Esta entrada ha sido escrita por el poeta Chejdan Mahmud Yazid, miembro de la Generación de la Amistad Saharaui.
Una y mil veces hice el mismo viaje en una y otra dirección. No eran viajes de placer, aunque siempre me planteo paladearlos. Esos caminos no son previsibles ni llanos ni siquiera trazados; no son curvos ni serpenteados ni tienen bordes. Nunca tienen la intención de guiarte ni de llevarte por el camino más corto y, casi nunca, invitan a detenerse por ningún motivo: es un viaje que hace camino al pasar y que se borra al mirar atrás. Es un viaje en una estéril tierra, donde la mirada no se deleita y las ganas se exasperan con cada sacudida. Se hace largo, largo, y el día nace y muere delante de tus ojos, sin percatarte de que el sol se ha movido. Es el viaje desierto a través, desde los campamentos saharauis de Tindouf hasta Zuerate, más de ochocientos kilómetros, contados a ojo.
Son los caminos de Dios, como se les suele llamar, dicen que él los crea al paso de cada persona o ser, para luego borrarlos y volver a trazarlos al paso del siguiente ser o persona.
Son los caminos del sur. Son los caminos de los saharauis que los conectan con el mundo, o, mejor dicho, con su mundo. No son efímeros, porque se dibujan en la arena y en la piedra y en la sabja. Pero, nadie puede predecir que le llevan a su destino. Solo hay que recorrerlos hasta el final para asegurarse que llegues a tu destino. Muchos no llegan.
Y, sin embargo, están llenos de transeúntes, de vida, de estrellas y de polvo. Están colmados de ajetreo y trashumancia, que se riega para colorear la inmensidad de matices y olores y palabras.
Y, sin embargo, -reitero-, en estos caminos se edifican ciudades invisibles, con su gente invisible y sus comercios escondidos y, ahora, sus “hoteles” que rayan el buen sentido de la hospitalidad y de paso dignifican sus, también, invisibles dueños. Son hoteles porque ofrecen además: conocimiento y, cuentos, muchos cuentos. Ofrecen al afortunado inquilino un remanso de sosiego que, sobre todo, sirve para enfriar la mente.
Tienen un más que notable valor humano, más allá del negocio, porque vienen a ser como un oasis como tal -con su sombra y su agua-. Y, al que se le suman los mil y un cuentos de los viajeros, yo incluido.
Sin burocracia ni preguntas ni siquiera encuentro con ningún interesado o dueño, se toma nota de tu paso al marcharte, por si preguntan -y, sí, siempre preguntan-. Muchos darán buena reseña de ti, de tus acompañantes y de tu vehículo. Porque esas historias que se cuentan y que yo cuento, se crearon en esos caminos, en esos hoteles, por anónimos que se apresuraron a descifrar tu identidad. Luego todo acabará en historias que se convertirán en cuentos.
Cuando te vas a ir, pagas. Nadie te reclama que lo hagas, tienes que buscar a alguien, al que sea y le pagas. Sin mediar palabra, das la vuelta y te vas. El precio ya te lo sabías de antemano, precisamente en uno de esos cuentos. Sí, porque en los cuentos saharauis se incluyen los precios de los hoteles, del ganado, de la gasolina. Son cuentos de una realidad mezclada con detallismo mas, sedentarismo. Todo es un consomé de realidad y virtud, que retrae al menos decente. También esto es así, simple, porque simple tiene que ser un ser. Rezan.
Luego se vuelve a los caminos, de ida o de vuelta. Ahora vas colmado de historias que de vez en cuando te harán gesticular de algún modo, o, quizás, de ideas y proposiciones que desees que cambien algo. El trayecto se hará distendido entonces, siempre y cuando los hedores inevitables de algún que otro paisano, que no hizo sus deberes higiénicos, sean con el viento a su favor.
Ya les contaré unos cuantos cuentos de viaje... y quizás de destino.
Hay 0 Comentarios