El caballero de la ciudad

Por: | 12 de agosto de 2016

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Fotografía de Santiago Barrio de la serie El teatro de las dunas

Ruge el viento tras la lona de la jaima. Hoy ha sido un día más de calor. En su interior, nuestro hombre saca una libreta donde anota recuerdos, inventa historias y relata la vida en el campamento. A veces le gusta pensar cómo era la vida en la ciudad, el ajetreo, el ruido, sus gentes y el olor a mar. Escribe a mano para luego trasladarlo al bloc de notas de su Samsung Galaxy, con paciencia y esmero. Y entonces, cuando todos duermen, mientras  los escarabajos excavan túneles en la tierra, camina hasta un lugar elevado en busca de un poco de cobertura. Consigue enviarnos su crónica, su relato, su historia. Memoria viva de todo un pueblo que deja escapar los días en un campamento de refugiados en el más inhóspito de todos los desiertos. Mi admiración y respeto a nuestro compañero, Mohamidi Fakal-la, un valiente caballero del desierto.

Esta entrada ha sido escrita por Mohamidi Fakal-la desde los campamentos de refugiados saharauis. 

Descendía de las cimas de las dunas todas las mañanas, en el momento mismo en que los rayos de sol se igualaban a la altura de las raquíticas palmeras de Sidi Buya. Pasaba la noche a solas entre el aullido de los zorros y el amortiguado golpe de las olas en la cara de las dunas. Mugriento y con la chilaba al hombro recorría la ciudad de punta a punta. Y a mediodía llegaba con el rancho en un cubo de metal que recordaba a los del ejército, afincado al borde sur del río, a media legua de la improvisada alcántara de madera por encima de la Saguia en los días de la riada. Llegaba sudoroso y con ganas de comer en el incómodo furgón -chatarra- abandonado frente a la oficina de Iberia y de correos. Allí se quedaba quieto mirando a los transeúntes, nativos e ibéricos, con la inteligencia de un felino esperando a que alguien saliese con un encomendado o bulto sellado desde la otra orilla del mar, a fin de llevarlo a la espaldas y a cambio de unas pesetas acuñadas con la esfinge del General y el escudo de la metrópoli.

Conocía de sobra a la gente de la ciudad y señalaba sin titubeos con su lengua materna a los forasteros recién llegados, a los reclutas que pisaban por primera vez esas calles. Posaba firmemente con turistas que le pedían un retrato recordatorio de su estancia en el África occidental. Se mostraba siempre tranquilo, comportándose bien con todos, hasta con los ingenuos niños del barrio. A veces en la plaza principal, cerca de la iglesia católica de San Francisco, colindante con el antiguo hospital, se sentaba ensimismado bajo la copa de los árboles en compañía del cristiano ambulante que pregonaba los helados y mantecados.

El caballero de la ciudad defendía con modestia una urbe que le dio simpatía y seguridad. Para él la ciudad era el regazo de sus antepasados y el objeto de las oraciones de sus santos más allegados. A pesar de que algunos residentes del casco viejo sólo le asociaban a una familia de adiestrados pescadores de la zona sur. Afirmaban que había llegado muy joven a la ciudad con un mercader mauritano que viajaba con destino a río Draa. En la ciudad se quedó hasta convertirse con el tiempo en su caballero andante y en uno de los personajes afamados en el entorno urbano y social. Se identificaba con orgullo con los blancos muros de un poblado de retoque arquitectónico canario y orgullo híbrido de moros sevillanos.

No era mendigo ni vagabundo, prefería ser llamado el hombre más honrado que vela por las calles, las plazas y los zocos, cuando la ciudad duerme y despierta en paz consigo misma. Y si un día no se le encontraba deambulando por las calles, era fácil seguir su rastro pues siempre terminaba en la costa en compañía de los zorros en su último baile en la soledad. Así era Ahmed (Salek), y así era el caballero de la ciudad.

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Y… ¿dónde queda el Sáhara?

Sobre el blog

Intentar mostrar la riqueza de la cultura saharaui. Ese es el objetivo de este espacio. Una cultura nacida de la narración oral, de los bellos paisajes del desierto, de las vidas nómadas y el apego a la tierra, de su origen árabe, bereber y musulmán, de sus costumbres únicas y de la relación con España que se remonta a más de un siglo. Una cultura vitalista, condicionada por una historia en pelea por la supervivencia desde 1975. Coordina Sukeina Aali Taleb

Sobre los autores

Sukina Aali-Taleb Hija del exilio, Sukina Aali-Taleb nació en Madrid por casualidad, de padre saharaui y madre gallega. Es miembro del grupo de escritores La Generación de la Amistad Saharaui y coautora del libro "La primavera saharaui, los escritores saharauis con Gdeim Izik", tras los acontecimientos de El Aaiún, en 2010. Periodista y profesora de Lengua Castellana y Literatura en institutos públicos de Madrid. Como no puede ser de otra manera, apoya al Frente POLISARIO en proyectos de ayuda a su pueblo, refugiado y abandonado a su suerte en Tinduf (Argelia), desde hace cuatro décadas.

