El último erudito del cielo

Por: | 11 de enero de 2018

ALMERIA 3

Texto: Ali Salem Iselmu, escritor poeta y periodista saharaui

Ilustración: Fadel Jalifa, pintor saharaui de fecunda obra

Cuando lo vi estaba temblando de frío, tenía la cara cansada después de una larga noche en la que se quedó sólo sujetando las cuerdas de la jaima, en aquella tormenta de arena.

Él conocía de memoria cada estación. Sabía que la estrellas cuando caían inclinadas al sur, anunciaban los vientos del Este que solo traían una arena oscura y espesa en la que nadie podía orientarse.

Cuando él perdía toda esperanza en aquel cielo, que había salvado a sus antepasados, entonces acudía a las palmeras de los oasis y empezaba a rezar con las manos abiertas, buscando milagro en el Este, sin olvidar nunca los vientos húmedos del Sur. Aquellos que traían el olor del agua y hacían correr a los animales, cuando intuían que una nube salvadora se precipitaba de aquel cielo lleno de colores enigmáticos.

En aquella confusión de nubes y tormentas, él miraba con la mano izquierda apoyada sobre su frente, haciéndole una pequeña sombra. Dirigía sus ojos al sur-este, oteaba el horizonte una y otra vez. Sabía que no podía equivocarse.

De su mirada dependía la vida de aquellos hombres que habían aprendido a observar e interpretar el cielo, pero él tenía la última palabra, el primer paso de aquella estirpe de hombres y mujeres.

Un error le suponía la vida o la muerte. Empezaba a caminar descalzo sobre la fina arena. Cuando se sentía perdido e inseguro. Cogía con su mano derecha un cuenco y bebía, hasta llenar su boca. Miraba al Este y expulsaba de sus labios un chorro de agua[1], para detener el viento de arena.

Él era el guía, el hombre que conocía la sombra de los árboles y el brillo de las estrellas. Sabía distinguir cada estación.

Cuando cesó la tormenta, observó los pequeños montículos de arena que se habían formado alrededor de los arbustos. Sabía que no estaba perdido.

Un viento suave y húmedo empezaba a soplar, los animales caminaban decididos. Sabían que aquel viento había dejado sobre la tierra pequeñas charcas de agua.

El bochorno desaparecía del cielo, un sol de color intenso anunciaba el fin de la estación de verano.

Después de la tormenta de arena, la lluvia volvía a penetrar en la seca tierra dándole vida. El último sabio del cielo, volvía a colocar su turbante sobre su cabeza, tapando sus labios. En su mano derecha llevaba un rosario que movía suavemente con sus dedos, mientras iba recordando los años de lluvia y sequía.

Su estirpe de la que aprendió los colores del cielo, las gotas de agua y los granos de arena, le había encomendado un último deseo, seguir descifrando las huellas que dejaba el viento sobre la tierra.

Ese año, se advertía en sus ojos pintados de rojo. Es el año en que el agua volvió a correr sobre las dunas, deteniendo el feroz viento de arena y salvando al último erudito del cielo. Cuando él empezó a respirar el aire húmedo tocó la arena mojada, miró a su alrededor y con tono pausado dijo:

Aquí acamparemos, este será el año de la hierba Etmara[2].

 

[1] Tradición entre los nómadas saharauis cuando veían el peligro de un vendaval que avanzaba hacía sus jaimas. Llenaban la boca de agua y la escupían hacía la dirección desde donde le venía las tormentas del siroco para desviarlas o detenerlas.

[2] Hierba que da nacimiento a una flor blanca. Cuando se seca, se convierte en una costra de espinas.

Hay 2 Comentarios

Grazie amico per il tuo commento sincero e vicino. Il popolo saharawi riserva sempre un posto nel tuo cuore, per la tua solidarietà e bei ricordi.

Splendido racconto!
Mi ha riportata con dolcezza e poesia nel Sahara, dove il mio pensiero torna quando il cuore è agitato

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Y… ¿dónde queda el Sáhara?

Sobre el blog

Intentar mostrar la riqueza de la cultura saharaui. Ese es el objetivo de este espacio. Una cultura nacida de la narración oral, de los bellos paisajes del desierto, de las vidas nómadas y el apego a la tierra, de su origen árabe, bereber y musulmán, de sus costumbres únicas y de la relación con España que se remonta a más de un siglo. Una cultura vitalista, condicionada por una historia en pelea por la supervivencia desde 1975. Coordina Sukeina Aali Taleb

Sobre los autores

Sukina Aali-Taleb Hija del exilio, Sukina Aali-Taleb nació en Madrid por casualidad, de padre saharaui y madre gallega. Es miembro del grupo de escritores La Generación de la Amistad Saharaui y coautora del libro "La primavera saharaui, los escritores saharauis con Gdeim Izik", tras los acontecimientos de El Aaiún, en 2010. Periodista y profesora de Lengua Castellana y Literatura en institutos públicos de Madrid. Como no puede ser de otra manera, apoya al Frente POLISARIO en proyectos de ayuda a su pueblo, refugiado y abandonado a su suerte en Tinduf (Argelia), desde hace cuatro décadas.

