Poesía saharaui en Cabudanne de los poetas en Cerdeña, Italia

Por: | 08 de septiembre de 2020

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Texto: Ali Salem Iselmu. Fotos: Festival Cabudanne, Isla de Cerdeña, Italia

Cuando el avión atravesó el cielo poblado de nubes y la ciudad de Bilbao iba convirtiéndose en un pequeño punto rodeado de montañas verdes. El inmenso océano mostraba sus olas envueltas en espuma, los barcos flotaban buscando el viento del norte. Nuestro avión mantenía su equilibrio en el cielo en busca de la ciudad de Paris. Teníamos la mirada tensa, estábamos separados como marca el protocolo del Covid-19. Un aparato nos apuntaba a la cara, a las manos para detectar nuestra temperatura corporal. Yo sentía una fiebre de poemas por dentro, quería llegar al festival «Cabudanne de sos poetas 2020», quería llevar la voz de la poesía saharaui. Contar mi experiencia de niño refugiado, de hombre exiliado que sigue recordando aquel día en que mi madre me vistió con un pantalón de tirantes y una chaqueta verde, cerró la puerta de la casa y se marchó. Ese momento sigue vivo a pesar de los años, al igual que la ciudad de Dajla y la ría que separa la pequeña península de la ciudad de Argub.

El avión aterrizó en el aeropuerto Charles de Gualle, el cielo estaba despejado y el sol de septiembre iluminaba nuestras caras. Subimos en el autobús en dirección a la terminal aérea. Cada uno estaba en su asiento con la mascarilla puesta, sentados en asientos separados e intentando mantener la distancia. En ese momento me vino a la memoria aquel viaje que hice a Miami cuando atravesamos el atlántico, entonces no había mascarillas, ni distancias de seguridad. La azafata se esmeraba en venderte comida, bebida y cigarrillos. En esta ocasión los cigarrillos electrónicos estaban prohibidos.

Llegué a la zona del transbordo, busqué mi vuelo hacia el aeropuerto de Roma, tenía una hora y media de espera. Me senté y saqué un bocadillo que había comprado en la cafetería. Para mi sorpresa aparecieron dos pájaros pequeños en aquella enorme sala de espera. Picoteaban pequeños trozos de pan que estaban en el suelo. Les ofrecí parte del pan que estaba comiendo. Comieron varios trozos debajo de la silla vacía que estaba a mi lado. En ese momento sentí que los pájaros eran los únicos poetas de aquella mañana. No llevaban mascarillas, tampoco respetaban la distancia de seguridad e iban por cada trozo de pan de forma decidida.

Dejé el aeropuerto Charles de Gualle y cogí el avión hacia Roma, durante el trayecto contemplé las cumbres de los Alpes. Estaban cubiertas de una nieve que absorbía los rayos del sol. Pensé en ese momento en las montañas del Tiris y Tagant muchos más pequeñas, rodeadas de arena. La arena y la nieve siempre han penetrado en mi cuerpo, en mis huellas. Marcan en cierta medida el exilio de mis versos y me devuelven la nostalgia de cada tierra que he conocido.

Cuando anunciaron la llegada al aeropuerto de Roma, la azafata del vuelo empezó a repartir un formulario de preguntas sobre el Covid-19 que exigían las autoridades italianas para acceder a su país. El cuestionario estaba en italiano e inglés, había que rellenarlo con los datos personales y firmarlo, en caso de un error o alguna información errónea se advertía de sus consecuencias. Yo rellené, la parte que estaba en inglés con la ayuda de un pequeño traductor que llevaba en el teléfono. Mi única patología en ese momento era la fiebre de versos que llevaba en mi interior. Mi enfermedad era el largo exilio que me llevaba de un lugar a otro. Yo era asintomático, no tenía ninguna enfermedad. El aparato que estaba en todos los aeropuertos en busca de las altas temperaturas, se le escapaba el tema del exilio, la perdida de forma dolorosa de una ciudad y de una tierra.

Llegamos al aeropuerto de Roma, entregué el formulario en la puerta de entrada y me dirigí a recoger mi maleta. Me desinfecté las manos con gel hidroalcohólico que había comprado un día antes de irme. En todo momento mantenía la distancia de seguridad, sabía que el Covid-19 tenía a todos los países en estado de alerta. El Covid-19 es un enemigo invisible, un virus que no se pueden detectar en los ojos ni el rostro de una persona. Escapa y desafía a toda tecnología humana.

Seguía pensando en la fiebre. Mi próximo aeropuerto era Caligari en Cerdeña. Tenía que llegar a la localidad de Seneghe que estaba en el centro de la isla a más de cien kilómetros del aeropuerto. Cuando llegamos a la puerta de embarque del avión, teníamos que rellenar otro formulario donde se preguntaba el motivo de la estancia y el lugar que íbamos a visitar. 118995226_2653050591584293_5167725482524454743_o

Yo estaba decidido a llevar la poesía saharaui, hablar de sus orígenes arabo-bereberes de su relación con el desierto y dejar claro el origen de la lengua hasania. Tenía que desafiar la temperatura de mi cuerpo, la posible cuarentena y los rebrotes del virus.