Roberto MajánRoberto Maján, ilustrador. Le gusta decir que fue el último humano nacido en su pueblo; piensa que eso lo hace especial. Y que su abuela se empeñó en llamarle Roberto en memoria de Robert Kennedy asesinado cuatro días antes. En la época en que nació y se bautizó, el Sahara era español, en el mal sentido de la palabra. El lo sabía por las cartas que recibía de su tío Ramón, destinado allí en su servicio militar. Los sellos que las franqueaban prefiguraron el universo imaginario que tratará de recrear en las imágenes de este blog.

Bahia Mahmud Awah Bahia Mahmud Awah. Escritor, poeta y profesor honorario de Antropología Social en la Universidad Autónoma de Madrid, natural de la República del Sahara Occidental. Nacido en los sesenta en la región sur del Sahara, Tiris, la patria del verso y los eruditos. Cursó estudios superiores entre La Habana y Madrid, donde reside. Pertenece al grupo de Escritores Saharauis en lengua castellana.

Willy Veleta Willy Veleta. Willy Veleta consiguió su licenciatura de periodismo de una universidad estadounidense (ahí queda eso) y ha trabajado en todos los canales privados de TV en España… de los que huyó cuando se dio cuenta de que querían becarios guapos. Ahora es profesor de periodismo en inglés y prepara su tercer libro, una novela sobre los medios.

Liman Boicha Liman Boicha. Se licenció en Periodismo en la Universidad de Oriente en Cuba. Después de una larga ausencia regresó a los campamentos de refugiados saharauis y durante cuatro años trabajó en la Radio Nacional Saharaui. Actualmente reside en Madrid. Ha publicado Los versos de la madera y ha participado en varias antologías de poesía saharaui: Añoranza, Um Draiga, Aaiún, gritando lo que se siente, entre otras. Forma parte del grupo poético Generación de la Amistad Saharaui y es miembro de la Asociación de Escritores por el Sahara-Bubisher.

Larosi Haidar Larosi Haidar. Tras el alto el fuego, se instaló en Granada, donde se licenció y doctoró en Traducción e Interpretación. Actualmente es profesor de esta misma disciplina en la Universidad de Granada y ha publicado varios trabajos relacionados con la cultura saharaui. También ha participado en varias antologías de poesía saharaui.

1000 voces para un poema

SANKARA SIDATI2
Poema de Bahia MH Awah, escritor, poeta y antropólogo. Imagen del archivo RASD, el poeta y diplomático saharaui Mohamed Sidati y el desaparecido líder africano Tomás Sankara en 1982 visitando a la República Saharaui y a los campos de refugiados saharauis. 

África vuelo California BA 279

En homenaje a mis hermanos y hermanas del

África negra que surcan por sus

sueños atravesando desiertos y

océanos por un mundo mejor.

 

Lejos y sin cosechas, allí dejo

mi África sin pan.

 

Repetía una y otra vez cuando despedía

tierra firme, su tambor, su mortero y su viejo arado.

Náufrago,

se marchó en busca de otros horizontes,

y el África atrás despedía, sumergida en tristes tinieblas,

de hambrunas,

de guerras de tripas,

de cayucos y pateras,

hundidos con todas las quimeras de la tribu.

 

El pan que un día partió para traer

costaba tanto como el caviar

del “Masa Time Warner Center de Manhattan”.

 

Bububakar, no dejó de llevar consigo un fardo

lleno de ilusiones,

se lo aconsejó el jefe de los saimara,

se lo aconsejó el chej de los bambara,

se lo aconsejó el patriarca de los zulú,

para que el día de la vuelta,

“si Dios navega

en tu habitual deriva de cada mar

viera su nueva chabola rebosando pan,

trigo, maíz, arados y el timbal de tambores”.

 

Desde mi ventanilla busco África y delibero para sofocar

la ira de mi conciencia.

 

Veo una Europa egoísta,

envuelta en oscuras nubes del porvenir,

veo gigantes rascacielos,

veo chimeneas de fábricas triturar mi virgen maíz,

y veo otras ensayar armas que destruyan

los verdes campos de mis trigales,

y al ver otras y otras aldeas de espigas segadas

el dolor remueve mis intestinos vacíos,

esos de quienes llegan la deriva.

 

Preocupados los ancianos del clan,

dicen, de España esta vez llegan al Atlas

blindados de guerra en vez de granos de cebada

para hacer el cuscús del Rif,

y de Francia estorban la vida muchos soldados,

que no dejan de molestar ¡Eh, tu outre ici!

En pleno vuelo,

no dejo de pensar en el viejo continente,

rezo para que esa humanidad vuelva a emerger

otra vez tras este siglo sin siembras

de maíz,

sin arrozales y sin el sagrado trigo de los hijos de Caín.

 

Ya sobre las nubes del Atlántico

siento franqueadas las fronteras,

y rotos los sueños,

los cayucos no cesarán de atravesar estos mares

porque creen que otro mundo más justo es posible.

¿A dónde vas humanidad de tez blanca?

De ojos miopes, azules, oscuros y verdes,

de hurtados cerebros enfermizos,

de vacíos y retuertos vocabularios

de postizos principios y corruptos amigos,

su mundo es tan alejado,

separado y diferente en valores de lucha,

de África y de la franca libertad al mío.

 

Y como africano le confieso que

ni una vez me inclino a la mano que se besa,

ni en mi corazón tengo lugar para cubrir al malvado.

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El País

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