su huerto resplandece más verde que nunca, ahora despojado de muretes de adobe. Un lúgubre silencio gravita sobre el refugio. Extrañamos los gritos y risas infantiles y hasta los balidos de las cabras. Llega Ahmed y nos cuenta con su imperturbable tranquilidad que la riada se ha llevado su casa, pero todos están bien hamduli-láh. Vamos a visitar a Nasra que hace vida con su abuela, refugiadas en un contenedor. Su casa también está siniestrada. “Estamos bien y eso es lo único que importa al-hamduli-láh”. Mientras paseamos juntos por la wilaya somos testigos de las dimensiones del cataclismo que ha golpeado a una población en estado de emergencia permanente. Contemplando todo esto con respetuosa gravedad, conversamos con la gente, y documentamos la situación. Estamos conmovidos por la desnuda realidad del dolor de nuestro pueblo. El desolador paisaje asemeja las ruinas de una ciudad bombardeada.
Empezamos a vislumbrar el profundo sentido del omnipresente concepto islámico de la maktuba saharaui (la suerte, el destino, literalmente: lo escrito). No estamos en control de nuestra suerte. Esto no significa fatalismo ni resignación. Nuestra libertad reside en hacer siempre lo que toca en cada momento, sin preocuparnos del resultado. Nuestro destino individual está indisolublemente vinculado al destino colectivo. El saharaui se confía en una fuerza anterior a nosotros que nos ha dado la existencia. Todas las personas somos parte de algo más grande y estamos unidas por una red inescapable de mutualidad, somos pequeñas hebras del vasto tejido de la vida. Cualquier cosa que afecte a uno directamente, afecta a todos indirectamente. Ahí residen nuestra felicidad y nuestra responsabilidad.
Almorzando un bocadillo de atún con Fanta de manzana en la Escuela de Arte, l+s cuatro artistas, Charo, Liasaa y yo, hacemos balance conjunto del trabajo realizado y nos replanteamos la pertinencia de nuestra presencia en Bojador en este preciso momento. Como todo el mundo, estamos extenuados y la emergencia no tiene límites. La radio dice que las lluvias van a continuar como mínimo hasta el lunes, y los ancianos dicen que aún más. Discutimos si podemos realmente ayudar en algo, o si más bien nos hemos convertido en una carga para nuestros desbordados anfitriones. Nuestr+s compañer+s saharauis se han de enfocar ahora en labores de contención de daños y supervivencia. Valoramos todas las opciones y l+s artistas deciden de forma unánime descontinuar las residencias hasta un momento apropiado. A partir de este momento, solicitamos a las autoridades locales y a la organización en España la repatriación inmediata de nuestros compañeros vascos en el próximo vuelo en que haya plazas desde Tinduf.
Concluye este capítulo, y comparto la decisión de un+s artist+s que no sólo han puesto todo su compromiso y esfuerzo colaborativo, sino que han diseñado una metodología conjunta para seguir colaborando a distancia. Han abierto cuentas de Gmail y grupos de whatsapp para estar comunicados hasta que l+s saharauis viajen en mayo a Donosti. También ha quedado concertada la vuelta de Ibon a los campamentos en febrero próximo. Yo espero acompañarlo. Hemos compartido mucho más que una enriquecedora e inolvidable experiencia artística, y estamos muy felices porque volveremos a vernos muy pronto incha Al-lâh. Nos llevamos el desierto en el corazón… y eso es Todo. Liasaa escancia otro vaso de té dulce y salimos a saborearlo a la puerta de la Escuela. En el inmenso cielo nublado del desierto ha aparecido un sutil arcoiris.
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