Ilustración: Uld Radaa, pintor y artista saharaui. Óleo, Resistimos
Texto de Mohamidi Fakala, periodista y escritor saharaui colaborador de este blog. Escribe desde los campos del exilio saharaui en el sur de Argelia
Mucho ha cambiado en estos tiempos de tormenta. Sin embargo, para aquellos que desconocen la esencia del desierto fueron sorprendidos al vislumbrar la gigantesca nube de arena que parecía cambiar la tierra y el cielo en un día. El vendaval llegó para volcarse con sus alas sobre los campamentos, dispersando ceniza que hace arder la calma y sentidos a los cuatro vientos.
El Oeste instigaba a cambiar el rumbo de las direcciones de los alisios. Traía consigo misma intensa polvareda de jinetes invisibles, cabalgaban al son de nubes rubescentes vacías de líquido. El embate en las alturas arde en la semblanza ardorosa que causaba misterio donde se unía el universo a modo de lodo como filigrana. Y la meta atiende a su alcance en la desembocadura del canal de Suez. Junio precedía mucho más que arduo verano de poca sombra. Por su parte, un telón de espejismo atiende filtrarse en maravilloso arco iris que evocaba cantos de alegría. Mientras, que los eruditos longevos del desierto se afanan en plegaria ante tanto embrujo de una ola sin espuma ni escarcha. El granito tamizado revelaba uno de los infinitos secretos de la naturaleza del desierto. Cuando el aire coronaba las tiendas y barracones la agilidad de fuerza caía invertida en trasfondo obscuro de la noche.
El Sol tímidamente quedaba inquieto para perderse después en la Soledad de la nada, y el cielo se tornaba de color púrpura para que se extendiera unos lienzos que reflejaban una lidia desconocida y carnal.
Al otro lado de la esquina se percibía un discurso incomprensible matizado en la rareza de una simple cacofonía. Otros, sin embargo, quedaban embelesados de júbilo, lejos de ser rendidos. De hecho, un sumiso adversario se adversa en el juicio del fracaso. Voces se levantan refutando ahogarse en la profundidad del olvido.
Una tormenta de sables con sus hélices remolinaba sin desenfreno cosechando un inquieto vendaval. Y el habitual chillido de los niños quedaba encerrado entre paredes de una escuela, y la sombra de tormenta quedaba retraída en mutismo áspero de un prolongado refugio. Un alto en el ciclo de la naturaleza da señas de descontento en aras del ensueño de la justicia. El silbido de los vientos parecía gorjeo de pájaros en plena primavera. En los momentos en que los extraños aires se retiraban amainando, un ligero frío se percibía momentáneamente, quizás arrebatado a uno de los dos polos. Seguido por un goteo de ligera lluvia que devolvía la vida. Un efímero hecho dejaba claro el sentir de fuerza que alimentaba la sobrehumana resistencia de un pueblo.
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