Cuando llegué a Caligari volví a enfrentarme a la prueba de la fiebre. La poesía, los versos y las palabras seguían ardiendo en mi interior. Mi cuerpo mostraba una temperatura de treinta y seis grados. Estaba feliz había vencido al detector de la fiebre en el último control antes de llegar a mi destino.

Salí, un aire suave del mar y una temperatura agradable penetró en mi cara. Allí estaba Angelo, el hombre que me esperaba.

Me dijo:

̶ Ciao en italiano.

Yo contesté   ̶  hola en español.

Seguimos hablando en el interior del coche mientras avanzaba por aquella carretera hacia Seneghe. Un poeta de Milán venía al evento. Empezó a hablarme de Petrarca. Yo le hablé de Dante Alighieri, de Giovanni Boccaccio, del Quijote y de los poetas saharauis que habían cantado a los lugares de acampada.

Llegamos a Seneghe, la noche estaba limpia, llena de luces. Entramos a la casa de la poesía, nos recibió Andrea con una enorme sonrisa. En el patio de la casa había varias mesas y la gente comía y charlaba manteniendo las medidas de seguridad.

Me senté solo en una mesa, oía a la gente hablar en francés, italiano y sardo. Un cocinero se acerco entonces y me dijo que tenía de menú varios platos.

De todos lo que probé esa noche, hay uno que me dejó un especial recuerdo. Era un plato de cuchara, una especie de sopa-caldo que se llama en italiano «Fregula con bordo di pecora i cremi di pecorino», estaba hecho de caldo de cordero, pasta en forma de esfera y queso. Productos típicos de Cerdeña.

Aquella cena me dio la fuerza y la energía que necesitaba para vencer a la Covid-19 y mantener los poemas vivos en mi interior.

Después recorrí la pequeña población, construida en su mayoría con piedra de origen volcánico y estrechas calles. Me sentí perdido en busca de iglesias, arcos y casas antiguas.

Hablé con el profesor Nicola Melis sobre el encuentro y la charla que íbamos a tener en el festival de poesía en la plaza San Antonio.

Él me presentó. Hizo una breve exposición sobre la historia del Sáhara Occidental. Habló del refugio, la ocupación y el exilio.

Yo fui contestando sus preguntas siempre con poemas, pequeñas historias sobre la vida nómada, el origen de la lengua hasania, de los Sanhaya, de los Beni Hasan y de Kitab Elbadia, el libro del nomadeo de Chej Mohamed Elmami.

Al final cerré mis versos con poemas en hasania y castellano. Desnudé el origen de cada palabra que había aprendido y terminé con un poema del exilio:

Dicen que estamos perdidos

en una noche de verano

una noche de astros y estrellas.

Nos hemos perdido detrás de aquella luz

en busca del límite del cielo,

dicen que estamos cegados

por una utopía,

cuando dijimos

no a las cadenas

no a la fortaleza inexpugnable

no a la agonía de cada sonrisa.

Hemos vencido

en la ciudad de paredes blancas

donde la arena susurra

el agua se evapora

las mujeres gritan.

Estamos perdidos

en los ojos de la noche,

vivimos libres

en busca de un cielo intangible

en busca de un cielo perenne.

 

Nota: del editor Bahia MH Awah. La prensa sarda como el rotativo La Union Sadra, sorprendida por la exposición cultural en español sobre el Sahara Occidental, hizo eco en sus reportajes y en sus primeras portadas para destacar lo que ha vertido el escritor e intelectual saharaui Ali Salem Iselmu. Como se  puede observar en estas imágenes de sus portadas.

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Y… ¿dónde queda el Sáhara?

Sobre el blog

Intentar mostrar la riqueza de la cultura saharaui. Ese es el objetivo de este espacio. Una cultura nacida de la narración oral, de los bellos paisajes del desierto, de las vidas nómadas y el apego a la tierra, de su origen árabe, bereber y musulmán, de sus costumbres únicas y de la relación con España que se remonta a más de un siglo. Una cultura vitalista, condicionada por una historia en pelea por la supervivencia desde 1975. Coordina Sukeina Aali Taleb

Sobre los autores

Sukina Aali-Taleb Hija del exilio, Sukina Aali-Taleb nació en Madrid por casualidad, de padre saharaui y madre gallega. Es miembro del grupo de escritores La Generación de la Amistad Saharaui y coautora del libro "La primavera saharaui, los escritores saharauis con Gdeim Izik", tras los acontecimientos de El Aaiún, en 2010. Periodista y profesora de Lengua Castellana y Literatura en institutos públicos de Madrid. Como no puede ser de otra manera, apoya al Frente POLISARIO en proyectos de ayuda a su pueblo, refugiado y abandonado a su suerte en Tinduf (Argelia), desde hace cuatro décadas.

Roberto MajánRoberto Maján, ilustrador. Le gusta decir que fue el último humano nacido en su pueblo; piensa que eso lo hace especial. Y que su abuela se empeñó en llamarle Roberto en memoria de Robert Kennedy asesinado cuatro días antes. En la época en que nació y se bautizó, el Sahara era español, en el mal sentido de la palabra. El lo sabía por las cartas que recibía de su tío Ramón, destinado allí en su servicio militar. Los sellos que las franqueaban prefiguraron el universo imaginario que tratará de recrear en las imágenes de este blog.

