IV Centenario Cervantes: El molino de Uld Rabu

Por: | 01 de abril de 2016

 

Fotografía Virginia Jiménez Bonilla
Mujeres en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf, Argelia

Como saharauis que hablamos, pensamos y hasta soñamos en español, con motivo del IV centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, queremos inaugurar el mes de abril con nuestro pequeño homenaje al gran escritor. Esta entrada ha sido escrita por el periodista y poeta Limam Boisha, miembro de la Generación de la Amistad Saharaui.

Cuando el molino abría sus puertas, Uld Rabu entraba y salía con las manos cubiertas de harina hasta los codos y su turbante se tornaba más blanco que negro, aunque, a decir verdad, no hacía nada allí dentro. A Uld Rabu le gustaba ser jefe de algo. De cualquier cosa. Dirigir la aglomeración de sacos de trigo que la gente traía para moler y poner orden en la cola, para ello, repartía unas papeletas con números a los tres primeros de la fila y a continuación, iba hasta el final y les daba prioridad a los tres últimos. Uld Rabu recibía reprimendas a diestra y a siniestra. Él alegaba que los últimos, también se habían levantado a la misma hora que los primeros en la cola, el problema era la falta de transporte. Cuando se intensificaba el desorden, entraba dentro del molino, se hincaba de rodillas, y gritaba que ese no era el molino que él quería. Ese no era el molino de su sueño. Y añoraba volver a su tierra, para materializar su anhelo. El señor del molino le miraba con compasión, y no decía nada a Uld Rabu, que ya era un cuarentón. Un bohemio y un solitario.

Marcado por el estigma de la locura, trajinaba en mil oficios, pero su favorito, era ayudar, a su manera, al señor del molino, un viejo parvo que llevaba más de treinta años entre el polvo y aquella maquinaria anticuada.

Por la tarde, cuando el molino de piedras y techo de zinc cerraba sus puertas, Uld Rabu iba a descansar a la sombra de cualquier pared de adobe. Allí charlaba consigo mismo o con los transeúntes que se paraban al borde de la carretera, esperando cualquier coche o camión que les llevará a sus destinos. Algunas veces, de tanto esperar, dejaban la carretera y se iban hacia la protectora sombra. Uld Rabu sabía que, tarde o temprano, se le sumaría gente para conversar. Cuando él comenzaba, no había manera de pararle. Gesticulaba mucho. Polemizaba y también les hacía reír. Le gustaba hablar de todo y de todo hablaba. Decía cosas que la gente no se explicaba de dónde las sacaba, como: «Las revoluciones las hacen los inteligentes, mueren en ellas los valientes y viven de ellas los cobardes». Se refería a conflictos tan lejanos y complejos como Kachemira o Irlanda. Y sin motivo sacaba a relucir el tema del rayo verde y les decía que es un misterio y que se puede ver con el alba. Prometía a su espontáneo auditorio que fundaría un partido, libre y democrático, para resolver todos los problemas del pueblo y que transformaría el molino en algo tan maravilloso como el pan. Los que no lo conocían, se quedaban boquiabiertos, no sabían si creer o no lo que les decía y como casi siempre, lo iban abandonando, a medida que llegaban camiones o coches.

Cuando se quedaba solo, iba a deambular por las instituciones. Charlaba con el guardia del Hospital Nacional o preguntaba a los funcionarios de la Justicia si necesitaban su ayuda. Por la noche, cuando todos se habían resguardado en sus hogares, Uld Rabu hacía tranquilamente su paseo nocturno —a esas horas de la noche, nunca se separaba de su linterna, ni de día de su radio— hasta la fuente del agua, no muy lejos de donde vivía. Se sentaba a escuchar el murmullo del agua y sólo allí sentía, en el fondo de su alma, que recuperaba la serenidad. Al volver del paseo, se encerraba en su minúsculo cuarto de adobe. Abría su cofre y sacaba al azar uno de los libros. Los únicos que tenía: dos tomos de Don Quijote de la Mancha. Y leía. Más bien releía hasta cansarse.

