Texto: Mohamidi Fakala, escritor y periodista saharaui. Cuadro del artista saharaui Fadel Jalifa
Esa inmensidad de arena que ha despertado la autenticidad de su sueño a lo largo de todos los confinamientos de peor naturaleza que las enfermedades mortíferas o la dureza de un exilio perpetuo, todo ello lleva a reflexionar para poder alcanzar la alborada de estos tiempos turbios. Hay dolencias mayores que han calado instintivamente en toda esa relación existencial tomando como ejemplo la pérdida de su tierra natal a causa de una pandemia que ha arrasado con todos los aspectos de la vida de un pueblo desde hace más de cuatro décadas, sin juicio ponderoso. Sin embargo, resulta tedioso el prolongamiento de tanto sufrimiento en la dureza del tiempo que parece no tener fin como una secular permanencia ligada a borbotones del anuncio de una coacción de comportamiento en el que se han visto alterados toda una gama de ritos y tópicos. En esa quietud impositiva el señor Beduino se ha encontrado abatido a solas como un rehén y mira sus alargados pasos detrás de los hatajos del que se nutre y que quedaron en un instante gobernados por la insolencia de los mayores.
En esa contradicción elocuente todo fue moldeado al gusto de unos pocos. Aunque enteramente todo estaba prescrito en la totalidad del silencio. Ahora al beduino no le queda más remedio que escuchar a su propia respiración ahogada en la nostalgia de un sentir inmaterial para poder sacar fuerzas al deseo, como señalaban las enseñanzas de la sabiduría nómada. Al menos esa andadura espiritual se presenta como un sostén ante una insólita inquietud que flanquea toda su existencia. Por ello, y para contrarrestar los hechos, recurre al acicate de la paciencia como arma contemplativa de las puertas de un cielo que había aceptado un día como techo. En ese sentir sus palabras se restan en la oscuridad de la sombra de su jaima, que se pierde en un enjambre de tiendas similares dormidas en la esperanza de los años. En esa silenciosa soledad su voz pregona los cantos de un desconocido bardo que exalta una libertad añorada de un mundo dormido en la incertidumbre.
En esa contradicción fehaciente las reglas del juego han sido sometidas a una divinidad virtual que colinda con el pensamiento, restando desgraciadamente acción al cuerpo, obligado a permanecer en estado estático. De hecho, parece ser que el miedo se ha introducido de manera solapada a fin de regular la actividad y movimiento humanos. La adiestrada imposición podrá a la larga generar un módulo de locura generalizado. Una imaginación ilusoria que esparce ya sus signos negativos sobre toda la humanidad. Por ello el confinamiento se presenta como un ilustre orden mundial. Al margen de toda interpretación, y mientras los hechos futuros se canalizan hacia una supuesta distensión universal, el beduino se encuentra a solas arropándose en la liturgia de sus antepasados; evocando la vida, el amor y la muerte en los sorbos de té caliente en sus noches de Ramadán, atendiendo con paciencia la luz del día, que pone término a una relajación momentánea para volver al confinamiento que se suma al habitual del exilio.
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