El viento de la noche saharaui

Por: | 08 de marzo de 2022

                                                    ALMERIA 4 (2)

Texto de Ali Salem Iselmu, periodista y escritor saharaui

Cuadro oléo del artista saharaui Fadel Jalifa E. Fal

Cuando vio aquellas pisadas, se dio cuenta que eran más de 40 hombres. Sabía que estaban al acecho, esperando que llegara la madrugada para llevar todo su ganado. Él percibía el peligro en la mirada de su animal de carga. Aquel semental que se sostenía sobre sus  enormes patas, mientras olía el viento que le iba llegando. Él animal sabía que no era el olor de la lluvia, tampoco  era el olor de la hierba de otoño, tampoco era el ruido del relámpago.

Unas pisadas, un viento que soplaba anunciando el peligro, eran señales claras para alguien que conocía las montañas de Rich, una larga  cordillera que él recorrió muchas veces sólo.  En ese momento  había olvidado a su mujer, a sus hijos que estaban en el interior de la jaima esperándole.

Estaba tan concentrado.  Meditaba, mirando hacia  todas las direcciones. Todo era desnudo en aquella planicie de color oscuro. El único aliado que tenía en ese momento, era un río seco, lleno de acacias que estaba hacia el este.

 El sol se iba inclinando, mientras él seguía dando pequeños pasos con un viejo fusil que colgaba sobre su hombro derecho. Observaba la arena para saber de dónde soplaba el viento. Los animales seguían de pie, presentían que la noche iba a ser larga e inquieta.

Varias rutas dominaban su mente. Con quince balas no podía vencer a 40 hombres, tampoco podía darles la mitad de su ganado, lo que equivalía a una vida de trabajo y sufrimiento.   ̶  ¿Qué hago?  ̶  se preguntaba, mientras las horas iban pasando, y aquel viento que soplaba,  volvía  con más fuerza.

Entró decidido a la jaima y observó a su mujer, al mayor de sus hijos, no encontró ninguna respuesta. Los pulsos de su corazón se aceleraban y sentía que la sangre iba fluyendo con más intensidad por todo su cuerpo. Cuando la primera estrella de la noche apareció en el firmamento, decidió encender una hoguera enorme que fue alimentando con ramas gordas para que se viera a muchos kilómetros. Empezó con la ayuda de su mujer y sus hijos, a arrancar las estacas de la jaima, a doblar las esteras y las cuerdas.

Cargó todo sobre los dromedarios, no sin antes echarle a la hoguera enormes troncos para mantener el fuego vivo, durante toda la noche.

Emprendió su viaje hacia el este, buscando las laderas del río seco. La noche era limpia y tenía un brillo especial que le permitía, caminar hacia varios sentidos para despistar a aquellos hombres que iban a consumar su asalto por la madrugada.

A su espalda quedó aquella hoguera que  alumbraba de forma extraña, y con ella ese lugar, en el que el peligro se advertía en el interior de las estrellas. Su mujer, sus hijos, iban subidos encima de los dromedarios de mayor experiencia, los que conocían el camino de memoria. Él era el guía, el último guerrero de una estirpe, que había defendido su supervivencia en medio de la hostilidad. Los animales que él conocía y cazaba, estaban escondidos ahora en sus guaridas, percibían el peligro que se cernía sobre ellos.

Tenía calculada el agua que llevaba en los odres. Sabía donde estaba el próximo oasis, la frontera que  iba a salvar a  su ganado y a su familia.

Cuando el sol deshizo la oscuridad con el primer rayo de luz. Él miró a su espalda. El ganado le seguía a un paso rápido. Las dunas aparecían en el horizonte, el oasis de frondosos árboles estaba cerca. Él sabía que esa era la tierra, que deseaba alcanzar.

Los 40 hombres habían llegado varias horas después a su lugar de acampada.  Encontraron entonces sus huellas junto con las cenizas, y cuando avanzaron unos kilómetros para alcanzarlo, desapareció su rastro. El viento tenebroso de la noche, lo había borrado todo.

El olor del humo que respiró cuando miraba la arena, fue suficiente para que él emprendiera su huida hacia el sur. Su ropa de color apagado, su fusil cargado de balas y aquel animal veloz que olía el agua de lejos, le permitieron sobrevivir alcanzando otra tierra.

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Y… ¿dónde queda el Sáhara?

Sobre el blog

Intentar mostrar la riqueza de la cultura saharaui. Ese es el objetivo de este espacio. Una cultura nacida de la narración oral, de los bellos paisajes del desierto, de las vidas nómadas y el apego a la tierra, de su origen árabe, bereber y musulmán, de sus costumbres únicas y de la relación con España que se remonta a más de un siglo. Una cultura vitalista, condicionada por una historia en pelea por la supervivencia desde 1975. Coordina Sukeina Aali Taleb

Sobre los autores

Sukina Aali-Taleb Hija del exilio, Sukina Aali-Taleb nació en Madrid por casualidad, de padre saharaui y madre gallega. Es miembro del grupo de escritores La Generación de la Amistad Saharaui y coautora del libro "La primavera saharaui, los escritores saharauis con Gdeim Izik", tras los acontecimientos de El Aaiún, en 2010. Periodista y profesora de Lengua Castellana y Literatura en institutos públicos de Madrid. Como no puede ser de otra manera, apoya al Frente POLISARIO en proyectos de ayuda a su pueblo, refugiado y abandonado a su suerte en Tinduf (Argelia), desde hace cuatro décadas.