Bahia Mahmud Awah Bahia Mahmud Awah. Escritor, poeta y profesor honorario de Antropología Social en la Universidad Autónoma de Madrid, natural de la República del Sahara Occidental. Nacido en los sesenta en la región sur del Sahara, Tiris, la patria del verso y los eruditos. Cursó estudios superiores entre La Habana y Madrid, donde reside. Pertenece al grupo de Escritores Saharauis en lengua castellana.

Willy Veleta Willy Veleta. Willy Veleta consiguió su licenciatura de periodismo de una universidad estadounidense (ahí queda eso) y ha trabajado en todos los canales privados de TV en España… de los que huyó cuando se dio cuenta de que querían becarios guapos. Ahora es profesor de periodismo en inglés y prepara su tercer libro, una novela sobre los medios.

Liman Boicha Liman Boicha. Se licenció en Periodismo en la Universidad de Oriente en Cuba. Después de una larga ausencia regresó a los campamentos de refugiados saharauis y durante cuatro años trabajó en la Radio Nacional Saharaui. Actualmente reside en Madrid. Ha publicado Los versos de la madera y ha participado en varias antologías de poesía saharaui: Añoranza, Um Draiga, Aaiún, gritando lo que se siente, entre otras. Forma parte del grupo poético Generación de la Amistad Saharaui y es miembro de la Asociación de Escritores por el Sahara-Bubisher.

Larosi Haidar Larosi Haidar. Tras el alto el fuego, se instaló en Granada, donde se licenció y doctoró en Traducción e Interpretación. Actualmente es profesor de esta misma disciplina en la Universidad de Granada y ha publicado varios trabajos relacionados con la cultura saharaui. También ha participado en varias antologías de poesía saharaui.

1000 voces para un poema

SANKARA SIDATI2
Poema de Bahia MH Awah, escritor, poeta y antropólogo. Imagen del archivo RASD, el poeta y diplomático saharaui Mohamed Sidati y el desaparecido líder africano Tomás Sankara en 1982 visitando a la República Saharaui y a los campos de refugiados saharauis. 

África vuelo California BA 279

En homenaje a mis hermanos y hermanas del

África negra que surcan por sus

sueños atravesando desiertos y

océanos por un mundo mejor.

 

Lejos y sin cosechas, allí dejo

mi África sin pan.

 

Repetía una y otra vez cuando despedía

tierra firme, su tambor, su mortero y su viejo arado.

Náufrago,

se marchó en busca de otros horizontes,

y el África atrás despedía, sumergida en tristes tinieblas,

de hambrunas,

de guerras de tripas,

de cayucos y pateras,

hundidos con todas las quimeras de la tribu.

 

El pan que un día partió para traer

costaba tanto como el caviar

del “Masa Time Warner Center de Manhattan”.

 

Bububakar, no dejó de llevar consigo un fardo

lleno de ilusiones,

se lo aconsejó el jefe de los saimara,

se lo aconsejó el chej de los bambara,

se lo aconsejó el patriarca de los zulú,

para que el día de la vuelta,

“si Dios navega

en tu habitual deriva de cada mar

viera su nueva chabola rebosando pan,

trigo, maíz, arados y el timbal de tambores”.

 

Desde mi ventanilla busco África y delibero para sofocar

la ira de mi conciencia.

 

Veo una Europa egoísta,

envuelta en oscuras nubes del porvenir,

veo gigantes rascacielos,

veo chimeneas de fábricas triturar mi virgen maíz,

y veo otras ensayar armas que destruyan

los verdes campos de mis trigales,

y al ver otras y otras aldeas de espigas segadas

el dolor remueve mis intestinos vacíos,

esos de quienes llegan la deriva.

 

Preocupados los ancianos del clan,

dicen, de España esta vez llegan al Atlas

blindados de guerra en vez de granos de cebada

para hacer el cuscús del Rif,

y de Francia estorban la vida muchos soldados,

que no dejan de molestar ¡Eh, tu outre ici!

En pleno vuelo,

no dejo de pensar en el viejo continente,

rezo para que esa humanidad vuelva a emerger

otra vez tras este siglo sin siembras

de maíz,

sin arrozales y sin el sagrado trigo de los hijos de Caín.

 

Ya sobre las nubes del Atlántico

siento franqueadas las fronteras,

y rotos los sueños,

los cayucos no cesarán de atravesar estos mares

porque creen que otro mundo más justo es posible.

¿A dónde vas humanidad de tez blanca?

De ojos miopes, azules, oscuros y verdes,

de hurtados cerebros enfermizos,

de vacíos y retuertos vocabularios

de postizos principios y corruptos amigos,

su mundo es tan alejado,

separado y diferente en valores de lucha,

de África y de la franca libertad al mío.

 

Y como africano le confieso que

ni una vez me inclino a la mano que se besa,

ni en mi corazón tengo lugar para cubrir al malvado.

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El País

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