Ruge el viento tras la lona de la jaima. Hoy ha sido un día más de calor. En su interior, nuestro hombre saca una libreta donde anota recuerdos, inventa historias y relata la vida en el campamento. A veces le gusta pensar cómo era la vida en la ciudad, el ajetreo, el ruido, sus gentes y el olor a mar. Escribe a mano para luego trasladarlo al bloc de notas de su Samsung Galaxy, con paciencia y esmero. Y entonces, cuando todos duermen, mientras los escarabajos excavan túneles en la tierra, camina hasta un lugar elevado en busca de un poco de cobertura. Consigue enviarnos su crónica, su relato, su historia. Memoria viva de todo un pueblo que deja escapar los días en un campamento de refugiados en el más inhóspito de todos los desiertos. Mi admiración y respeto a nuestro compañero, Mohamidi Fakal-la, un valiente caballero del desierto.
Esta entrada ha sido escrita por Mohamidi Fakal-la desde los campamentos de refugiados saharauis.
El imponente atuendo de hombres y mujeres saharauis no hay que verlo con tanta simpleza que solo se limite al tono y colorido, ni tampoco como un modo de vestir tradicionalmente reservado a momentos festivos. En efecto, detrás de los “extravagantes” trajes que hoy se exhiben con lucidez tanto en el hogar, en el mercado, en las oficinas, en puerto y en aeropuertos, se esconde con sencillez todo un ideal, una idiosincrasia costumbrista que preconiza el simbolismo de una sociedad que emana sus raíces de una cohesión étnica, religiosa y social, bien definida geográficamente. Con esta máxima se eleva todo un contexto nacional y racional entorno a unos valores heredados ancestralmente.