Una noche, cuando Uld Rabu, apagó su linterna, se encontró galopando encima de un caballo blanco. Atravesó todo el Sáhara, con su muro y su tragedia. Con su relieve y sus reliquias, hasta alcanzar el Fuerte de su infancia en Dajla (Villa Cisneros). Del Fuerte salía un soldado que le regalaba caramelos y otro que le regañaba para que volviera a donde había venido. Uld Rabu, regresó y lamentó la larga espera. Quería volver al Fuerte para transformarlo y convertirlo en su molino. Un molino de palabras, donde se aprendería a moler oraciones y se alimentaría a futuros espíritus libres.

* Extraído del libro Don Quijote, el azri de la badia saharaui, escritores saharauis.

Hay 2 Comentarios

Hermosa la historia de tu abuelo. Muchas gracias.

Precioso, me recuerda a mi abuelo a quien le encantaba El Quijote y lo recuerdo leyendo con dos pares de gafas , pues apenas veía, y riéndose de las andaduras del hombre, además mi abuelo estuvo en África cuando era muy joven, por el Norte y, cuentan que se enamoró allí pero que fue un amor imposible pues ya tenía su novia aquí y aprendió a leer y a escribir para enviarle sus cartas, no sé si fue verdad pero África está tan cerca que en tierras de Almeria casi te confundias antiguamente pues era una forma de vida similar, está muy cerca, casi tocándonos, casi rozándonos.........

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Y… ¿dónde queda el Sáhara?

Sobre el blog

Intentar mostrar la riqueza de la cultura saharaui. Ese es el objetivo de este espacio. Una cultura nacida de la narración oral, de los bellos paisajes del desierto, de las vidas nómadas y el apego a la tierra, de su origen árabe, bereber y musulmán, de sus costumbres únicas y de la relación con España que se remonta a más de un siglo. Una cultura vitalista, condicionada por una historia en pelea por la supervivencia desde 1975. Coordina Sukeina Aali Taleb

Sobre los autores

Sukina Aali-Taleb Hija del exilio, Sukina Aali-Taleb nació en Madrid por casualidad, de padre saharaui y madre gallega. Es miembro del grupo de escritores La Generación de la Amistad Saharaui y coautora del libro "La primavera saharaui, los escritores saharauis con Gdeim Izik", tras los acontecimientos de El Aaiún, en 2010. Periodista y profesora de Lengua Castellana y Literatura en institutos públicos de Madrid. Como no puede ser de otra manera, apoya al Frente POLISARIO en proyectos de ayuda a su pueblo, refugiado y abandonado a su suerte en Tinduf (Argelia), desde hace cuatro décadas.

Roberto MajánRoberto Maján, ilustrador. Le gusta decir que fue el último humano nacido en su pueblo; piensa que eso lo hace especial. Y que su abuela se empeñó en llamarle Roberto en memoria de Robert Kennedy asesinado cuatro días antes. En la época en que nació y se bautizó, el Sahara era español, en el mal sentido de la palabra. El lo sabía por las cartas que recibía de su tío Ramón, destinado allí en su servicio militar. Los sellos que las franqueaban prefiguraron el universo imaginario que tratará de recrear en las imágenes de este blog.

Bahia Mahmud Awah Bahia Mahmud Awah. Escritor, poeta y profesor honorario de Antropología Social en la Universidad Autónoma de Madrid, natural de la República del Sahara Occidental. Nacido en los sesenta en la región sur del Sahara, Tiris, la patria del verso y los eruditos. Cursó estudios superiores entre La Habana y Madrid, donde reside. Pertenece al grupo de Escritores Saharauis en lengua castellana.

Willy Veleta Willy Veleta. Willy Veleta consiguió su licenciatura de periodismo de una universidad estadounidense (ahí queda eso) y ha trabajado en todos los canales privados de TV en España… de los que huyó cuando se dio cuenta de que querían becarios guapos. Ahora es profesor de periodismo en inglés y prepara su tercer libro, una novela sobre los medios.