Roberto MajánRoberto Maján, ilustrador. Le gusta decir que fue el último humano nacido en su pueblo; piensa que eso lo hace especial. Y que su abuela se empeñó en llamarle Roberto en memoria de Robert Kennedy asesinado cuatro días antes. En la época en que nació y se bautizó, el Sahara era español, en el mal sentido de la palabra. El lo sabía por las cartas que recibía de su tío Ramón, destinado allí en su servicio militar. Los sellos que las franqueaban prefiguraron el universo imaginario que tratará de recrear en las imágenes de este blog.

Bahia Mahmud Awah Bahia Mahmud Awah. Escritor, poeta y profesor honorario de Antropología Social en la Universidad Autónoma de Madrid, natural de la República del Sahara Occidental. Nacido en los sesenta en la región sur del Sahara, Tiris, la patria del verso y los eruditos. Cursó estudios superiores entre La Habana y Madrid, donde reside. Pertenece al grupo de Escritores Saharauis en lengua castellana.

Willy Veleta Willy Veleta. Willy Veleta consiguió su licenciatura de periodismo de una universidad estadounidense (ahí queda eso) y ha trabajado en todos los canales privados de TV en España… de los que huyó cuando se dio cuenta de que querían becarios guapos. Ahora es profesor de periodismo en inglés y prepara su tercer libro, una novela sobre los medios.

Liman Boicha Liman Boicha. Se licenció en Periodismo en la Universidad de Oriente en Cuba. Después de una larga ausencia regresó a los campamentos de refugiados saharauis y durante cuatro años trabajó en la Radio Nacional Saharaui. Actualmente reside en Madrid. Ha publicado Los versos de la madera y ha participado en varias antologías de poesía saharaui: Añoranza, Um Draiga, Aaiún, gritando lo que se siente, entre otras. Forma parte del grupo poético Generación de la Amistad Saharaui y es miembro de la Asociación de Escritores por el Sahara-Bubisher.

Larosi Haidar Larosi Haidar. Tras el alto el fuego, se instaló en Granada, donde se licenció y doctoró en Traducción e Interpretación. Actualmente es profesor de esta misma disciplina en la Universidad de Granada y ha publicado varios trabajos relacionados con la cultura saharaui. También ha participado en varias antologías de poesía saharaui.

1000 voces para un poema

SANKARA SIDATI2
Poema de Bahia MH Awah, escritor, poeta y antropólogo. Imagen del archivo RASD, el poeta y diplomático saharaui Mohamed Sidati y el desaparecido líder africano Tomás Sankara en 1982 visitando a la República Saharaui y a los campos de refugiados saharauis. 

África vuelo California BA 279

En homenaje a mis hermanos y hermanas del

África negra que surcan por sus

sueños atravesando desiertos y

océanos por un mundo mejor.

 

Lejos y sin cosechas, allí dejo

mi África sin pan.

 

Repetía una y otra vez cuando despedía

tierra firme, su tambor, su mortero y su viejo arado.

Náufrago,

se marchó en busca de otros horizontes,

y el África atrás despedía, sumergida en tristes tinieblas,

de hambrunas,

de guerras de tripas,

de cayucos y pateras,

hundidos con todas las quimeras de la tribu.

 

El pan que un día partió para traer

costaba tanto como el caviar

del “Masa Time Warner Center de Manhattan”.

 

Bububakar, no dejó de llevar consigo un fardo

lleno de ilusiones,

se lo aconsejó el jefe de los saimara,

se lo aconsejó el chej de los bambara,

se lo aconsejó el patriarca de los zulú,

para que el día de la vuelta,

“si Dios navega

en tu habitual deriva de cada mar

viera su nueva chabola rebosando pan,

trigo, maíz, arados y el timbal de tambores”.

 

Desde mi ventanilla busco África y delibero para sofocar

la ira de mi conciencia.

 

Veo una Europa egoísta,

envuelta en oscuras nubes del porvenir,

veo gigantes rascacielos,

veo chimeneas de fábricas triturar mi virgen maíz,

y veo otras ensayar armas que destruyan

los verdes campos de mis trigales,

y al ver otras y otras aldeas de espigas segadas

el dolor remueve mis intestinos vacíos,

esos de quienes llegan la deriva.

 

Preocupados los ancianos del clan,

dicen, de España esta vez llegan al Atlas

blindados de guerra en vez de granos de cebada

para hacer el cuscús del Rif,

y de Francia estorban la vida muchos soldados,

que no dejan de molestar ¡Eh, tu outre ici!

En pleno vuelo,

no dejo de pensar en el viejo continente,

rezo para que esa humanidad vuelva a emerger

otra vez tras este siglo sin siembras

de maíz,

sin arrozales y sin el sagrado trigo de los hijos de Caín.

 

Ya sobre las nubes del Atlántico

siento franqueadas las fronteras,

y rotos los sueños,

los cayucos no cesarán de atravesar estos mares

porque creen que otro mundo más justo es posible.

¿A dónde vas humanidad de tez blanca?

De ojos miopes, azules, oscuros y verdes,

de hurtados cerebros enfermizos,

de vacíos y retuertos vocabularios

de postizos principios y corruptos amigos,

su mundo es tan alejado,

separado y diferente en valores de lucha,

de África y de la franca libertad al mío.

 

Y como africano le confieso que

ni una vez me inclino a la mano que se besa,

ni en mi corazón tengo lugar para cubrir al malvado.

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