Crónica de Bahia MH Awah. Fotos de FiSahara 2014
Decía Martin Luther King: “Ahora es tiempo de alzar nuestra nación desde las arenas movedizas de la injusticia”. La percepción que siempre he tenido de la música es la que tuvo Dick Clark, el transgresor periodista americano que dirigió en los años sesenta el célebre programa televisivo American Bandstand, al considerar que «La música es la banda sonora de la vida». Clark inequívoco en su apreciación; la música en su función es amplia e inabarcable en su rol reivindicativo en la vida social y política de los pueblos desvalidos. Si observamos su enorme dinámica de visibilizar y denunciar atropellos de las injusticias en nuestro mundo, nos topamos con muchos ejemplos, el jazz antiapartheid en la Sudáfrica de aquellos horrorosos años de segregación racial que azotó el pueblo sudafricano desde la época del primer presidente apartheidiano Charles Robberts Swart hasta el último de esa saga de supremacías de blancos, que tuvo su fin con el inevitable punto de convergencia de la razón por la que ha luchado Nelson Mandela y ante la que se rindió el presidente Frederik Willem de Klerk.
La historia del jazz ha demostrado que este género de la música es una potente arma necesaria para dinámicas en procesos sociales y políticos que desempeñó tanto en África que es su origen, como su pasado papel en la lucha que libraron los movimientos de derechos civiles en los Estados Unidos. Y no solo el jazz acaparó esta militancia de música, sino también, el soul, el rock, el funk, el blus y que en gran medida tuvieron su impacto en varios procesos de luchas políticas, de derechos civiles y humanos. El jazz se convirtió en un poderoso fenómeno de lucha cultural que en la lengua afrikaans le llamaron “Ingoma” for the Stragle, es decir, la música en la lucha contra el apartheid.