Liman Boicha Liman Boicha. Se licenció en Periodismo en la Universidad de Oriente en Cuba. Después de una larga ausencia regresó a los campamentos de refugiados saharauis y durante cuatro años trabajó en la Radio Nacional Saharaui. Actualmente reside en Madrid. Ha publicado Los versos de la madera y ha participado en varias antologías de poesía saharaui: Añoranza, Um Draiga, Aaiún, gritando lo que se siente, entre otras. Forma parte del grupo poético Generación de la Amistad Saharaui y es miembro de la Asociación de Escritores por el Sahara-Bubisher.

Larosi Haidar Larosi Haidar. Tras el alto el fuego, se instaló en Granada, donde se licenció y doctoró en Traducción e Interpretación. Actualmente es profesor de esta misma disciplina en la Universidad de Granada y ha publicado varios trabajos relacionados con la cultura saharaui. También ha participado en varias antologías de poesía saharaui.

1000 voces para un poema

SANKARA SIDATI2
Poema de Bahia MH Awah, escritor, poeta y antropólogo. Imagen del archivo RASD, el poeta y diplomático saharaui Mohamed Sidati y el desaparecido líder africano Tomás Sankara en 1982 visitando a la República Saharaui y a los campos de refugiados saharauis. 

África vuelo California BA 279

En homenaje a mis hermanos y hermanas del

África negra que surcan por sus

sueños atravesando desiertos y

océanos por un mundo mejor.

 

Lejos y sin cosechas, allí dejo

mi África sin pan.

 

Repetía una y otra vez cuando despedía

tierra firme, su tambor, su mortero y su viejo arado.

Náufrago,

se marchó en busca de otros horizontes,

y el África atrás despedía, sumergida en tristes tinieblas,

de hambrunas,

de guerras de tripas,

de cayucos y pateras,

hundidos con todas las quimeras de la tribu.

 

El pan que un día partió para traer

costaba tanto como el caviar

del “Masa Time Warner Center de Manhattan”.

 

Bububakar, no dejó de llevar consigo un fardo

lleno de ilusiones,

se lo aconsejó el jefe de los saimara,

se lo aconsejó el chej de los bambara,

se lo aconsejó el patriarca de los zulú,

para que el día de la vuelta,

“si Dios navega

en tu habitual deriva de cada mar

viera su nueva chabola rebosando pan,

trigo, maíz, arados y el timbal de tambores”.

 

Desde mi ventanilla busco África y delibero para sofocar

la ira de mi conciencia.

 

Veo una Europa egoísta,

envuelta en oscuras nubes del porvenir,

veo gigantes rascacielos,

veo chimeneas de fábricas triturar mi virgen maíz,

y veo otras ensayar armas que destruyan

los verdes campos de mis trigales,

y al ver otras y otras aldeas de espigas segadas

el dolor remueve mis intestinos vacíos,

esos de quienes llegan la deriva.

 

Preocupados los ancianos del clan,

dicen, de España esta vez llegan al Atlas

blindados de guerra en vez de granos de cebada

para hacer el cuscús del Rif,

y de Francia estorban la vida muchos soldados,

que no dejan de molestar ¡Eh, tu outre ici!

En pleno vuelo,

no dejo de pensar en el viejo continente,

rezo para que esa humanidad vuelva a emerger

otra vez tras este siglo sin siembras

de maíz,

sin arrozales y sin el sagrado trigo de los hijos de Caín.

 

Ya sobre las nubes del Atlántico

siento franqueadas las fronteras,

y rotos los sueños,

los cayucos no cesarán de atravesar estos mares

porque creen que otro mundo más justo es posible.

¿A dónde vas humanidad de tez blanca?

De ojos miopes, azules, oscuros y verdes,

de hurtados cerebros enfermizos,

de vacíos y retuertos vocabularios

de postizos principios y corruptos amigos,

su mundo es tan alejado,

separado y diferente en valores de lucha,

de África y de la franca libertad al mío.

 

Y como africano le confieso que

ni una vez me inclino a la mano que se besa,

ni en mi corazón tengo lugar para cubrir al malvado.

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El País

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