Texto: Mohamed Salem, Ebnu. Foto: AeA
Una manada de enormes elefantes pastando petrificada en el tiempo, dinosaurios, anatomías deformes, hombres y mujeres, familias de pastores fosilizadas manteniendo un milenario abrazo desafiando al sol y al viento, bustos exuberantes, corazones desechos, todas las figuras que la imaginación, la fantasía y la poesía puedan concebir. Monumentales rocas de plata, majestuosas y altivas que se juntaron creando el paisaje más amado y a la vez el más temido por todos aquellos que en algún momento de sus vidas pasaron por ahí.
Los generosos, Layuad, así fueron bautizados como un deseo, como una intención evidente de que el nombre fuera a apaciguar cualquier furia o enemistad de los vecinos del frig más conocido de Tiris.
Layuad eran los espíritus que habitaban esas hermosas montañas.
Dicen que en las noches se escuchaban sus voces, sus cantos, sus tambores, sus palmas, los sonidos de sus animales y que incluso se habían observado sus hogueras. Se dice que cada vez que alguien intentaba sacar agua del pozo escavado entre las montañas salían bandadas de aves extrañas y lo obligaban a alejarse.
Por las noches nadie se atrevía a cruzar entre las montañas y menos acampar entre ellas, los camellos cuando se acercaban a Layuad se mostraban nerviosos como si de repente tuvieran prisa y apuraban sus largos pasos para alejarse. Los nómadas, los beduinos, las caravanas, todo el mundo quería pasar por los generosos, quería admirar la magia y la belleza del lugar pero nadie quería que la noche lo sorprendiese cerca.
Dicen que son “las voces del viento” le comenté, en un viaje a Tiris, a un veterano poeta. Cuentan que expertos españoles que estudiaron el lugar explicaron que todos los sonidos que se escuchaban eran producidos por el viento, porque según concluyeron las montañas están dispuestas de tal manera que el viento al pasar entre unas y otras producía diferentes sonidos que pueden parecer lo que no son, sobre todo en las oscuras noches cuando el temor anida en los corazones.
El poeta sonrió y me dijo, si son las voces del viento por qué ya no se han vuelto a escuchar, por qué, siendo Tiris una región de mucho viento, no se han escuchado las voces en los últimos cuarenta años;
sabes por qué, porque los generosos se fueron al exilio y no volverán hasta el día en que regrese la paz, solo entonces regresarán los espíritus de Layuad o las voces del viento que dicen los españoles.
Volverán las añoradas y temibles noches oscuras de los generosos que, como gran parte del pueblo saharaui, emprendieron el camino del destierro huyendo de las balas asesinas y de los bombardeos de los aviones marroquíes.
¿Dónde habrán ido a anidar, dónde fueron a instalar su jolgorio, sus fiestas nocturnas y sus tambores, por qué montañas o llanos deambulan entreteniendo sus pasos mientras esperan el día del retorno?
Tal vez están acompañándonos en los campamentos de refugiados, tristes, silenciosos e impotentes.
Tal vez tengan su propio campamento mudo y ausente por donde nunca corre el viento y desde ahí esperan como nosotros el día del retorno, el día del regreso a su patria, a Tiris para reanudar su fiesta interrumpida por la guerra.
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