Roberto MajánRoberto Maján, ilustrador. Le gusta decir que fue el último humano nacido en su pueblo; piensa que eso lo hace especial. Y que su abuela se empeñó en llamarle Roberto en memoria de Robert Kennedy asesinado cuatro días antes. En la época en que nació y se bautizó, el Sahara era español, en el mal sentido de la palabra. El lo sabía por las cartas que recibía de su tío Ramón, destinado allí en su servicio militar. Los sellos que las franqueaban prefiguraron el universo imaginario que tratará de recrear en las imágenes de este blog.

Bahia Mahmud Awah Bahia Mahmud Awah. Escritor, poeta y profesor honorario de Antropología Social en la Universidad Autónoma de Madrid, natural de la República del Sahara Occidental. Nacido en los sesenta en la región sur del Sahara, Tiris, la patria del verso y los eruditos. Cursó estudios superiores entre La Habana y Madrid, donde reside. Pertenece al grupo de Escritores Saharauis en lengua castellana.

Willy Veleta Willy Veleta. Willy Veleta consiguió su licenciatura de periodismo de una universidad estadounidense (ahí queda eso) y ha trabajado en todos los canales privados de TV en España… de los que huyó cuando se dio cuenta de que querían becarios guapos. Ahora es profesor de periodismo en inglés y prepara su tercer libro, una novela sobre los medios.

Liman Boicha Liman Boicha. Se licenció en Periodismo en la Universidad de Oriente en Cuba. Después de una larga ausencia regresó a los campamentos de refugiados saharauis y durante cuatro años trabajó en la Radio Nacional Saharaui. Actualmente reside en Madrid. Ha publicado Los versos de la madera y ha participado en varias antologías de poesía saharaui: Añoranza, Um Draiga, Aaiún, gritando lo que se siente, entre otras. Forma parte del grupo poético Generación de la Amistad Saharaui y es miembro de la Asociación de Escritores por el Sahara-Bubisher.

Larosi Haidar Larosi Haidar. Tras el alto el fuego, se instaló en Granada, donde se licenció y doctoró en Traducción e Interpretación. Actualmente es profesor de esta misma disciplina en la Universidad de Granada y ha publicado varios trabajos relacionados con la cultura saharaui. También ha participado en varias antologías de poesía saharaui.

1000 voces para un poema

SANKARA SIDATI2
Poema de Bahia MH Awah, escritor, poeta y antropólogo. Imagen del archivo RASD, el poeta y diplomático saharaui Mohamed Sidati y el desaparecido líder africano Tomás Sankara en 1982 visitando a la República Saharaui y a los campos de refugiados saharauis. 

África vuelo California BA 279

En homenaje a mis hermanos y hermanas del

África negra que surcan por sus

sueños atravesando desiertos y

océanos por un mundo mejor.

 

Lejos y sin cosechas, allí dejo

mi África sin pan.

 

Repetía una y otra vez cuando despedía

tierra firme, su tambor, su mortero y su viejo arado.

Náufrago,

se marchó en busca de otros horizontes,

y el África atrás despedía, sumergida en tristes tinieblas,

de hambrunas,

de guerras de tripas,

de cayucos y pateras,

hundidos con todas las quimeras de la tribu.

 

El pan que un día partió para traer

costaba tanto como el caviar

del “Masa Time Warner Center de Manhattan”.

 

Bububakar, no dejó de llevar consigo un fardo

lleno de ilusiones,

se lo aconsejó el jefe de los saimara,

se lo aconsejó el chej de los bambara,

se lo aconsejó el patriarca de los zulú,

para que el día de la vuelta,

“si Dios navega

en tu habitual deriva de cada mar

viera su nueva chabola rebosando pan,

trigo, maíz, arados y el timbal de tambores”.

 

Desde mi ventanilla busco África y delibero para sofocar

la ira de mi conciencia.

 

Veo una Europa egoísta,

envuelta en oscuras nubes del porvenir,

veo gigantes rascacielos,

veo chimeneas de fábricas triturar mi virgen maíz,

y veo otras ensayar armas que destruyan

los verdes campos de mis trigales,

y al ver otras y otras aldeas de espigas segadas

el dolor remueve mis intestinos vacíos,

esos de quienes llegan la deriva.

 

Preocupados los ancianos del clan,

dicen, de España esta vez llegan al Atlas

blindados de guerra en vez de granos de cebada

para hacer el cuscús del Rif,

y de Francia estorban la vida muchos soldados,

que no dejan de molestar ¡Eh, tu outre ici!

En pleno vuelo,

no dejo de pensar en el viejo continente,

rezo para que esa humanidad vuelva a emerger

otra vez tras este siglo sin siembras

de maíz,

sin arrozales y sin el sagrado trigo de los hijos de Caín.

 

Ya sobre las nubes del Atlántico

siento franqueadas las fronteras,

y rotos los sueños,

los cayucos no cesarán de atravesar estos mares

porque creen que otro mundo más justo es posible.

¿A dónde vas humanidad de tez blanca?

De ojos miopes, azules, oscuros y verdes,

de hurtados cerebros enfermizos,

de vacíos y retuertos vocabularios

de postizos principios y corruptos amigos,

su mundo es tan alejado,

separado y diferente en valores de lucha,

de África y de la franca libertad al mío.

 

Y como africano le confieso que

ni una vez me inclino a la mano que se besa,

ni en mi corazón tengo lugar para cubrir al malvado.

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